Colonia Yucatán
V
Había entre nosotros un orgullo bien entendido, dice Wita en referencia a su añorada época estudiantil. Era una competencia contigo mismo, no con los demás, aprovechar que todos estábamos juntos para que lo que tú no supieras el otro te lo enseñara, y lo que tú sabías se lo enseñaras a los demás. Venir del mismo medio fue muy importante. Con cada acto, cada día se fue enraizando esto. Nuestra lucha era constante, como te digo; el ejemplo de la constancia es Nego.
Todos estábamos en el mismo salón en la prepa. Carlos Pinto (+) era muy bueno en matemáticas; Mayito era un libro abierto, hasta hoy no he conocido a nadie como él: era muy inteligente, agarraba su libro y ¡pum pum! de memoria, se sabía todo el cabrón, nunca fue egoísta, nadie lo fue. Cuando estábamos en casa de Juan, a veces sólo quedaba una torta que dejaba doña Satur, la rifábamos, pero el que ganaba tenía que compartirla, los demeramos estudiosos, no, que tu del estudiante, odo pero fue !ás como los perritos, viendo a ver que cae. Mayito nos la hacía gacho porque, cuando se la sacaba el cabrón, agarraba la torta y se la pasaba por el fundillo, jajajajaja. No era nada asqueroso, chingao Mayito. “¿Quién quiere?” nos decía. Nadie, jajajaja, él se lo comía, después eructaba, pero era relajo… A mí me estimaba mucho. Ahí todos éramos parejos, no había nadie arriba ni nadie abajo; no eran egoístas, nadie. El que tenía que hacer mérito allá era el más pequeño, que era yo, tenía que buscar mi lugar, pero había que jugársela. Todos nos cuidábamos. Éramos estudiosos, sacábamos 80, 90 puntos de calificación; los de la Colonia nos volvimos famosos por ser buenos estudiantes.
Recuerdo que un día vino el hijo de un importante político que iba a casa de Mazún, ya nos conocía, a pedirnos ayuda. “Sí te ayudamos, pero son $ 400.00” le dijimos, toda una fortuna para nosotros. Dijo que sí, pasó su examen, nos pagó. Ese día compramos dos barriles de cerveza, comida y todo, se armó la cosa con todos. Después nos fuimos al baile al jardín Carta Clara, esa noche tocaban los Pasteles verdes o los Angeles Negros, no recuerdo. Calin Capita, que era muy aventado, ¿recuerdas que él guardó la campana de la escuela un día de examen y como no estudió no quería ir a la escuela? Él quería entrar al baile sin pagar. “Voy a entrar,” nos dijo, brincó la barda, pero cayó cerca de un policía, lo sacaron; pero no se dio por vencido y se fue atrás, brincó de nuevo y otra vez lo sacaron. Terco como era, esperó un rato y volvió a intentarlo de nuevo. Vuelve a brincar la barda y lo vuelven a pescar, casualmente el mismo policía de la primera vez; entonces agarró el tolete del agente, se dio un toletazo en la cabeza y salió caminando… Jajajaja, no entró al baile.
En ese entonces a mí me mandaban treinta pesos al mes -un peso diario-, a otros 25, 20, quizá 15 pesos; lo que hacíamos era juntar todo el dinero y comprar la despensa para todos. Los tres primeros días eran de buena comida, todos éramos parejos, bueno, casi todos, ya que había uno que guardaba su dinero y su mercancía, no era muy solidario, pero nosotros sabíamos dónde lo guardaba y se lo bajábamos cuando iba a la escuela. Hasta que alguien dijo: “Vamos a darle una lección a este cabrón.”
Calin Capita trajo de su casa un calzón azul de arandelas de una de sus hermanas. Cambiamos el foco de luz por uno tenue y, como Capita era de piel blanca, lampiño y tenía piernas de mujer, se puso el calzón, se acostó en la hamaca y se cubrió la cara con una sábana. Sólo se le veían las piernas, la espalda y el calzón, no veías quién era.
“¡Ahí viene, ahí viene!” dijo alguien de los que estaban haciendo fila esperando que viniera de la escuela. Salimos todos a enfilarnos a la puerta, justo cuando estaba entrando aquél que era poco solidario y que queríamos darle la lección. Sale Pancho Contreras -Catra- del cuarto, subiendo su pantalón y cerrando el cierre al tiempo que decía: “¡Ufff! Ri- quí- si- mo.” “¿Qué pasa allá?” preguntó aquél. “Hay una chava en la hamaca,” le contestó Pancho. “¿Cuánto cobra?” preguntó ilusionado aquél. “¿14 pesos? Nooo, solo tengo un billete de diez guardado en mi libro.” “No, no, ¡ca- tor- ce pesos!” le insistió Pancho. Desesperado, buscó el resto del dinero entre las bolsas de su pantalón y lo completó. “Pero tienes que hacer cola,” le dijimos. “¡A la cola, a la cola!!” empezamos a gritar todos. “¡Déjenlo pasar!” ordenó Catra, “pero cierra tus ojos,” le dijo, lo tomó de la mano y lo metió al cuarto. “No abras los ojos” le exigió y lo condujo hacia la hamaca…
Comenzó a pasarle la mano despacio, poco a poco, el hasta entonces poco fiel compañero en las piernas de la supuesta chamaca. Pero estaba impaciente, ya quería brincar a la hamaca hasta que se calentó, no pudo más, no se aguantó, abrió la hamaca y se tiró… Cuando vio que era Calin Capita con su calzón azul, ja ja jajajaaa, “¡¡Jueputassss!! Que me devuelvan mi dinero.” Ja ja ja ja ja… Toda la noche estuvo pidiendo su dinero. Así aprendió el cabrón, dice Wita entre sonoras carcajadas.
Continuará…
L.C.C. VICENTE ARIEL LÓPEZ TEJERO