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Vuelo y atadura

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Letras

Rosario Sansores Pren

José Juan Cervera

Más que en sus formas de expresión, las escritoras de hoy coinciden con sus colegas de otras épocas en el impulso que las lleva a sobresalir en un mundo moldeado por los varones como signo de predominio social. Las dificultades que enfrentan para lograrlo y la calidad de sus creaciones constituyen un motivo suficiente para contribuir a divulgar el ejemplo de las mujeres que abrieron brecha en este campo en que la desigualdad sigue siendo una característica notable.

De la yucateca Rosario Sansores Pren (1889-1972) han vuelto a editarse algunas obras en las primeras décadas del presente siglo, su trayectoria literaria ha sido objeto de estudio, y su nombre perdura en canciones con letra de su autoría que son interpretadas en varios países de América hispana, acciones que favorecen la revaloración de su memoria artística.

Su poesía, dotada de una estructura sencilla que refleja sentimientos directos, es fluida y propicia a ser musicalizada, como lo demuestra el trabajo de muchos compositores que crearon con ella piezas que se cantan dentro y fuera de su tierra natal. Se le recuerda de manera especial por sus crónicas periodísticas que, con estilo claro y oportunos recursos descriptivos, fueron del gusto de un público amplio, dándole renombre entre sus contemporáneos.

Al igual que en sus versos, las narraciones que escribió reflejan el mundo afectivo en que mujeres y hombres enfrentan retos constantes para forjar encuentros profundos; en ellas emplea tramas que se resuelven siempre en la visible correspondencia de causas y efectos, de tal manera que quienes obran mal reciben castigos proporcionales a la iniquidad de sus actos, en ambientes en que el sufrimiento agobia los lazos más íntimos de las personas. Son textos que, entre destellos de aparente ingenuidad, tocan prácticas como la prostitución, el adulterio y el incesto, asuntos que aborda en atmósferas aderezadas con sustancias mágicas, descubrimientos prodigiosos, artes adivinatorias, pactos demoniacos y maldiciones atávicas que dan colorido a las historias expuestas.

Fue colaboradora de numerosas publicaciones periódicas de México y Cuba, donde vivió durante muchos años. Sabía que sus escritos eran bien recibidos por otras mujeres, y en ocasiones hizo explícita esta idea en las páginas que compartía con sus lectoras. Reflexionó sobre la condición femenina y los prejuicios que la sujetan en el marco de las relaciones sociales. Como ejemplo de ello, en el Diario del Sureste publicó un artículo, en marzo de 1935, que tituló “El fracaso amoroso de la mujer intelectual”, en el que postula que quienes se desenvuelven en ese ámbito se topan de inmediato con la imposibilidad de ser felices por más que se empeñen en tal propósito.

Tras emitir este enunciado tajante, destaca como argumento las expectativas resultantes del sistema de restricciones que trae consigo la educación dirigida a la población femenina; apunta también que, cuando al margen de él algunas mujeres desarrollan ciertas facultades cognitivas más allá de lo convencional, esta ventaja favorece una lucidez que impide la aceptación total de los usos establecidos para regular el trato humano: “Las mujeres intelectuales tienen el orgullo de su propia personalidad. Se saben superiores en cierto modo y de ahí dimana su propia desgracia. Para ser feliz precisa carecer de voluntad, fundirse en la del hombre amado, entregarse plenamente en sus manos como un pedazo de cera a la que él pueda dar la forma que desee. Prescindir, en fin, de todo lo que sea personal y definido. Como es lógico, la mujer inteligente se resiste y defiende su derecho a pensar libremente y a exponer sus ideas con entera claridad.”

No es necesario escudriñar la vida de Rosario Sansores para inferir las tensiones que tuvo que afrontar en ella desde la perspectiva que señala en el escrito citado, aunque por supuesto sea útil aproximarse a sus datos biográficos para situar su obra en el marco de los acontecimientos que dieron cauce a sus inquietudes. En el prólogo de su poemario Las horas pasan (1921) advierte que el aprendizaje en los libros y la experiencia vivida la hicieron pensar que los golpes de la adversidad no constituyen un paso obligado a la amargura, y añade: “Bebe el vino de tu vaso sin impaciencias y ve ciegamente hacia tu destino, que no ha de cambiarse, por amor a ti.”

Hay muchas formas de concebir las satisfacciones, los conflictos y los reveses que surgen todos los días y que traen consecuencias insospechadas. Entre las mujeres de hoy habrá quienes no concuerden con los razonamientos deterministas y la aceptación serena que la autora predica en esas líneas, fruto de su tiempo y de una voz que, sin embargo, merece ser atendida para discernir el fondo de sus palabras y para colmar insuficiencias sociales, a fin de construir una realidad distinta.

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