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Y nunca de su corazón (XXXIV)

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XXXIV

TODO SE LEVANTÓ EN EL ACTA

Continuación…

Cuando Uicab retornó a su pueblo, y sólo entonces, consultó su problema con su “linda madre”. Esta lo instó a que entablara demanda de divorcio.

Ante la pública evidencia de los hechos, no tardó en lograr la disolución del vínculo matrimonial y, cuando aquélla se hubo decretado, compareció ante la que fuera, civil y maritalmente, su consorte. Lo de la Iglesia quedó así: “Lo que Dios ata, sólo Dios lo desata”.

–Vengo a que hablemos, Úrsula. Aquí tengo la prueba de tu maldad con tus hijos y conmigo. Todo se levantó en el acta. Y aquí también el papel que dice que ya no eres mi mujer. Sólo porque no puse mi queja en tu contra estás libre. Si no, ¡ay diosén! ¡Quién sabe en dónde estarías a estas horas!

Úrsula rompió a llorar con llanto de alaridos y mucho moco en las narices. En medio de su llanto, hablaba de sus hijos.

–¿Tus hijos? Sí, te necesitan. Te los voy a traer a que vivan contigo. Para que los cuides. ¡Pero cuidadito tienes que ver con otro hombre! ¿Jah? Si llegas a darles mal ejemplo te quedas muerta para mí para siempre. ¡“Oi” quién te lo dice! ¿Lo estás oyendo, mujer?

Úrsula sacudió la cabeza, asintiendo. Se arremangó el hipil y, en la orilla del mismo, rebuznó con estruendo las mucosidades de su nariz.

–Yo voy a venir a ver a los chiquitos cada vez que me dé la gana. Nada les va a faltar. Ni a ti. Pero nada de sonsacarme, cada vez que yo venga, para que yo tenga mis “queveres” contigo. ¿Lo oyes? ¿Lo estás oyendo, mujer? Ahora, si no quieres así, busco otra mujer que cuide a mis hijos y nunca, ¡“oilo” muy bien!, los vuelves a ver en toda tu vida. Porque me largo de aquí con ellos. Conque… ¿Tú que dices? ¿Aceptas?

La mujer movió la cabeza. Aceptaba. Y humildemente, en voz muy baja, se atrevió a preguntar:

–Pero tú, Us Uicab, ¿ya no me quieres siquiera un poquito?

–¡Vaya Úrsula, no empieces! Yo no vine a tratar estas cosas.

–Entonces es que nunca me quisistes, tú. Y como ya estoy divorciada de ti, me quedo en libertad de que si regresa K’antún, me caso con él

–¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Jay! ¡Esto estás creyendo, chiquita! ¿Te casas? Te quito tus hijos y los llevo con mi linda madre. Aquí dice el papel que si te casas pierdes la patria y no sé qué otra cosa. ¡Aquí lo dice muy claro! Además ese Ponciano ya lo mandaron por el gobernador muy lejos, hasta detrás de Valladolid, de presidente municipal de otro pueblo. ¡Quién sabe a quién va a fregar allá!

–Oye Us, ¿ya te “fijastes” que después de todo seguimos casados por la Iglesia? Eso no se puede desbaratar así nada más. Ni el cariño que te tengo.

–¿De veras, Úrsula? ¿De veras? ¿De veras me quieres? ¿Entonces por qué te “largastes” con ese hombre, jah?

–Quién sabe, Us, estaba yo loca. Pero ahora yo ya quiero ver a mis hijos. Quiero que estén con nosotros dos.

–Sólo así, ¿no les vas a dar mal ejemplo a esos pobres chiquitos? ¿No? Entonces vamos a nuestra antigua casa, ¿quieres?

–¡Claro que sí! Aunque no nos vuélvamos a casar y vívamos sólo arrimados. ¿Mas si no?

–Eso es lo que quieres tú ¿verdad? Sólo arrimo. ¡Arreglado!

Eusebio Uicab selló el pacto con una nalgada salaz a su futura amasia.

Ahora sí, divorciados, ya podía vivir con la que fuera su esposa legal, sin que la gente hablara y se riese de él en su cara.

Porque ya no era la mujer que lo abandonó por otro hombre.

Ya era su querida.

Jesús Amaro Gamboa

Continuará la próxima semana…

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