Siempre se habla del concepto del vacío como algo negativo, para definir que algo carece de lo que lo hace completo. En realidad, y esto es algo que solo aquellos que han estudiado las artes oscuras saben, es que el concepto mismo de vacío no se puede aplicar en ciertas circunstancias.
Para entender esto primero hay que explicar cómo el concepto de “vacío” o, mejor dicho, los “hoyos”, se relaciona con la psique humana.
Los humanos son capaces de retener información para sobrevivir en su hábitat natural como cualquier otro ser viviente, esto gracias a que heredan aspectos que sus ancestros pasan a través de sus genes; algunos son tan obvios, como la capacidad de reconocer cuando algo está infestado de enfermedades, o notar los patrones en un área determinada para estar alerta de algún depredador, incluso ese pequeño reflejo que nos sucede cuando estamos sentados o acostados y sentimos como si nos cayéramos: es solo un recordatorio del tiempo cuando la humanidad vivía en los árboles y había que estar alerta para evitar caerse de alguna rama.
Tal vez el ejemplo más conocido de esto es el clásico “temor a la oscuridad”, un reflejo de cuando nuestros ancestros temían a los depredadores que acechaban en las sombras, así como aquellos en la Edad Media que eran atacados por asaltantes y asesinos a altas horas de la noche.
Pero tal vez exista una razón no solo patológica y genética, sino también más compleja con respecto a por qué esto existe dentro de la psique humana. Aunque el temor a la oscuridad tiene orígenes de naturaleza humana y animal por igual, nos concentraremos en aquellos relacionados a los llamados “espacios vacíos”.
Un “espacio vacío” siempre se ha distinguido por estar relacionado a los conceptos de ausencia y desolación; la sola imagen de un edificio abandonado o de una calle vacía pareciera levantar todas las banderas rojas. La sensación de que demasiada quietud solo puede generarse debido a que alguien está tratando de no hacer ruido para sorprendernos se combina con la ausencia de gente y testigos a los que pedir ayuda, dejándonos con una inmensa sensación de soledad y debilidad.
Sin embargo, existe gente que tiene esta misma reacción, pese a estar rodeada de gente, gente que no tiene un historial de fobia o paranoia alguna, como si estos fueran conscientes de que aquellos a su alrededor no les harían daño, pero aún sienten incomodidad, como si aún hubiera suficiente espacio para que algo malo entrara.
En menor medida se puede comparar esta emoción con el sentimiento incómodo que se tiene cuando encontramos un objeto vacío. La mayoría no pensaría más allá de lo obvio al ver una caja vacía como una caja sin ocupar, o un armario vacío simplemente como un lugar potencial para poner ropa.
Pero en ocasiones, gente que no ha presentado previos problemas mentales de ninguna clase ha admitido sentirse “ansiosos” y “en guardia” al encontrar un objeto vacío, al abrir una tapa o una puerta. Se ha tratado de explicar este fenómeno con la explicación de que se llega a ciertos estados emocionales de melancolía y abandonamiento a partir de cierta edad, pero aún existe muchas personas que experimentan este fenómeno que describen como “si estuvieran esperando que literalmente haya algo o alguien allí”, como tuvieran una caja sorpresa y supieran de antemano que un bufón saldría saltando en su resortera.
Otras formas en que esto puede manifestarse se observan en ciertas manías obsesivas que a primera vista no comparten nada las unas con las otras, aunque en un estudio más meticuloso revelan un sutil patrón, como rellenar los espacios de las letras, o tapar ciertos espacios entre los muebles u objetos personales, para que no quede agujero alguno. Al final todos se hacen con el mismo propósito: deshacerse de esa sensación de vacío.
Lo anterior nos lleva a la sensación conocida oficialmente como “vacío emocional”, es la sensación, usualmente después de una herida emocional, de que algo falta en nuestras vidas, descrita como “un agujero negro en el pecho o el estómago”. Esta sensación va usualmente acompañada de depresión y una carencia de propósito que los especialistas han definido como los síntomas de problemas psicológicos más complejos, tratables si se detectan a tiempo.
Este es el gran error que cometemos: consideramos este tipo de cosas como pensamientos y alucinaciones que padecen los pacientes. Como doctor, se debe ser profesional y no dejar que los delirios de un paciente nos distraigan del punto de vista no comprometido y pragmático que debemos conservar; toda situación requiere de tacto y el uso de métodos lógicos, en especial cuando se trata de algo tan delicado como la mente humana.
Eso, lamentablemente, a veces nos impide escuchar detenidamente algunos detalles importantes, cosas que en realidad pueden ser.
Odio referirme a él como El Paciente, pero realmente no puedo recordar su nombre. Es como si hubiera, je, un hueco en mi memoria. Y me temo que no es coincidencia.
No había nada de diferente con este paciente al compararlo con otros; otro pobre adolescente cuyos nervios y estado mental habían sido derrumbados por la inestabilidad actual de nuestro mundo. Acostumbrado a este tipo de casos, hice lo que siempre hago: dejar que hablara para que se desahogara, decirle lo que necesitaba oír y prescribirle los medicamentos adecuados, dependiendo de lo que me dijera.
Seré sincero. Recuerdo la historia que me dijo por los apuntes en mi libreta, no por mis intentos de recordar los eventos de ese horrible día. Si fuera otro caso, es muy probable que lo hubiera olvidado sin más. Aún no logro explicarme por qué puedo recordar la historia, pero no al paciente. Tal vez sea mejor así.
Durante nuestra penúltima sesión me contó de un recuerdo que lo acechaba desde siempre, que podía estar relacionado a la sensación de vacío que experimentaba.
Cuando era niño, él y un amigo jugaban en un bosque cercano al pueblo de sus abuelos; su amigo notó un tronco de un árbol enorme caído en la zona más alejada del área. El tronco se había roto en dos, la parte inferior aun en su lugar y la superior caída, con un enorme hueco en la parte donde se había roto.
Su amigo entonces entró a este árbol hueco, teniendo que agacharse un poco para hacerlo; él miraba un par de metros lejos de él. Después de un minuto no salía. Pensando que era una broma, le gritó que dejara de jugar. Después de varios minutos más, se decidió a ver dentro del árbol hueco y…nada. O al menos cree que no vio nada. Su memoria se vuelve borrosa. Admite que luego de eso no volvió a saber de ese amigo, hasta el punto de que solo recordaba su existencia por lo que sus padres le decían: que siempre estuvo acompañado por un chico cuando iba a la casa de sus abuelos, cerca del bosque.
Luego me contó de sus sueños en los que estaba de nuevo en ese bosque y, al asomarse por el agujero del tronco en busca de su amigo, ve una enorme boca. Una enorme boca llena de dientes.
Tomando en cuenta todo esto, decidí que el mejor curso de acción era preparar una terapia de regresión: lo hipnotizaría para adquirir más detalles de lo que le ocurrió en ese momento.
Preparé la sesión para la siguiente semana, seguro de que encontraría el evento traumático que era el origen de todos sus problemas mentales y emocionales.
Llegó el día. Noté que había llegado mucho antes de lo habitual, aunque no hubo problema ya que la cita antes de la suya se había cancelado. Parecía ansioso por hablar conmigo.
Apenas cerré la puerta de mi oficina y me senté, empezó a hablar. Me dijo que había ido al pueblo de sus abuelos, buscando el bosque y el árbol caído del que me había hablado. No le fue difícil encontrarlo: había visto el camino en sus sueños tantas veces que se lo sabía de memoria. Cuando lo encontró, fue como si no hubiera pasado el tiempo, todo se veía igual. De hecho, le sorprendió que nadie hubiera cortado el árbol, o que lo hubieran movido.
Dijo que la razón por la que fue se debió a que descubrió que mientras más se acercaba al lugar, más dejaba de sentirse ansioso y deprimido. Conforme ingresaba al bosque, el vacío en su interior se iba llenando con una sensación que no pudo describir, pero que no le resultaba desagradable.
Llegó al lado del tronco caído y miró hacia dentro.
Todo tuvo entonces sentido para él y dejó de tenerlo para mí.
Hasta este momento le había dejado hablar. Realmente creí que habíamos tenido un avance al haber ido por su propia voluntad a un lugar que le causaba tanto conflicto emocional.
No había sido eso.
Me cuesta recordar su rostro. Es como si algo hubiera tomado su memoria de él y su nombre, junto con la imagen mental de su cara. Ahora solo había un hueco donde debía haber un rostro, un hueco con una sonrisa. Estaba sonriendo cuando empezó a hablar de ellos.
Me dijo que ellos siempre hacían eso, que siempre buscan los lugares huecos, aquellos espacios vacíos entre los objetos, lo seres vivos, y los espacios entre las cosas que existen y que no; que no son dioses ni nada parecido, tan solo depredadores que usan estos espacios como ventaja para cazar; que de vez en cuando necesitan moverse, pero solo pueden hacerlo dentro de cosas huecas.
Habló por un buen rato de las cosas que estos seres podían comer, de cómo eran capaces de devorar cualquier ser vivo, siempre que este tuviera una conciencia y fuera capaz de reconocer su existencia, o lo que es lo mismo, la ausencia de algo. Eran capaces de comer memorias e incluso ideas, sin importar qué simple o abstractas fueran. Si existían ellos, podía también existir en él y consumirlos desde adentro. Esa es también la razón por la que no dejaban restos, porque también devoraban la idea de lo que comían, dejando un espacio o una silueta en donde antes estaba su presa. No era que los restos hubieran desaparecido, era que simplemente ya no eran percibidos.
Supo que esto era cierto cuando por fin esa cosa entró en él, y vio las montañas de huesos de animales y niños que decoraban todo el bosque, pequeños huesos y restos roídos y descompuestos. Desde el centro de esos cráneos vacíos podía sentir la presencia de otros como él.
Fue aquí cuando decidí detenerlo, pidiéndole que me explicara a qué se refería cuándo decía “dentro de él”.
Aun con esa terriblemente extraña sonrisa, se paró de la silla y se levantó la camisa.
Apenas recuerdo la conversación, algo de lo que pasó el resto de ese día y nada de la identidad del Paciente.
Pero recuerdo con claridad lo que vi en ese momento y sé que no es accidente. Estoy seguro que esa maldita cosa lo hizo a propósito. Es, después de todo, la razón por la que escribo esto.
Justo en el centro de su torso, ocupando su pecho y estómago, se encontraba una enorme boca que se abría mostrando unos dientes humanos; detrás de estos, cientos de hileras de dientes más pequeños y afilados llevaban a un abismo sin fondo que parecía el esófago.
Me despertó al día siguiente mi secretaria. Al verme en el piso, creyó que había sufrido un ataque. Sufrí de amnesia y tuve que ser ingresado en el hospital más cercano por una noche para determinar qué me pasaba. Ellos no encontraron nada malo.
Ahora sé.
Parásitos mentales y ontológicos, eso es lo que son. Un literal vacío existencial. Siempre han existido y siempre lo seguirán haciendo. Desde siempre nos han comido y lo seguirán haciendo.
Solo los dioses saben cuántos más han devorado y los motivos por los que ahora han caído en el olvido. ¿Cuántos restos humanos más estarán esparcidos por el mundo que no podemos ver? ¿Cuantas más de estas cosas existen ahí afuera, ocultas, confundiéndose con las sombras?
No hay mucho que pueda hacer. Al escribir esto pretendo evitar que se hagan de más medios de transporte, que no tomen a más jóvenes inocentes para convertirlos en sus nidos móviles.
Solo soy un hombre, y el mundo es otro monstruo que siempre arrancará la esperanza y el amor del corazón de las personas, creando las condiciones idóneas para estas criaturas.
Ante la ausencia de sentimientos, ellos siempre podrán hacer su hogar.
HUGO PAT
Buen artículo, me ha dejado satisfecho e incluso me ha ayudado a reconocer la delgada línea que separa la antropología de la psicología.