Letras
Carlos Duarte Moreno
(Especial para el Diario del Sureste)
Rebozos, rebozos
de Santa María…
muchachas que bailan llenas de alborozos
entre los encantos de mi vaquería…
¡Albarradas blancas, brocal de los pozos,
casitas de paja de la tierra mía!
Así comienzan los versos de “Aires del Mayab” que escribí para que musicara Pepe Domínguez. Y, naturalmente, saltan a mi recuerdo al comenzar estas líneas que constituyen romero de ensueño que quemo en aras del amor por este rincón en que abrimos los ojos a la luz y el alma al encuentro de las cosas…
Si amamos el universo, si debemos amarlo, sin distinción de razas, de civilizaciones; si en la amplitud redentora de la fraternidad caben en nuestro corazón el persa y el escandinavo, el malayo y el africano, es preciso que comencemos por amar aquello que está amalgamado a nuestra carne, a nuestra alma; aquello que nos entró con el paisaje, con la brisa, con el modismo de la pronunciación y que, luego, ante sus agonías, aprendimos a sudar con sangre por los poros del espíritu; aquello que no se cambia porque es cuna de nuestros latidos, principio de nuestros amores, inicio de nuestros desengaños y alfa de nuestras esperanzas y, siempre, a la vez tormento y alivio de nuestras preocupaciones.
Ni la guzla morisca que remeda melancolías del desierto, ni el arpa que añora veladas antiguas en la quietud de los hogares de otrora, ni la flauta que nos transporte a la ingenuidad pastoril, ni los violines que gimen desatando la serpentina encantada de un vals vienés, en ningún lugar de la tierra que nos encontremos puede conmover nuestra entraña como lo haría el eco de un zacatán que reviviese danzas pretéritas sobre la planicie del Mayab… A todos nos sabe mejor el pan y el agua y la almohada del rincón nativo. Es que están empapados del recuerdo de nuestras leyendas, del cariño insustituible de nuestras madres, de la camaradería infantil de nuestros hermanos, del idilio de nuestras novias, de la gracia inagotable y alta de nuestras primeras lágrimas…
Visión de matas de henequén abiertas en flor sobre la tierra y bajo el sol; Yucatán misterioso y resplandeciente cuyos cuatro puntos cardinales vieron a nuestros padres indios labrar como artífices, curar como médicos, descifrar como astrólogos, encantar como músicos, pelear como bravos; tierra nuestra aún incomprendida, pródiga, casta, voluntariosa, hospitalaria, abierta, al pie de los destinos es preciso golpearse el pecho con la piedra de la lealtad y ofrecerte, para cumplir, no desmayar en tu cuidado, ni dormirse en tu custodia, ni equivocarse en tu designio. Por todos nuestros desamores; por todas nuestras culpas de hijos díscolos y descuidados; y por nuestras cicatrices y nuestras experiencias; porque hermanos nuestros con espíritu sin pasión y sin pensamiento por ti te destrozaron y te llenaron de ergástulas; porque parece que no hay deseo de poner las pupilas en el límite en que termina el presente y comienza el porvenir, a fin de comprender qué te beneficia, qué te exalta, qué te corona, qué te brinda justicia, qué te da prosperidad, dejando flotar la voluntad al vaivén de extrañas concepciones, de peregrinos mirajes, hace falta, en el rito laico de la conciencia, marcar el decir del buen hijo que no olvida el deber que le marca su condición y que puede asignarle el destino.
Yucatán, tierra nuestra que se decora con los faisanes mientras marcan sus pasos en los montes los pies ágiles de los venados; llanura de piedra que tú refrescas con el corazón hondo y blanco de tus cenotes; campiña erizada de pencas de henequén en que el indio corta obstinado espinas y árboles consumando el símbolo de destruir lo que hiere y de tronchar lo que da sombra para convertirlo en leña que caliente y alumbre, por ti, por tu pasado, por tu porvenir que se presiente, por los malos hijos, nosotros queremos ser tus hijos buenos…
Mérida, Yucatán.
Diario del Sureste. Mérida, 5 de mayo de 1935, p. 3.
[Compilación de José Juan Cervera Fernández]
Grata sorpresa leer un texto del poeta y escritor don Carlos Duarte Moreno. Amigo de su hijo Carlos, frecuenté su casa en los finales años de la década de los cincuenta del siglo pasado. Conoci de cerca algo de su produccion poética en la convivencia amable de su familia. Tantos afectuosos recuerdos de entonces se agolpan en mi memoria.
Gracias José Juan.