II
Ignoro si existe el más allá, como muchas otras cosas metafísicas que escaparon a mi entendimiento a lo largo de mi vida.
Cuando aún tenemos algo por hacer, alguien por quién velar, es imposible cerrar los ojos y dejar que las cosas sucedan. Al menos nunca fue así para mí: siempre me costó dejar ir, dejar ser.
A esa cantidad de cosas que desconozco debo agregar una más: ¿puede una entidad, aparentemente sin masa corpórea, influir en el mundo de lo tangible, el de todos los días? ¿Y qué se requiere para influir sobre alguien?
Hay otras preguntas aún más profundas que no logro contestarme: ¿de dónde provienen estos pensamientos?, ¿en dónde estoy?, ¿por cuánto tiempo?
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Marcia llegó a su casa con sus acompañantes. Les sirvió un trago y les dijo que se iba a poner más cómoda para ellos, contoneando provocativamente las caderas y permitiéndoles asomarse a la turgencia de sus senos a través del escote de su vestido.
Luego esperó a que el alcohol hiciera su efecto en ellos.
Los recuerdos acudieron mientras esperaba…
Su matrimonio, y la desinhibición sexual que disfrutó mientras vivió su esposo, eran sus recuerdos más preciados. Sabía, porque Facundo había hecho de su cuerpo su altar, que era atractiva, que su cuerpo incitaba al pecado; lo mejor de todo era que ella disfrutaba del sexo sin remilgos, abandonándose al placer que él le hacía sentir, y al que sus caricias y disposición provocaban en él.
Esa sexualidad no se había ido durante sus embarazos, y tampoco cuando falleció Facundo. Tuvo que prodigarse placer ella misma muchas noches para acallar su fogosidad y dormir tranquila, muchas veces mientras las lágrimas bañaban sus mejillas.
Pronto, muy pronto, comenzó a recibir propuestas de todo tipo por compartir esas ganas.
Durante un tiempo se refugió en atender las necesidades de sus hijas, pero pronto el poco dinero que recibieron del difunto se agotó, y los apremios aumentaron.
Paralelamente, los buitres que deseaban sus carnes la rondaban con mayor frecuencia, prometiéndole toda clase de recompensas por dejar hacer de ellos. Por un lado las propuestas le asqueaban, y por otro su deseo la hacía considerar las posibilidades que yacían bajo los ofrecimientos.
Finalmente, vencida por las necesidades, decidió trabajar en la cantina de la colonia. Tenía un plan…
Desde que comenzó a trabajar en la cantina hacía lo mismo: fingía que estaba embriagada, animaba a aquellos que codiciaban su cuerpo a que la siguieran a casa, asegurándose de que estuvieran lo suficientemente beodos, los embriagaba un poco más hasta que se dormían, para que no se dieran cuenta de que ni gozarían de sus favores, ni extrañaran las pequeñas cantidades que sustraería de sus carteras.
Luego los despertaba, observaba sus caras compungidas y cargadas de remordimientos, y hasta los ayudaba a conseguir transporte fuera de la colonia mientras les ofrecía un café. Muchos hasta le agradecían que los tratara así, mientras intentaban recordar detalles excitantes de la supuesta bacanal sexual en la que habían participado con esa hembra.
Ella les sonreía con la confianza que únicamente emana de aquellos que han compartido el lecho y la han pasado bien, y ese era el punto final para convencerlos de que habían cumplido sus fantasías…aunque no recordaran un segundo de lo que vivieron.
Marcia poseía esa inteligencia nata que proviene de los genes que han sobrevivido por eones de tiempo en este mundo, sabiduría que no proviene de libros sino de experiencias, y que muchas veces la había ayudado a sortear toda clase de vicisitudes en su vida.
Comprendía perfectamente que esa manera de sobrevivir no era para siempre, coqueteando con el peligro, y que tarde que temprano acarrearía consecuencias sobre ella y sus hijas.
Tenía que encontrar otra forma de mantener a su familia…
S. Alvarado D.