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Y nunca de su corazón (XXI)

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XXI

TA CULÁS

Continuación…

Ramoncito, que entraba en aquel momento en la bodega, oyó las palabras de Mónica. Y es posible que hubiera escuchado las últimas de su papá, pues antes de irrumpir en la trastienda, el joven se había detenido un momento, tratando de identificar las voces que llegaban a él. El caso es que el muchacho palideció, hizo una mueca de llanto y regresó a la tienda. En pos de él salió la mujer, secándose con la punta del “reboz” el rocío de sudor que le mojaba el bozo, ése que aún era tentación de viejos y jóvenes en Chacpisté, por aquello de “mujer con bozo, beso sabroso”. Sólo que ni los viejos ni los jóvenes, ni don Ramón en su tiempo, aspiraron a la sabrosura del beso de tal boca, sino a la de otra cosa que el bozo anunciaba igualmente exquisita.

Nadie supo por qué –cosa inusitada en los raptos amorosos–, Miquita regresó sola al hogar de su abuelo. “Ta Culás” casi se muere de una inacabable serie de estornudos. La que sufriera después del esfuerzo corajudo de tundir a su nieta a cintarazos. ¡Al fin llegó la siempre ofrecida “limpia” que el viejo prometió, mentiroso, cuando se tragaba su risa yendo por la soga del brazo de la hamaca! Vana amenaza hasta entonces, la moza la recibió entre gemidos, sumisamente, resignada a ella como fatal penitencia. Sólo se la vio protegerse el vientre con sus dos manos y dejar libre todo su cuerpo a la furia punitiva de “Ta Culás”.

–¡Toma, toma, toma, sopuñatera! ¡Toma, toma, toma, mentecata e miarda! ¡Toma para que aprendas a no burlarte de tu abuelo!

Y cuando Micaela tuvo que salir a la calle, cosa inexplicable: se le vio llevar el “reboz” que seis meses antes había lucido en la fiesta del pueblo. Sólo que antes una de las puntas de la prenda caía en flecos multicolores sobre el vientre de la muchacha. No faltó gente observadora y mal pensada que, habiendo descubierto un secreto, lo echara a volar como rumor.

–¿No lo dije? Si a ésa ya le había sucedido antes de que se escapara con Ramoncito Villar. Lo menos ya tiene tres meses. Y si no, ya verán cuando nazca la criatura. ¡Estos Villar son especialistas en sietemesinos!

Y como Mónica y “Ta Culás” observaran lo mismo, en tanto las cosas se ponían en su lugar, decidieron poner “depositada” a Miquita en casa del juez de paz.

–Oye viejo, vengo a verte como compadre y como amigo. También como Juez de Paz. Ya está depositada en mi casa esa rapazuela que le hiciste a Mónica Burgos. ¡Está linda, está chula la mentecatita! Vamos a casarla con el hombre que se la robó porque, como Juez de Paz, me han pedido que ponga las cosas en su lugar.

–¿Con Ramoncito?

–Ningún de Ramoncito. Ya tengo al hombre que la raptó. La llevó a casa de la vieja Calish. Pero sucede que el muy “cabresto” ya se la venía “tirando”. Que tiene como dos meses de embarazo, me dijo el doctor Carpizo, si no es que un poco más. Así es que vengo a ver cuánto vas a dar para la boda.

–¿Yooo? ¿Para la boda yooo?… ¿Y con quién la vas a casar?

–Eso a ti no te importa. Lo único que puedo asegurarte es que no será con su hermano. Y date con una piedra en el pecho de que se va a casar bien casada. Conque ya estás apoquinando cuando menos dos mil pesos.

–¿Dos mil pesos, Tanish? ¿Pero estás loco, hombe? Lo más que puedo dar para el casamiento ese son mil pesos.

–¡Tendrás vergüenza, viejo cicatero! Mientras más podrido de dinero más cicatero. Eso no es verso, ¿ja?, es verdad. Lo menos que puedo aceptarte, para que la gente no diga que no casaste en grande a tu hija, son mil quinientos.

–Pero Tanish, ¿te figuras que estoy cagando el dinero?

–Por donde quiera que te lo saques, tienes que apoquinar. Bueno, te haré una rebajita, que sean los mil pesos. Pero ahora mismo. Ahoritita mismo, ¿l’oyes?

Cuando don Anastasio Muñoz dejó la trastienda de su compadre Villar, ya en el umbral de una de las puertas del negocio, se volvió para mirar al “ño” Ramoncito y le guiñó un ojo. El muchacho sonrió y el juez de paz lanzó una sonora carcajada que se oyó en la bodega donde don Ramón estaba ocupado recontando su dinero, después de la reciente y forzada contribución para la boda de Miquita.

La boda civil se hizo en secreto.

–Y ahora, hija, te llamarás Micaela Burgos de Villar –la muchacha sonrió, contemplando a Ramoncito, de cuyo brazo ya estaba colgada.

Don Ramón no se enteró de nada. Pero no podía estar ignorante de que se realizaría la otra, menos cuando el padre Benito comenzó a decir las amonestaciones.

Muchos acudieron, consternados, a ver al padre, a oponerse a una unión incestuosa, aun cuando en todo el pueblo se sabía –y se estaba viendo que esa unión se había consumado. Todos abandonaron el curato, sonrientes, ante las noticias del sacerdote, muchas de ellas secretos de confesión. ¿Y para qué mencionar a doña Delia, esa santa –que de Dios goce– y a quien don Tanish hizo imposible la vida, con sus liviandades? ¿De qué otra manera puede un cura enterarse de cosas que han de permitirle obrar dentro de los mandamientos de la Santa Iglesia? Así es que todos salieron con un suspiro de alivio al desvanecerse sus temores, felices, por lo demás, de confirmar viejas sospechas.

Sólo don Ramón Villar salió de su entrevista con el padre Benito para ir a tirarse a su hamaca, gravemente enfermo. Al fin veía confirmado su antiguo temor: no ser el padre de Miquita. No importaba saber quién sería. Aunque siempre lo sospechó. ¿Y esa burlona carcajada de su compadre Tanish, después de arrancarle mil pesos? ¡Sólo eso le faltaba! Dar una dote a una hija ajena. Lo que sí le importaba era que le vieran la cara y, sobre todo, que se la viera su hijo Ramón. ¿Dónde quedaba su fama siniestra, su vergonzante orgullo de macho y conquistador? Y –¡qué vergüenza!– que esa mujer lo hubiera engañado tanto tiempo. Y él, tonto y retonto, ayudándola con dinero. Y haciendo el padre generoso con el último “terno” de seda, y el rosario de oro, y el reboz de Santa María y los zapatos de fiesta, esos de charol, y los otros de “chagré”, que regaló a Miquita para la feria de Chicpisté. Orgullo de padre, doctor, orgullo de padre pendejo… –había terminado sus reflexiones, más bien una confesión, al doctor Carpizo, que lo examinaba de ese amarillento súbito que manchaba su piel y su orina y sus ropas.

–Calmate, Ramón, cálmate. Para cuando se haga la boda ya estarás completamente aliviado.

–Ojalá estés hablando por boca de ángel, perfecto, en cuanto a eso de que yo me alivie. Porque en cuanto a lo otro de ir a la iglesia, ¡mamola! ¡Eso sí que no! ¿Entonces? ¡Quién me viera!

Se hizo la boda. La otra. La religiosa. Don Benito era liberal. Por lo demás, aunque Miquita no llevaba la cortina del fleco de ningún rebozo sobre su vientre, todos sabían que se lo había comprimido con una faja.

La ceremonia en la parroquia del pueblo resultó suntuosa. Nunca se vio nada igual en Chacpisté. Eran las ocho de la mañana cuando los nuevos esposos dejaron el templo, y con músicas y canciones caminaron, no mucho, hasta la casa de don Anastasio Muñoz, donde sería el convivio. La fiesta se inició tan suntuosa que los mil pesos de don Ramón se antojaban una moneda dentro del presupuesto a la vista.

Todos notaron la ausencia, en la iglesia, de don Ramón y el anciano “Ta Culás”: el primero, contra el pronóstico de don Perfecto Carpizo, seguía amarillo en su hamaca; “Ta Culás”, gravemente ofendido desde mucho antes de la ceremonia, durante ella y después de ella, estuvo estornudando sin descanso y, por tanto, sin desmayo. Mas eran las nueve cuando alguien, en medio del regocijo y los brindis, dio la voz de alarma:

–Ya se privó “Ta Culás”. Sólo estornudo cinco veces.

Mucha gente salió corriendo, en auxilio del anciano. Mónica, Miquita y el “niño” Ramón entre otros. El doctor Carpizo corría también, arrastrado de una mano por el señor don Anastasio Muñoz que, por el camino, pedía a gritos que alguien fuera en busca del maletín del galeno.

Cuando el médico y su conductor llegaron, el viejo, en su hamaca, estaba muerto.

La veleta rechinaba con desusada estridencia. Parecía que ella misma silbaba para llamar al viento o que llorase por la muerte de “Ta Culás”.

Jesús Amaro Gamboa

 

Continuará…

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