XXVIII
Y NUNCA DE SU CORAZÓN
Continuación…
Abelardo entró en la choza de regreso de la tienda. Venía gimoteando. Sus hipidos eran los de un niño en el que hubiera pasado lo más intenso de un dolor y le quedase sólo la amargura reciente. Anduvo dentro de la casa, alargando los brazos, a modo de librar los obstáculos posibles. En una de sus manos llevaba la compra: la vela y el dulce. Caminaba como si estuviera ciego.
–¡A que te pegó otra vez en tu cabeza ese don Naz! ¿Mas si no?
–No, papá. Es que ahora que vine de la tienda, aunque ya salió la luna, no vi bien mi camino. Sobre las albarradas había cosas que se movían y me dieron miedo. Quise correr y por poquito me caigo. “Ainitas” me majan por un automóvil cuando crucé el camino real. ¡Tengo mucho miedo papá! –Y rompió a llorar abiertamente.
–¡No tengas miedo, hijo! Aquí está tu papá, Crisanto Pech –y éste lo estrechó entre sus brazos–. Límpiate tus ojitos, “negro” –y él, Crisanto mismo, ya estaba cumpliendo la orden cariñosa, a limpiarle las lágrimas con el borde de su camiseta. Había llamado “negro” a su hijo, con la palabra maya que lo mismo encierra toda la efusión y la dulzura humanas que amistad franca y cordial, o bien el trato sencillo y llano entre dos personas, una de las cuales debe a la otra cariño y protección. Palabra que, en boca de un padre o una madre, a su hijo enfermo o lastimado, es un bálsamo, una caricia, un beso de esta gente maya que casi nunca besa, ni fue besada jamás por el bienestar y la bienaventuranza. Que si acaso, ambos la enamoraron y le hicieron promesas que la realidad traicionó cruelmente en todo tiempo.
José Isabel –Belito–, hecho una pequeña masa redonda en la red de su hamaca, se quejaba. Crisanto, con su hijo mayor en brazos –que ya no lloraba–, caminó para acostarlo en su lecho de mecates.
–Acuéstate, hijo, acuéstate. Ya es hora de que duermas. Voy a endulzar tu atole y el de tu hermanito, para que lo tomen ustedes dos y se duerman “del tiro”.
El hombre fue y prendió la vela de sebo en la llama de una veladora que ardía frente a la urna de una virgen multicolor. Después la plantó en un candelero. La brisa nocturna trajo consigo un toque de campanas del reloj municipal.
–Está dando las ocho, mujer. Dale su medicina a “chan” Felipe. Después le das su bebida y te acuestas a dormir. Dios quiera que este chiquito no vuelva a obrar en toda la noche y se le quiete su “cursos”. Acuéstate. Tenemos que levantarnos muy temprano.
Mientras hablaba, Crisanto estaba haciendo: endulzaba el atole de una olla con la panela, que es de difícil dilución. La ola estaba en la lumbre, a un lado del comal. Cuando lo creyó conveniente, Cris retiró el comal y el cacharro y cubrió las brasas con ceniza. Mañana bastaría avivarlas para hacer más lumbre. Apartó una jícara de atole para Abelardo y otra para José Isabel, pese a que éste ya había bebido. Balito tomó su ración con avidez. José Isabel, después de dar una probadita, rechazó la bebida. El padre se limitó a cobijar al niño con la jerga descolorida. Luego fue por una sábana de costales de harina y arropó con ella al pequeño Abelardo; no obstante que hacía calor, sabía que en la madrugada el aire fresco se colaría entre el bajareque y el embarro despostillado de la choza.
–Duerme, hijo. Mañana por la mañana, muy tempranito, tenemos que ir “en” la estación del tren, a llevar a tu mamá y a tus hermanitos. Duerme, hijo.
Balito estaba sollozando quedamente, con leves hipidos en los que se le oía sorber, con su pena y sus lágrimas, su escurrimiento nasal.
–Nila, acuéstate, hija. Ya me voy a la junta. No me tardo –y salió.
x x x
Cuando Crisanto, a las doce, regresó de la reunión, Petronila estaba cambiando, una vez más, al pequeño Felipe.
–Tan tarde y no te has acostado, mujer.
–No y pues. Puro obrar hace este chiquito. Tuve que salir a lavar sus pañales. A ver si se secan para que yo lleve mañana “en” Mérida.– Después de una pausa, preguntó: –¿Qué se trató en la junta, Cris?
–Los dividendos que nos deben del año pasado.
–¿Y a cuánto va a llegar ese dinero?
–No va a llegar a nada, Pet. No va a haber dividendos. Van a ver si el gobierno del centro manda dinero para que nos paguen algo de lo que nos deben.
–¿Y el dinero que salió escrito en El Diario que se va a repartir a la gente este año?
–Puras mentiras, Pet. Se lo robaron todo.
–¿Y para decir eso nomás hicieron la junta? ¿No es una tamaña tontería, Cris?
–Sí y pues, Pet. Es una tamaña tontería. Pero es más tamañote el robo que nos hicieron. No se puede hacer nada contra esos que mandan ahora. También habló un señor que mandaron de México. Que para que sea un diputado o senador. Yo no oí muy bien lo que dijeron a la gente. Sólo sí, tenemos que votar por él en las elecciones. Habló muy bonito, de la Revolución, del señor presidente que está haciendo el bien de todos nosotros, del señor gobernador. Dijo que no hay otro gobernador más honrado que éste que tenemos ahora. Que los otros sólo subieron para robar y que por eso estamos en la miseria. La gente lo aplaudió mucho.
–Oye, Crisanto, ¿y no dejaron hablar a Severiano Ak’e?
–El pobre de Severiano no fue “en” la junta. Que para que ese señor que vino de México no oiga las cosas que dice Sev, lo pusieron en la cárcel. Y que si no lo llevan preso “en” Mérida, mañana mismo lo van a soltar.
–¡Pobre Sev! ¡Pobres de su mujer y de sus hijos! Es el único que habla y dice las verdades. Por eso le dicen comunista, ¿mas si no? Y lo meten en la cárcel cada rato.
–Sí y pues. ¡Pobrecito! Ahora es el único que habla. Cuando lo dejan que hable. Pero mejor dale otra medicina a ese chiquito y vamos a dormir, Pet; ya es muy tarde.
La mujer ya no dijo más ni, como otras veces, opinó acerca de la mansedumbre y la cobardía de los hombres. Tenía problemas más serios que ocupaban su mente y su corazón. Por eso la rebeldía se le quedó agazapada junto a la indiferencia y la pasividad de su marido.
Jesús Amaro Gamboa
Continuará la próxima semana…