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Valentina (IV)

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(Cadáver exquisito a tres manos)

IV

 

El amor se presenta de muchas maneras, la mayoría de las veces no nos percatamos de su existencia; algunos lo llamamos sexo, otros lo llamamos cariño, algunos más ternura y afecto, pero pocos lo llaman compromiso.

Para los enamorados del amor el término es efímero, casi divino, una aseveración muy lejos de la realidad. La vida siempre nos depara sorpresas que nos regresan con un golpe a la realidad. Debemos siempre estar atentos, y nunca enamorarnos del amor.

 

Valentina cruzaba sigilosamente el pasillo hacia la cocina, buscando algo para que ella y Carmina coman, tratando de no hacer ruido alguno que perturbara a su mamá que yacía en su habitación.

El ruido de unas llaves amenazando abrir la puerta principal hizo reaccionar a Valentina. Apresuró su caminar, regresando a su habitación sin haber logrado su cometido.

Abrazó a su muñeca y se metió entre las sábanas.

-¡Apresúrate! Valentina ya duerme, y mi tía regresa tarde de trabajar -susurró Abigail, mientras jalaba de la mano a Adonay.

-¡De verdad que estás loca! Y estoy más loco yo por permitirte hacer esto -dijo Adonay, cargado de adrenalina mientras entraba a la casa, mirando temerosamente de un lado hacia al otro, esperando el momento en que serían descubiertos.

-¡Cállate y dame un beso de esos que tú sabes!

Adonay tomó las frondosas nalgas de la joven, apretándolas, acercando su masculinidad a su vientre, (los conocedores llaman a esta maniobra la “caja de cervezas”), y exploró la boca de Abigail en medio de la sala, sin dejar de moverse rumbo al interior de la habitación de Valentina, un par de gatos callejeros que maullaban en la puerta de la casa sirvieron de fondo musical.

Abigail, sobrina de Marcia y prima de Valentina, gozaba de las ventajas que brinda la juventud. Con sus 17 años y unos ojos azules intensos, era una chiquilla caprichosa, acostumbrada a obtener lo que quisiera con solo mostrar el paraíso de su sonrisa. Vivía de novio en novio, aventura tras aventura. Era fanática del rock, —del “death metal” para ser precisos—, siempre vestía de negro lo que la hacía ver más esbelta de lo que era, matizando de manera magistral el par de senos como melones que, joviales, coronaban su belleza.

Vivía apenas a unas calles de la casa de Marcia, por lo cual era bastante cómodo acudir allá cada vez que había oportunidad.

Todos los fines de semana, en especial los sábados, se reunían varios de sus amigos y acudían a casa de la tía Marcia. Los muchachos sabían que de llegar con copas encima, Marcia permitiría que los jóvenes compartieran con ella unos tragos, y a veces la velada se convertía en borracheras épicas con tintes apocalípticos.

Todos los muchachos tenían en su memoria erótica una imagen de la tía Marcia, sentada en el viejo sofá blanco de piel cuarteada, mostrando sus torneadas piernas en aquellas microfaldas que acostumbraba embarrarse encima, portando una camisa roquera negra, logrando una efecto visual exquisito mientras decoraba la mesita de centro con cadáveres de cigarrillos y cuerpo inertes de botellas que emulaban un altar en ruinas a Dionisio.

Valentina pasaba los días encerrada con Carmina y su televisor en la habitación, escuchando las risas de los jóvenes que bebían y escuchaban música en aquel viejo reproductor de casetes en los que Abigail grababa de su estación de radio preferida.

Marcia le tenía mucha confianza a Abigail. Le había dado las llaves de la casa, pidiéndole que estuviera pendiente de Valentina mientras ella trabajaba, o cuando su hermana no pudiera quedarse a vigilarla.

Adonay, un joven estudiante que apenas cursaba el primer semestre de su carrera universitaria, conoció a Abigail en una tocada de rock en el parque “Las rosas”, muy cerca de la “Milpa”. Desde entonces se gustaron y comenzaron a frecuentarse, robándose besos furtivos y prodigándose uno que otro agarrón pasado de tueste.

Ya dentro de la habitación, los besos continuaron. Las bocas de los jóvenes amantes se fundieron en una sola.

La mano de Adonay hurgaba la intimidad de Abigail, sorteando hábilmente su falda, arremetiendo a través de las bragas rosas.

Abigail respondía con humedad y con gemidos discretos que escapaban de su boca.

El olor de la pasión permeó en la habitación y se unió a los sonidos de la humedad.

Los furtivos amantes nunca se percataron de que Valentina los miraba entre las sombras.

Escondida debajo de la colcha, observó cómo los amantes se tocaban mientras estrechaba a ella a Carmina, cerraba los ojos, los volvía a abrir. Hasta que fijó la mirada …

Continuará la siguiente semana…

Capítulo anterior…

 Isaías Solís

yahves@gmail.com

 

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