Letras
José Juan Cervera
El sentido del humor es una prenda cuyo brote espontáneo, fluido y centelleante, suele llegar acompañado de otras cualidades, signo personal de quien aprende a conocerse a sí mismo en lo básico de su equilibrio. A veces alguien trata de falsificarlo en calidad de divisa forzada, extravío de la conducta que apenas recibe sonrisas fingidas como simple reflejo de su impostura de origen.
Ermilo Abreu Gómez albergó siempre la necesidad profunda de expresarse con el recurso que proveen los valores esenciales de la creación literaria; también reconoció la fuerza integradora de las emociones orientadas a su realización fecunda. El soplo humorístico disipa, con su aleteo jovial, las espesuras que pudieran acechar detrás de la firme serenidad de una página. El buen gusto está más cerca de una actitud relajada frente a los vaivenes de la existencia que de la rigidez y de la monotonía solemne de un enunciado.
El escritor yucateco solía poner en práctica el principio que recomendó cultivar su admirado Azorín en el sentido de sazonar a conciencia los textos en proceso de creación. Condimentos como el azafrán (que recibe también el nombre de alcamonías) brindan la nota metafórica para lograr ese propósito. El ilustre español lo expresa del siguiente modo: “Escribe prosa el literato, prosa correcta, prosa castiza, y no vale nada esa prosa sin las alcamonías de la gracia, la intuición feliz, la ironía, el desdén o el sarcasmo.”
En otra vertiente, el respeto que el lenguaje popular inspiró en Abreu Gómez lo movió a incorporar varios de sus giros en obras suyas, dejando sentir la fuerza del vocablo que circula sin afeites ni ataduras en plazas y callejuelas, recreándolo con los abundantes recursos acopiados en el largo trayecto de su experiencia literaria. De esta conjunción de atributos surgieron títulos como Tata Lobo (1952), cuya suma de peripecias, motes y lances asegura una lectura regocijada. Vale apuntar también el antecedente de su trabajo como autor de libretos de teatro regional en su nativo Yucatán.
Es un brillo retozón que se advierte por igual en sus memorias, en sus ensayos y en sus artículos periodísticos, incluso en varias entrevistas que concedió con generosidad. En La del alba sería…, el primer volumen que reúne sus recuerdos de vida, se encuentran pasajes de este tono, a la manera de los que refieren su trato infantil con los vecinos de la casa familiar, sus noviazgos juveniles o sus andanzas con amigos cirqueros.
En libros como Arte y misterio de la prosa castellana, que dedica a las sutilezas del estilo literario, asoman símiles que exhiben con sorna los excesos en que incurren muchas plumas descarriadas, unas con visos de enmienda y otras sin redención posible, en la misma tónica de los pecados que la creencia piadosa clasifica en veniales y capitales. Entre los primeros figura el uso de barbarismos, y entre los segundos –“que llevan derechito al infierno” – pone a freír el preciosismo y la tendencia –muy marcada en otras épocas– a saturar la escritura de palabras extraídas del latín, al igual que otras manías arcaizantes.
Son muchas sus colaboraciones de prensa que muestran el mismo espíritu, investido de un toque risueño y travieso, distintivo de otros escritos de su autoría. En ellas refiere anécdotas y circunstancias vividas con personajes de toda índole, deslizando frases cuyas resonancias jocosas acogen con beneplácito los lectores. Sin duda fueron muy apreciadas en el tiempo de su publicación, sin que al día de hoy hayan perdido eficacia y frescura.
Una obra se hace notable cuando unifica, en sus formas expresivas, los fragmentos dispersos de la vida desde una perspectiva intensa, portadora de nuevos significados. Abreu Gómez sostuvo la convicción de que la lengua es mucho más que el vehículo de la idea: es el camino por el que transita el sentimiento. El humor que seduce con sello de autenticidad forma parte de un orden sugerido en las inflexiones de una voz cálida y amena, expansiva y cordial. Así se escucha aún en el eco de sus libros.