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Y nunca de su corazón (XXXIII)

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XXXIII

TODO SE LEVANTÓ EN EL ACTA

Continuación…

–¡Hola, chan Us! ¿Tú por aquí? Ya sé a lo que vienes –dijo el gobernador, con una amarilla sonrisa de dos ringleras de granos de maíz en la boca. Y ya estaba con el dedo, tembloroso, sobre el botón del timbre, que repiqueteaba insistente en la pieza vecina. Balboíta, el secretario particular, ya estaba también de un salto junto al gobernante, cuaderno y lápiz en ristre, humildemente encorvado, pronto a desempeñar su cometido.

–Mande usted, profesor.

–Oye Balboíta: que expidan un pasaje de ferrocarril para que regrese a su pueblo este chan Us… Dale tu nombre a Balboíta.

–Señor gobernador: no vengo a pedir pasaje para que yo regrese en mi pueblo. Si fuera por eso, ya hubiera yo llegado a pie. Porque hace quince días que estoy esperando allí afuera a que me recibas para decirte lo que vengo a decirte. Muchas gracias por el pasaje, tat.

–Entonces ve con Balboíta a la Oficialía Mayor. Y que te den cien pesos para que te ayudes. ¿Sabes firmar? –El gobernador, maquinalmente, se llevó la mano, temblorosa, a la bolsa derecha del pantalón bajo la guayabera, en un ademán de entregar personalmente la dádiva, ésa que se da a los pedigüeños que tienen o real necesidad de ella, o la paciencia y el tiempo suficientes para hacer la antesala sin fin que hace que se les reciba por cansancio.

–Perdóname, señor gobernador. Tampoco vengo a buscar dinero. El ejidatario Eusebio Uicab viene a poner su queja al señor gobernador, antes de escribirle una carta al señor Presidente que está en México. O cuando llegue para inaugurar las obras que está haciendo el Gobierno Federal, según salió escrito en los diarios.

–A propósito, chan Us, prepárate. Tienes que decir otro discurso, como aquel –¿te acuerdas?– al señor Presidente cuando llegue. Para abril vendrá a inaugurar las obras materiales que mi gobierno ha hecho en beneficio del pueblo.

–Yo siempre estoy preparado, tat. Sólo sí lo voy a decir en castellano para que lo entienda el señor Presidente. Porque cuando lo digo en maya se lo voltean al revés al Presidente y le dicen en castellano que dije en maya lo que no dije.

–Eso no va a suceder ahora, chan Us. Yo mismo le voy a decir al señor Presidente en castellano lo que tú vas a decir en maya.

–Entonces es mejor que yo te diga en maya lo que te vine a decir, tat. Así “a” nos entendemos mejor.

–A ver, a ver, mejor dímelo todo en castellano para que yo te entienda más rápidamente, chan Us. ¿Ya ves lo que ha hecho la Revolución por ustedes?

–¿La Revolución? ¡Sí y pues! Pero lo que nos hacen los revolucionarios, eso sí que no tiene nombre. Bien que lo sabes, tat. De noche nos cortan las pencas del ejido. Cuando nos presentamos a trabajar en la madrugada, las pobres matas de henequén ya tienen cortadas sus hojas, cuando no, los mismos comisariados malbaratan nuestras pencas a los hacendados. Pagamos para que nos raspen nuestro henequén y la máquina del hacendado sólo nos da quince kilos por cada millar de pencas. Los hombres que acarrean las pacas de “sosquil” hasta acá en Mérida, se paran a medio camino, le sacan a cada paca muchos kilos y ése es otro robo que nos hacen. Pero no paran allí los robos, tat. Cuando llega en Mérida nuestro “sosquil”, el de primera lo clasifican como de tercera, y el del hacendado, aunque esté sucio y manchado, lo ponen como de primera. Y otra cosa, señor gobernador: cada vez que entra una paca de “sosquil” en Mérida para las cordelerías, paga un impuesto. El henequén de nosotros los ejidatarios lo paga. Pero el de los hacendados no. Porque el que acarrea las pacas de los hacendados paga mordida en la caseta de policía, en el camino real, a la entrada en Mérida. Paga para que se enriquezca el Jefe de la Policía del Estado y ese impuesto no entra en las cajas del gobierno. Todo eso lo deber saber muy bien, tat. Y ya es hora de que se ponga el remedio a tantos robos que nos hacen a los ejidatarios y al gobierno.

–¿Esa es la queja que has venido a poner, chan Us?

–No, señor gobernador. Eso nomás te lo digo para que lo sepas, si es que no lo sabes. Porque no dejan que todo esto llegue hasta sus oídos del gobierno. Lo que vengo a decirte, señor, desde hace quince días que estoy esperando allá afuera, es que veas mi queja que se levantó en este papel, allá en mi pueblo, porque el Presidente del Concejo Municipal que mandaste “en” Yalajau, ese mentado Ponciano K’antún, se robó mi mujer. Y la “puñatera” esa se fue, abandonando a sus hijos. Y quiero que me hagas esa justicia, tat. Que lo ordenes que prendan a ese K’antún y a sus cómplices. Y a mi mujer que la pongan también presa cuando se averigüe todo. Porque no así nomás se deja a sus hijos de uno y se larga su mujer de uno con otro hombre.

Balboíta estaba estupefacto. La temeridad de Eusebio Uicab le parecía que era como para sacarlo a patadas de la presencia del gobernante y ponerlo a pudrirse en la cárcel, no obstante que esta historia es de cuando aún no se inventaba el delito de disolución social. Pero estaba más sorprendido de la tolerancia del “profesor” que de la franqueza malhumorada y audaz de aquel hombre.

–¡No me digas, Usito! ¿Pero es posible que ese mentado K’antún nos comprometa así de este modo? ¿Es posible que comprometa así el régimen del señor Presidente? ¿Y cuándo sucedió eso, chan Us?

–Mañana va a hacer quince días que mi mujer se huyó con ese hombre.

–¿Y por qué no me lo habías venido a decir más antes, hombre de Dios?

–¡Jah! ¿Qué no vine? Vine. Claro que vine. Desde casi al día siguiente del robo. Pero ese hombre que está en la puerta de tu oficina, señor gobernador, me dice todos los días que de que me espero desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde: el gobernador lo siente mucho, compañero Uicab, pero no va a poder recibirte hoy. Regresa mañana. Y yo le contesto: ¡Sí hombe, cómo no! ¡Cualquier día lo va a sentir! Así es que hay hace trece días que vengo diariamente a ver si me dejan entrar a darte mi queja y nada. Pero yo no quiero mandarle una carta al presidente que está en México, antes de que sepas lo que me pasa y me hagas justicia, tat.

–¡Conque tú eres el Eusebio Uicab que diariamente se anunciaba! –dijo entre dientes el gobernador, y continuó en voz alta: –A ver, cuéntame, ¿cómo está este asunto?

–Lo primero que traigo, tat, es la copia del acta en que se levantó mi queja, allá en Yalajau. Como sólo tengo una, aproveché que saquen dos fotografías, por las dudas. No sea que se me pierda o se quede en alguna oficina y yo no tenga con qué poner mi queja al señor Presidente que está en México.

Y Eusebio se dio a contar los hechos, tal como aparecían en el acta, cuya copia ya estaba repasando, o al menos hizo como que leía, el funcionario. A poco se rascó la cabeza, de suyo un poco revuelta y despeinada, y arrojó el documento, con mano temblorosa, sobre el escritorio. Eusebio se apresuró a rescatarlo.

–¡Déjamelo allá, amigo Uicab! Voy a turnarlo al Procurador General de Justicia del Estado, a fin de que proceda como corresponda. Le vamos dar un susto a ese K’antún. ¡“Oi” quién te lo dice!

–Señor, yo no me voy a conformar con que le des un susto. Tienes que meterlo en la cárcel para que pague lo que hizo. Y a mi mujer tienes que ordenar que la pongan presa por abandono de hogar. ¿Pues qué se figura esa mentecata? ¿Qué es eso de dejarme así, solito y mi alma, con esos pobres chiquitos? ¿Qué más tiene ese Ponciano que no tenga Us Uicab? ¡Atiós! ¿Pues en qué país vivimos, como dice a cada rato “El Diario”? ¡Sabe Dios con qué trabajo se busca para mantener a su familia de uno! Cada día la situación está más mala y…

–No lo creas, Usito. La situación no es mala. Y si no… ¡Vas a ver qué bueno se va a poner el carnaval de Mérida este año!

–Que se ponga bueno el carnaval de Mérida, o que se ponga como se ponga, eso no le da de comer a nuestros hijos, tat, ni a nosotros los campesinos. Ya nadie tiene dinero. Ni se “busca” dónde ganarlo. Yo, para darle a esa “puñatera” de mi mujer todo lo que necesita, tengo que “matar”, salir a los pueblos a vender la carne y puro fiado le piden a uno. Tengo que hacer milpa, trabajar dos o tres días en el ejido y salir a lamparear venado. Y con todo eso no alcanza para nada. Dicen que porque el gobierno no hace obras para que la gente trabaje y gane dinero. Que por eso estamos fregados.

–Estamos haciendo obras en bien del Estado, chan Us. Todo eso significa gastos. Y el gobierno no tiene dinero. Entre poco vamos a trazar los límites entre Yucatán y Quintana Roo. Eso cuesta. ¡Imagínate! Tenemos que alquilar un avión, cargarlo con cal y hacer que vuele en línea recta desde la “Mojonera Put” hasta un poco arribita de Puerto Juárez. El avión va a dejar que caiga un reguero de cal, para que se pinte la frontera.

–Así será como lo dices, tat. Pero hay que hacerlo si es que es en bien del pueblo.

–Tiene que ser en bien del pueblo, chan Us. Porque vamos a recuperar para Yucatán algo más de once mil kilómetros cuadrados para dar tierras a los campesinos de la zona henequenera, que ya son muchos. Y eso es que, si no se me ocurre esta idea del avión, ¡lo que iba a costarle al erario el trabajo de cientos de hombres que abran una brecha y pongan mojoneras! Porque has de saber que allá el monte está muy alto.

–Pues está muy buena tu idea, tat. Y ojalá que cuando hagan eso no llueva. Para que el dinero no se gaste en balde. Más que no hay de dónde que lo tomes. Pero yo a lo que vine es a pedir que me hagas justicia en contra de ese K’antún. Me conformo con que no salga de la cárcel mientras estás en el poder, tat. Siquiera los tres años que te faltan. Que digan que el señor gobernador le hizo justicia al pobre de Us Uicab.

–Lo dirán, chan Us. Regresa tranquilo a tu pueblo.

–No puedo regresar “en” mi pueblo así nomás. Quiero ver que se me haga justicia, señor gobernador. ¿Por qué no llamas con el timbre a tu secretario y le das “del tiro” las órdenes que tienes que darle cuando yo me vaya? Eso si es que me vas a hacer justicia. Porque si no, mejor me lo dices de una vez y regreso “en” mi pueblo para que se ría en mi cara ese Ponciano K’antún. Y la loca de mi mujer que se huyó con él.  Y todos los que ya saben lo que me está sucediendo. Por eso no quiero ir para que se rían de mí en mi cara ni para que diga la gente: ¡Atiós! ¿Pues no el gobernador iba a mandar a los policías de Mérida para que lleven a la cárcel al que robó a tu mujer? Así es que yo quiero regresar a mi pueblo junto con los de la judicial…

El gobernador oprimió, con mano temblorosa, el botón que hacía acudir a la carrera al estupefacto Balboíta que, por no presenciar estas escenas de lesa autoridad, se había retirado. Y el secretario particular, como siempre, ya estaba inclinado ante su señoría desde el primer repiqueteo.

–Haz un telegrama dirigido a Ponciano K’antún, Presidente del Concejo Municipal de Yalajau, en el que le digas que, al recibo del mismo, se presente inmediatamente ante mí. Que deje encargado de la presidencia municipal al secretario, ¿lo oíste?

–Sí, señor profesor –murmuró con las palabras de rutina el secretario privado, que en un santiamén hizo los garabatos taquigráficos que seguidamente se apresuró a traducir al gobernante–. ¿Le parece bien así, señor profesor?

Esto de profesor lo decía Balboíta con profunda convicción, tanta que había acabado por creer a pie juntillas que tenía como jefe y primer magistrado de la entidad a un profesor. Porque es sabido que, cuando algún gobernante carece de un título académico, el único que se atreve a suplantar para adornar su investidura es el de maestro de escuela.

–Sí, sí. Esta muy bien así. Mándalo de una vez para que mañana esté aquí ese hombre. Y en cuanto a ti, chan Us, ya te puedes ir a tu pueblo. Y no lo olvides, ¿jah? Prepárate para cuando llegue el señor presidente.

–Sí, tat. Me voy a preparar para cuando llegue. Pero no me voy a ir “en” mi pueblo. Me voy a quedar cuando llegue ese Ponciano K’antún. Para que en su cara le diga delante del señor gobernador lo que me hizo. A ver qué es lo que va a decir el muy mentecato.

Balboíta seguía cada vez más atónito, con los ojos saltones de estupor, la escena que otra vez le había tocado contemplar. Todo un gobernante, condescendiente y manso ante las impertinencias de un “indio e miarda igualado” y ensoberbecido, y ya estaba en espera del lógico –para él– desenlace de aquella inaudita pantomima: que su jefe ordenara correr a patadas a aquel hombre irrespetuoso y que lo pusiese en la cárcel todo el tiempo que faltaba por terminar el período sexenal.

Empero, Uicab ni fue corrido a patadas ni fue a dar con sus huesos a la cárcel, ni a su pueblo. Se quedó en la capital del Estado, vigilante de que se cumplieran las promesas de justicia del gobernador. Incluso cometió la incalificable acción –mas esto nadie más que él lo supo– de presentarse en la oficina telegráfica de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán, a inquirir si se había girado un telegrama del señor gobernador al Presidente del Consejo Municipal de Yalajau. Y sí, en efecto, le informaron que se había cursado, en calidad de urgente, el susodicho mensaje. Uicab sonrió, satisfecho –tenía suerte– y, como cada día durante su larga antesala, se dirigió al mercado municipal a dar pasto a su hambre y líquido a su sed en uno de los muchos puestos de comidas del que ya era cliente habitual.

Jesús Amaro Gamboa

Continuará la próxima semana…

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