XX
TA CULÁS
Continuación…
Setenta años tendría “Ta Culás” y su hija Mónica veinticinco cuando ésta le dio el disgusto de hacerlo abuelo. Así nomás. Sin casamiento con nadie. “Detrás de la Iglesia,” como dijo la gente. Sin saberse con quién. Aunque se sospechaba primero, y se supo después con certeza, que fue el viejo don Ramón, según contaba don Tanish y sus numerosos amigos. Y ahí estaba ahora Miquita, bisbirinda y malcriada, con sugerentes curvas bajo el “hipil” –más hermosa que lo fue su madre– haciendo groserías a su abuelo y trastornando el seso a los mozos del pueblo.
El chusco de Chapisté –uno de esos que destripan en Mérida y regresan a su aldea a ser todo y nada– hizo un chiste a propósito. Algo así como un inútil e intrincado problema de álgebra. Decía así: “Ta Culás” tenía el triple de la edad de Mónica cuando ésta lo hizo abuelo. Cuando la nieta tenga la edad que tenía su madre al parirla, ¿cuántos bisnietos tendrá “Ta Culás”? El problema corría de boca en boca y cada quien lo modificaba a su antojo, con más o menos malicia. Pero ahora el problema ya no era ese. La cosa estaba en saber quién sería el hombre que hiciera bisabuelo a “Ta Culás”. Porque muchos andaban tras la chica como machos en brama. Y a quien la moza silbaba con el pretexto de llamar al viento era a Ramoncito Villar, el de la tienda, hijo del viejo don Ramón.
–Mónica, cuídame a esa chiquita. Ya sé que mi Ramoncito le anda “fajando”. Y eso… Tú lo sabes mejor que yo. No puede ser. Es su medio hermana.
“Ta Culás” no supo nunca quién era el padre de la chiquilla. Ni por lo visto le interesó averiguarlo. Mas para evitar que le dieran más nietos, prohibió a Mónica entrar a servir y, cuando la enviaba a la tienda o a traer estiércol de los corrales de don Ramón, solía decir:
–Aquí escupo, mujer. Si se seca mi saliva antes de que regreses… ¡Agárrate! –y le enseñaba la soga del “brazo” de la hamaca.
Mónica aprendió a poner otro escupitajo sobre el de su padre sin que éste lo notara, y a retardarse por tanto, cuando iba a la tienda, sin que el líquido reloj pudiese marcar el breve plazo. Porque verla embarazada y sacarla de casa de don Ramón fue todo uno, con la murmuración de la gente que había empezado a decir “que si había sido buena la levadura, según levantaba el pan” y que si “Mónica debió reírse mucho con las cosquillas que el viejo don Ramón acostumbraba hacer a las muchachas con sus enormes bigotes”, “muchachas a las que era muy afecto el viejo ese” y otras especies calumniosas que don Tanish echaba a volar, ayudado con su filosófica expresión de: “Hay caa cabrón en este mundo”.
Así es que como hija de don Ramón vino al mundo la rapazuela malcriada que ayudaba a regar a su abuelo cuando quería; que se subía a los árboles como una mona –como una tucha, decía “Ta Culás”– y que se comía los mejores rábanos que lograba el anciano. Era la que le “calentaba la cabeza”, negándose a silbar para que soplara el viento. Y girase la veleta para bombear agua del pozo. Era la que, lo único que hacía con gusto, consistía en ir a la tienda. Todo para que “Ta Culás” volviera al empleo de su vieja fórmula:
–Pero “aviolenta”, ¿lo oyes? Aquí escupo. Si cuando vuelvas ya se secó mi saliva… ¡Agárrate! –y le enseñaba la soga de la hamaca, maquinalmente.
Era la misma historia. La chica que hacía como que se marchaba, para descuidar al abuelo y poner más saliva sobre el escupitajo del viejo. Sabía echarse a la boca semillas de tamarindo y pensar en la fruta verde y ácida, sazonada con sal y chile, para que la boca se le hiciera agua y fluyese la saliva a borbotones y aumentar con ella la cantidad de su ausencia. A veces protestaba la rapaza porque el abuelo escupía sobre la tierra suelta. Regateaba el tiempo de su libertad.
–Así no, abuelo. Mejor sobre la laja. Pero en la sombra, en la tierra se seca antes de que yo llegue a la tienda. Ni que yo vaya volando como una mariposa.
–¡Qué mariposa ni qué niño muerto! Mariposa la “limpia” que te voy a dar.
Y la limpia era la zurra que nunca llegaba, anunciada a soga de hamaca, por la que el anciano simulaba ir, tragándose una mueca de risa, por las trácalas y regateos de la nieta.
La moza corría a la tienda, cantando, o haciendo música con su silbido. Los hombres se asomaban a verla, por aquello que ella misma se palmeaba las nalgas, como si la cabalgara un jinete invisible y la estimulase a manazos sobre las ancas.
–¡Ay, diosén! –decían algunos al paso ruidoso y salaz de la muchacha –Agua que no vas a beber, déjala que se vaya corriendo.
Y las mujeres, todas, merecidas ya o en estado de merecer, murmuraban como réplica al tácito deseo de los hombres.
–¡Juh! Es la loca esa que va a la tienda. Como no se cuide ya verá lo que le va a pasar con Ramoncito.
Y cuando tiempo después la vieron pasar silenciosa y triste, a paso natural, creyeron que había llegado la hora de decir: –¡Juh! A ésa ya le pasó aquello…
Cuando Mónica compareció ante don Ramón Villar, el reloj del municipio estaba dando la diez y esa era la hora en que “Ta Culás” no había dejado de escandalizar, por enésima vez aquel día, con sus estornudos, pero sin que le diera su soponcio, cosa rara desde días atrás, no obstante la desaparición de la nieta.
El viejo comerciante hizo pasar a Mónica a la trastienda y le espetó:
–Vas a decirme con quien se largó esa criatura, ¿lo oyes?
–Yo no sé con quién se huyó, “tat”.
–¿No te dije que la cuidaras? ¿Qué “ño” Ramóncito le andaba “fajando”?
–Sí y pues, me lo dijistes, “tat”. ¿Pero cómo le iba yo a decir a Miquita que el “ño” Ramoncito es su medio hermano?
–No había necesidad de eso. Con cuidar a la mocosa todo quedaba arreglado. No debiste soltarle la cola ni un momentito.
–Sí y pues. Así debió ser; pero ya dio su mal paso. ¡Qué le vamos a hacer! Sólo sí –y la mujer rompió a llorar– yo no sé cómo se va a poner el remedio de esto que ya sucedió.
–¡Ahora sí que la fregamos! Mas si crees que fue el “ño” Ramón el que se la robó. ¿No has visto que sigue despachando en la tienda? Ahí está su hamaca. Desde que me robaron, él se queda a velar.
–Debe ser como dices, “tat”; pero Miquita no tenía qué ver con nadie más que con el “ño” Ramón.
–¿Te atreves a culpar a mi hijo?
–No y pues. ¡Quién me viera! No lo culpo; pero es el único que silbaba detrás de la albarrada para que salga Miquita a conversar con él. Mi hija no es una mujer cualquiera. Es su nieta de “Ta Culás”. Sólo así, ahora que ya se la robaron, de seguro que ya le pasó algo y… ¿Qué vamos a hacer ahora?
–Seguro que ya le pasó algo. Eso si no es un “peeerico” el que se la llevó. Pero si quieres saber lo que tienes que hacer, te lo voy a decir: criar al niño, mujer, criarlo como bisnieto de “Ta Culás”. O si regresa a tiempo la muchacha, llévala con Laureano Canul, el hechicero, a que la cure.
–¡Eso si que no, entonces! –se indignó la mujer– ¡Quién me viera! ¡Primero muerta que tener ese pecado sobre de mi conciencia! ¡Sí y pues!
–Como te moriste cuando te embarazaste de Miquita, ¿mas si no?
–No me morí, no, porque no tenga yo vergüenza sino porque el hombre que me embarazó de Miquita me gustaba y… –don Ramón se atusó las guías del bigote. Mónica se volvió para retirarse. No la habían llamado para nada importante. Y menos para dejarse ofender.
–¡Espérate! Aquí tienes este dinero. Ve lo que haces con él –y le alargó un pequeño rollo de billetes.
–¿Para qué me sirve eso, “tat”? Otro es el remedio, mas que no haya dinero.
–¡Casorio! ¿Verdad? ¡Casorio! ¡Cómo no! Si lo que pretendes es que el niño Ramón se case con esa putita, ya puedes sentarte a esperarlo. Lo mejor es que te largues del pueblo.
–¡Sí y pues! ¡Que me largue con mi música a otra parte! ¿Mss si no? ¿Y el pobre de mi papá?
–¡Te lo llevas! –rugió don Ramón– ¡No seas bruta, animal! Es lo más fácil.
–Sí y pues, lo más fácil. Se me muere si no vuelve a ver su veleta. Si deja sus sembrados se me muere. Se me muere de un estornudo. ¡Ya está muy viejito el pobrecito de mi papá!
–Pues vete a la porra y lárgate a cuidar al pobrecito de tu papá; pero piensa qué es lo que más te conviene. Porque eso de casar al niño Ramón con su medio hermana, ni pensarlo. ¿Lo oyes? ¿Pero lo estás oyendo, mujer? En todo caso uno de mis mozos o de mis carretilleros podría casarse con ella. Les pongo su casa y sanseacabó.
–¡Santísima! ¡Es posible! ¡Eso no tiene ni nombre! ¡Ea, eh! Porque aunque usted diga que tiene sus dudas de que Miquita, que porque fue sietemesina, es su hija. Es su hija, y muy su hija de usted, “tat”
Jesús Amaro Gamboa
Continuará…