Inicio Recomendaciones Viajes a Yucatán – II

Viajes a Yucatán – II

6
0

II

PRIMER VIAJE A YUCATÁN

(1839)

Haciendo Mr. Stephens frecuentes alusiones a su primer viaje por Yucatán, se ha creído conveniente publicar aquí lo más importante de esta parte de su obra titulada “Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatán”.

“Dos millas antes de llegar a Mérida comenzamos a distinguir las torres de sus iglesias: a las seis de la tarde entramos en la ciudad. Las casas son bien construidas con ventanas saledizas o voladas: muchas de ellas tienen dos pisos. Las calles son limpias, alegres y animadas; y el pueblo en general anda bien vestido. Veíamos variedad de calesas, caprichosamente pintadas y cubiertas de lienzo, dentro de las cuales aparecían señoritas primorosamente vestidas, con la cabeza descubierta y el cabello adornado de flores, lo cual daba a la ciudad cierto aire casi poético de alegría y de belleza; circunstancia que nos llamaba la atención tanto más cuanto que acabábamos de viajar por ciudades tristes y sombrías. Ningún lugar, hasta entonces, nos había causado una primera impresión más agradable. Al entrar en el espacioso hotel que dirige Da. Micaela nos pareció que, como por encanto, habíamos caído sobre una ciudad europea.

“El lector tal vez va a sorprenderse con la noticia; pero yo tenía en el país un amigo que me esperaba. Antes de embarcarme en Nueva York acostumbraba comer en el hotel Fulton Street, que es el más frecuentado de los hispanoamericanos, y allí conocí a un caballero de Mérida que supe era el propietario de las ruinas de Uxmal. Hasta entonces nada sabía sobre la posición y circunstancias de mi nuevo amigo; pero llegué a Mérida, y me encontré con que todo el mundo conocía allí a D. Simón Peón. Pasamos pues a su casa, que es una mansión extensa, de apariencia aristocrática, construida de una piedra gris oscuro, adornada de ventanas voladas, y que ocupa casi la mitad de uno de los lados de la plaza. No estaba allí D. Simón, que había ido a Uxmal, pero vimos que su esposa, padre, madre y hermanas, pues la casa era una residencia de la familia, y los distintos miembros de ella tienen sus haciendas particulares. De él habían sabido mi proyectado viaje, y me recibieron como a un conocido. Esperaban a D. Simón entre pocos días; pero con el deseo de encontrarle en Uxmal, determinamos continuar inmediatamente. Da. Joaquina, la señora su madre, nos ofreció hacer todos los arreglos necesarios para el viaje y enviar un criado en nuestra compañía.

“Hacía mucho tiempo que no teníamos un rato tan agradable: vimos muchas personas que por su apariencia y maneras acreditarían cualquiera sociedad y no dejamos a Mérida sino con vehementes deseos de hacer en esta ciudad una larga mansión. Ese día era la víspera del Corpus. Dos lados de la plaza están decorados de portales; y los otros dos lo estaban entonces de enramadas de yerba verde, entre las cuales había multitud de luces; vistosos grupos se presentaban en los portales y enramadas: al frente de las casas se colocaban sillas y bancos para sentarse.

“La ciudad de Mérida contiene sobre veinte mil habitantes: está construida en el sitio de un antiguo pueblo indio, y su fundación data desde muy pocos años después de la Conquista. En diferentes partes de la ciudad existen restos de edificios indios. Como capital del poderoso Estado de Yucatán, ha gozado siempre de un alto grado de consideración en la confederación mexicana, y en toda la República es afamada por sus sabios y hombres eminentes…. El día siguiente se celebraba, como he dicho, la fiesta del Corpus por toda la América española; la más grande en la Iglesia Católica. Por la mañana temprano, al repique de las campanas, nos dirigimos a la catedral, la cual es grande e imponente, con techo de bóveda y dos hileras de elevadas columnas: el coro está en el centro, y el altar estaba ricamente adornado de plata. Pero el grande atractivo consistía en las señoritas arrodilladas al pie de los altares, con mantillas blancas o negras sujetas en la coronilla de la cabeza: algunas de ellas eran de una pureza y hermosura tan angelical, que en su traje, maneras y apariencia realizaban las pinturas del romance español. Es verdad que las señoritas españolas en ninguna parte parecen más hermosas como en la iglesia.

“Después de haber visitado a un caballero para quien teníamos cartas de recomendación, volvimos a la plaza para ver la procesión que nos pareció inferior respecto de las que habíamos visto en Guatemala; los grupos de gente reunida en los corredores y enramadas presentaban, sin embargo, un brillante espectáculo. Había una multitud de indígenas de ambos sexos (la raza más bien parecida que hayamos visto) vestidos con el mayor aseo; y podemos asegurar que en todo el inmenso concurso de Corpus no se notaba un solo traje que no estuviese limpio, pues ningún indio, sin tenerlo decente, se presenta aquella mañana, según nos informaron. Las mestizas vestidas de blanco con bordados en el ruedo, mangas y cuello, eran verdaderamente bonitas y de expresión dulce, alegre y amable. En las puertas de las casas, bajo los portales y enramadas se veían las señoritas lujosamente vestidas con mantillas o flores en el cabello, combinando de tal modo la elegancia de aspecto con la sencillez de maneras, que ofrecían una escena de belleza, casi poética. Su aire de alegría y franqueza, tan poco parecido al de las afligidas caras de Guatemala, daban a entender que eran lo que Dios no quiso que fuesen “felices”…(1)

“Del palacio episcopal, fuimos al teatro que es un extenso edificio, propio para su objeto. La primera dama era una señora que comía junto a mí en el hotel de Da. Micaela. Yo empleaba mi tiempo mejor que atender la comedia; pues conversaba con algunas señoritas que brillarían con lucimiento y gracia en cualquier círculo. Una de ellas me dijo, que dentro de pocos días iba a darse una tertulia y baile en una casa de campo cerca de Mérida; y el habernos visto en la necesidad de privarnos de esta diversión, nos fue tanto o más sensible, que el no haber podido usar de la invitación que el Sr. Obispo nos hizo para comer en su mesa. En suma: el rato que pasamos en el teatro consumó la satisfacción del único día que estuvimos en Mérida. Este recuerdo dura en mi alma, como el dulce alivio de muchos meses de tristeza.

_________________________________

NOTAS:

1 Rodolfo Ruz Menéndez. “Ensayos Yucatanenses”. Ediciones de la Universidad de Yucatán. Mérida. 1976.

2 “Palenque”: The Walker – Caddy Expeditions to the ancient maya city, 1839 – 1840. Collected an Edited by David M. Pendergast. University of Oklahoma Press. Norman, 1967.

3 Gustavo Martínez Alomía. “Historiadores de Yucatán”. Prólogo de Rodolfo Menéndez de la Peña. Campeche, 1906.

4 También acompañó a don Simón al destierro Monseñor Norberto Domínguez Elizalde, director del Colegio Católico de Mérida.

5 Joaquín de Arrigunaga y Peón. “Estirpe de Conquistadores”. Academia Yucateca de Historia y Genealogía. “Francisco de Montejo”. Mérida, 1966.

 

Continuará la próxima semana….

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.