V
PRIMER VIAJE A YUCATÁN
(1839)
Continuación…
«En el curso de la mañana visité muchas chozas de los indios. Su construcción es de forma oblonga, con gruesos palos sembrados perpendicularmente sobre el suelo y cubiertas de guano: algunas eran cómodas y limpias. Todos los hombres estaban fuera en sus trabajos, y durante el día se veía una procesión de mujeres vestidas de género blanco de algodón, que pasaban de la portada a la noria a sacar agua. Nos fue muy agradable observar que el casamiento se consideraba como propio y conducente al buen orden, a la abundancia y probablemente a la felicidad individual. D. Simón lo protegía y promovía: no le gustaba tener solteros en sus haciendas, y hacía casar a todo indio que tuviese la edad competente. A menudo proporcionaba mujer para casarse al indio que se quejaba de no tenerla. En su última visita, había hecho cuatro casamientos el día anterior a nuestra llegada y el mayordomo de Delmónico había ido al pueblo más cercano acompañando a las parejas para pagar al padre que había de casarlos el derecho de trece reales por cada matrimonio. Tuvo temor de confiarles el dinero, porque no lo fuesen a gastar y se desbaratasen las bodas. El viejo mayordomo era enérgico para llevar adelante las miras de su amo en esta importante materia y en aquel día se le presentó un caso delicado. Una muchacha india se quejó contra una mujer casada, porque la calumniaba o desacreditaba.
“Dijo que estaba comprometida a casarse con un joven a quien amaba y de quien era correspondida: que la mujer casada había injuriado su buena fama, asegurando que estaba deshonrada: que se lo había dicho al mismo joven, agregando que todas las mujeres de la hacienda lo habían visto, y que se mofaban de él, porque trataba casarse con una muchacha que se hallaba en una situación desgraciada, y que por esto ya no quería el joven casarse con ella. La mujer casada tenía en su apoyo una multitud de testigos, y es preciso convenir en que las apariencias estaban en contra de la que se querellaba; pero el viejo mayordomo sin examinar bien las pruebas y méritos que había, decidió en favor de la muchacha en términos generales. Indignado de ver que se había impedido un casamiento, se dirigió a la casada, y le dijo: “¿Con qué derecho te entremetes en un asunto que no te importa? ¿Qué cuidado se te da de que sea cierto lo que dices? Nada de esto era de tu incumbencia. Tal vez el joven lo sabía, y aun había sido la causa, y se hubiera casado con la muchacha y vivido felizmente, si no fuera por ese chisme.” Y sin más comentario, sacó una disciplina de cuero y empezó a azotar con fuerza a la indiscreta comunicadora de noticias desagradables. Concluyó con una furiosa reprimenda contra los chismosos y las mujeres en general, quienes, decía él, causaban los disgustos de la hacienda, y que los hombres estarían quietos si no fuese por ellas. Las mujeres de la hacienda quedaron espantadas al ver el inesperado aspecto que tomaron las cosas, y después de todo, rodearon a la víctima, se marcharon con ella y la consolaron cuanto podían. La muchacha se fue sola; el corazón de las otras estaba empedernido contra ella, y tanto en la vida selvática como civilizada,
“Every wo a tear may claim,
Except an erring sister’s shame” (1)
«Por la tarde, la fiebre había dejado a Mr. Catherwood en un estado de suma languidez. La hacienda era malsana en aquella estación: los grandes bebederos y estanques de agua situados alrededor de la casa estaban verdes, y con las lluvias regulares por la tarde producían fatales fiebres. La salud de Mr. Catherwood estaba ya muy quebrantada, y en medio de la inquietud que era consiguiente, creí necesario que dejase la hacienda y aun el país si era posible. Calculamos que, saliendo a la mañana siguiente, llegaríamos a buen tiempo para embarcarnos en un bergantín español con destino a La Habana; y después de reflexionar por el espacio de diez minutos, determinamos volver a nuestro país. Inmediatamente comunicamos este proyecto al mayordomo, quien subió al campanario de la capilla a llamar un coche que debería estar listo a las dos de la mañana siguiente.
«Entretanto volví a dar otra ojeada a las ruinas. Antes que dejásemos este país (los Estados Unidos), había aparecido la obra de Mr. Waldeck sobre estas ruinas. Se publicó en París en una edición de a folio, con estampas caprichosa y hermosamente iluminadas, y contiene el resultado de su residencia durante un año en Mérida y ocho días en Uxmal. En el tiempo de su visita, las ruinas estaban cubiertas de árboles que han sido derribados de un año a esta fecha: así es que todas están expuestas a la vista. Tratando de dar una descripción de estas ruinas, se me presenta una obra tan vasta como ésta, que no sé por dónde empezar. Detenidos en el mismo principio de nuestros trabajos, no puedo dar un plano general; pero afortunadamente todo el campo estaba desmontado limpio y a la vista: la primera mirada lo grabó indeleblemente en mi imaginación, y el único día de trabajo de Mr. Catherwood estuvo bien empleado.
«El primer objeto que se mira al salir de los bosques es el edificio llamado casa del enano: sobresaliendo entre montones de ruinas y grupos de edificios gigantescos, el ojo vuelve a fijarse en esta elevada estructura: fue el primer edificio en que entré. Desde la puerta del frente conté dieciséis elevaciones, con paredes rotas, montones de piedras y vastos edificios que a semejante distancia parecían intactos y como desafiando a los siglos. Estaba en pie en el punto mencionado, cuando el sol tocaba a su ocaso y echaba de los edificios una ancha faja de sombra sobre los terrados en que estaban situados, ofreciendo una escena bastante extraña para una obra de encanto.
«Este edificio tiene de largo sesenta y ocho pies: la elevación en que está situado está construida con solidez sobre la misma llanura y es enteramente artificial: su forma no es piramidal, sino oblonga y redondeada; tiene de largo en su base doscientos cuarenta pies, y de ancho ciento veinte pies, y está protegido en todo el rededor hasta la misma cima por una pared de piedras cuadradas. Tal vez las elevadas y arruinadas estructuras del Palenque que hemos llamado piramidales y que no pudimos observar con exactitud por estar tan arruinadas, eran originariamente de la misma forma. Sobre el lado oriental de la estructura está una ancha escalera de piedra con escalones de ocho a nueve pulgadas de alto; pero tan pendiente que se necesita mucho cuidado para subirla y bajarla: contamos ciento un escalones en su lugar: faltaban nueve en la cumbre y tal vez veinte estarían cubiertos de tierra en la base, Sobre la cima o parte superior de los escalones hay una plataforma de piedra de cuatro y medio pies de ancho, que corre en toda su extensión la parte posterior del edificio: no hay puerta ninguna en el centro, sino una a cada extremidad que conducen a cuartos de dieciocho pies de largo y nueve de ancho, y entre estos dos, hay otro cuarto que tiene el mismo ancho y treinta y cuatro pies de largo. Todo el edificio de piedra: en la parte interior las paredes son de un pulimento terso, y de la parte exterior hasta la altura de las puertas, las piedras son lisas y cuadradas: sobre esta línea hay una rica cornisa o moldura, y de aquí hasta la cima del edificio todos los lados están cubiertos de ricos y elaborados adornos esculpidos, formando una especie de arabesco. El estilo y carácter de estos adornos eran enteramente diferentes de los que habíamos visto hasta entonces, tanto en aquel país como en cualquier otro: no tenían semejanza ninguna con los de Copán o Palenque y eran enteramente únicos y peculiares. Los diseños eran extraños e incomprensibles, muy elaborados, algunas veces grotescos, pero más comúnmente simples, graciosos y hermosos. Entre los objetos inteligibles había piedras cuadradas y de figura diamantina y con bustos de seres humanos, cabezas de leopardos y composiciones de hojas y flores, y los adornos conocidos en todas partes bajo el nombre de grecques. Los adornos que se suceden unos a otros son todos diferentes: el todo forma una extraordinaria masa de riqueza y complicación, y el efecto es magnífico y curioso. La construcción de estos adornos no es menos peculiar y sorprendente que el efecto general. No había piedras de una pieza que representasen separadamente una sola materia; sino que todas las combinaciones se forman de piedras distintas, sobre cada una de las cuales está esculpida parte del objeto que se quiere representar, y colocada en el lugar que le corresponde en la pared: cada piedra por sí sola era una fracción sin significado, pero unida a otras ayudaba a formar un todo, que sin ella hubiera sido incompleto: acaso puede llamársele con propiedad un mosaico esculpido.
«De la puerta del frente de este edificio extraordinario, un suelo de calicanto duro, de veintidós pies de largo y quince de ancho, conduce a la azotea de otro edificio construido más abajo, sobre la estructura artificial. No hay escalera alguna, ni comunicación visible entre los dos; pero bajando un montón de tierra que está a lo largo de un lado del edificio bajo, y dando vuelta por un ángulo del mismo, entramos por una puerta de cuatro pies de ancho que está al frente, a un cuarto de doce pies de alto con corredores que recorrían todo el ancho: el que estaba al frente, tenía siete pies y tres pulgadas de fondo, y el otro tres pies y nueve pulgadas. Las paredes interiores eran de piedras cuadradas pulidas, y no se encontraba otra puerta ni medio de comunicación con los demás lugares Los escalones que conducían del paso de la puerta al pie de la estructura estaban enteramente destruidos.
«Los indios ven estas ruinas con reverencia supersticiosa. No se acercan a ellas de noche, y tienen la antigua tradición de que están ocultas en ellas inmensas riquezas: a cada uno de los edificios, se ha puesto un nombre: este de que acabo de hablar se llama la casa del enano, y está tenido por sagrado en virtud de una leyenda o cuento desatinado, que me refirió un indio sentado en el dintel de la puerta, y es como sigue. Había una vieja que vivía en una cabaña, situada en el mismo lugar que ocupa la estructura sobre que está levantado este edificio, opuesto a la casa del gobernador de que hablaré después; se quejaba de no tener hijos: en medio de este sentimiento, cierto día tomó un huevo, lo cubrió con un paño y lo guardo cuidadosamente en un rincón de la choza: todos los días iba a verlo, hasta que una mañana encontró que el huevo se había empollado, y de él nació una criatura. La vieja se regocijó y le dio el nombre de hijo; le proveyó de una nodriza y se encargó también de cuidarle; de suerte que al año andaba y hablaba como un hombre; pero entonces dejó de crecer. La vieja nunca estuvo tan contenta; y decía que el muchacho sería con el tiempo un gran rey o señor. Un día le dijo que fuese a casa del gobernador y le provocase a un desafío de fuerza: el enano lo repugnaba, suplicando que desistiese; pero la vieja permaneció tenaz en su intento, y él por último obedeció: admitido por la guardia, desafió al gobernador y éste sonriéndose le dijo que levantase una piedra de tres arrobas de peso; el muchacho empezó a llorar y tuvo que volver a su madre, la que le envió otra vez a manifestar que, si el gobernador la levantaba primero, él lo haría después. El gobernador la levantó, y el enano inmediatamente hizo otro tanto. El gobernador, acreditó con otras muchas pruebas su pujanza y fortaleza, y todas eran imitadas y repetidas por el enano. Por último, indignado el gobernador de verse igualado por un enano, le intimó que si en una noche, no fabricaba una casa más alta que cualquiera otra del lugar, le daría la muerte. El pobre muchacho ocurrió otra vez a su madre anegados sus ojos en lágrimas, y ella le dijo que no se desconsolase: a la mañana siguiente despertó encontrándose en este elevado edificio. El gobernador viéndole desde la puerta de su palacio, se llenó de asombro, y previno que le trajesen al enano: apenas se presentó le dijo que le recogiese dos atados o líos de palma de cocoyol, palo muy duro, con uno de los cuales el gobernador le golpearía la cabeza, y después el enano le correspondería con el otro. El enano lloró de nuevo y corrió a verse con su madre, quien le encargó no tuviese miedo, poniéndole sobre la coronilla de la cabeza una tortillita de trigo; esta ocurrencia, fue presenciada por todos los hombres grandes de la ciudad: el gobernador rompió su lío sobre la cabeza del enano, sin haberle lastimado en lo más mínimo: entonces hizo todo lo posible por evitar la prueba que sobre su cabeza debía hacerse; pero habiendo dado su palabra en presencia de sus oficiales se vio en la necesidad de ceder. El golpe del enano le hizo pedazos el cráneo y todos los espectadores le proclamaron vencedor y dueño del gobierno: a la sazón murió la vieja: pero en el pueblo indio de Maní distante diecisiete leguas hay un profundo pozo en donde nace una cueva que bajo de tierra conduce por una inmensa distancia hasta Mérida. En esta cueva, a las orillas de un riachuelo y bajo la sombra de un gran árbol, está sentada una vieja con una serpiente al lado vendiendo agua en pequeñas cantidades; no por dinero sino por una criatura o muchacho para darle de comer a la serpiente, y esta vieja es la madre del enano. Tal es la caprichosa tradición enlazada con este edificio, y apenas parece más extraña que la estructura del edificio a que se refiere.
«El otro se llama la casa de las monjas o el convento, nombre que puede originariamente tener alguna relación con las vestales que se empleaban en México, en conservar ardiendo el fuego sagrado; aunque en boca de los indios de Uxmal, no creo que se refiera a la historia, tradición o leyenda, sino que se deriva enteramente de confusiones españolas.
“Está situado sobre una elevación artificial de unos quince pies. Su forma es cuadrangular, y un lado, según mi medida, tiene noventa y cinco pies de largo: no fue posible andar toda la distancia por los montones de piedras caídas que obstruyen el paso; pero puede afirmarse con seguridad que tiene doscientos cincuenta pies cuadrados. Del mismo modo que la casa del enano, está construida enteramente de piedras cortadas, y todo el exterior está lleno de los mismos ricos, elaborados e incomprensibles ornamentos esculpidos.
«La entrada principal es por un gran pasadizo que de la puerta conduce a un hermoso patio de yerba crecida, pero limpio de árboles y toda la fachada interior está adornada con más riqueza y curiosidad, que la exterior, y se halla en un estado más perfecto de conservación. En un lado la combinación era una forma simple, pura, graciosa: y en el frente del patio dos serpientes gigantescas con sus cabezas rotas y caídas rodeaban toda la fachada en direcciones opuestas
«En el frente y en línea recta de la puerta del convento, hay otro edificio del mismo carácter general, llamado la casa de tortugas, por unas tortugas esculpidas sobre el pasadizo de la puerta: este edificio está cuarteado en varios lugares, como si hubiera sido sacudido por algún terremoto: se encuentra casi en el centro de las ruinas, y desde arriba se presenta la vista de una magnificencia singular, pero arruinada
«Un poco más la derecha, pasando sobre montones de ruinas, hay otro edificio que desde una gran distancia llamó nuestra atención por sus adornos claros y elegantes. Llegamos a él subiendo por dos altos terrados. El edificio general, era semejante a los de más y a lo largo de su parte superior, corría una pared alta adornada en esta forma por lo que se llamaba la casa de las palomas, y a cierta distancia, más bien parecía un palomar que otra cosa.
“Al frente se extiende una gran calle con una línea de ruinas por cada lado, la que conduce de las paredes exteriores el convento a un montón de ruinas, que probablemente habrán sido algún edificio de que aquel parecía un vestíbulo o habitación del portero. Entre los dos había gran patio con corredores a los lados y el piso sonaba hueco: un lugar la superficie está rota, y bajé a una grande excavación cubierta de cal y canto y era probablemente algún granero. Hacia la parte posterior del edificio, sobre un alto y desmoronado terrado a que era difícil subir, había otro edificio mucho más arruinado que los demás; pero debe haber sido uno de los más importantes de la ciudad, y tal vez el templo principal, si se considera el estilo de su arquitectura y situación dominante; pues exceptuando la casa del enano, era más elevado y parecía haber estado unido a un montón de ruinas algo distantes que se hallaban al frente: los indios le daban el nombre de cuartel. Desde allí se divisaban otras ruinas que no se incluyen en la enumeración de las que se veían desde la casa del enano, presentando un aspecto de magnificencia bárbara, que confundía del todo cualquiera noción previa con respecto a los habitantes aborígenes de este país, y excitaba emociones, que no habían sido causadas por cosa alguna de las que habíamos visto hasta aquí.
«Había una circunstancia extraña relacionada con estas ruinas: no se había descubierto agua, ni había un solo manantial, fuente o pozo que supiesen los indios, y que estuviese más cerca que la hacienda, distante media legua. Los manantiales aborígenes que ministraban este elemento de la vida, habían desaparecido; los aljibes se habían roto y secado los manantiales. Como supimos después, éste era un objeto de grande interés para D. Simón, y ansiaba particularmente una completa exploración de las ruinas: suponía que la superficie del país no había cambiado y que en alguna parte subterránea debían existir aljibes, pozos o recipientes que hubiesen proveído de agua a los antiguos habitantes de la ciudad: el descubrimiento de estos pozos, o depósitos de agua en aquella región, sería como hallar una fuente en el desierto, o hablando más poéticamente, encontrar dinero: el consumo de agua sería ilimitado: un sin número de luneros podía sacarla de ellos y la antigua ciudad se volvería a poblar sin necesidad de hacer gastos de pozos o estanques.»
John L. Stephens
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NOTAS:
1 No hay desgracia que no arranque una lágrima: menos la que proviene de una flaqueza de nuestra hermana.
Continuará la próxima semana….