Perspectiva
Entiendo perfectamente el malestar y desencanto de tantos ciudadanos con los regímenes de antes, opulentos y soberbios, sin prestar atención a los más necesitados, llenándose las alforjas con generosa desvergüenza y cubriéndose las espaldas unos a otros.
Esa fue la principal razón por la cual la Cuarta Transformación logró el éxito electoral del año pasado: los morenistas y su líder navegaron bien la ola de inconformidad, prometiendo cambios radicales, combatir la corrupción, y hacer las cosas de muy diferente manera “porque no eran como los otros”.
Pues bien, un calamitoso año después, ese tan cacareado “cambio” cada vez se parece más a lo mismo de antes, a pesar de la verborrea de todas las mañanas desde el primero de diciembre que festina sus intenciones, sin mostrar hechos que apoyen sus dichos.
Díganme ustedes si los otros datos del presidente en turno logran explicar la debacle económica en la que se está hundiendo nuestro país, mucho más cuando la manera en que se ha medido el crecimiento económico ha sido la misma desde hace varias décadas, y los datos macroeconómicos que ahora niega fueron parte de los dardos que usó y con los que su movimiento logró tumbar a sus antecesores.
Pero no: quien ose opinar que los otros datos que esgrime el presidente, pero nunca presenta, son palabras huecas y vacías inmediatamente es tildado de “conservador, con todo respeto”.
No sé si a ustedes les sucede lo mismo, pero a mí me pudre cuando alguien escuda sus opiniones negativas sobre alguien/algo diciendo que las dice “con todo respeto”, cuando es evidente que ese respeto no existe; me pudre mucho más cuando esas palabras van acompañadas de una sonrisa cargada de burla.
Un año ha transcurrido y nuestro presidente sigue dividiéndonos y descalificándonos un día sí y el otro también a aquellos que simplemente no creemos en sus cajas chinas, en sus frases alegres, en su honestidad. El futuro sería tan diferente si tan solo cambiara el discurso y comenzara a abonar a la confianza, mostrándose humilde y receptivo a los señalamientos económicos que pretende descalificar con una muy evidente pobreza de argumentos.
En contraste, la soberbia con la que se dirige a todos sus opositores ideológicos hace evidente que es todo lo que dice que no es: vengativo, de mentalidad cerrada, impreparado, mitotero, sin empacho en decir medias verdades a las que siguen mentiras completas. En fin, a pesar de lo que diga, no es sino un político como todos los otros que lo antecedieron en el puesto.
Cierto es que entre sus muchos detractores existen personas a las que les ha cancelado el negocio de hacerse ricos a costas del erario, como también es cierto que ha favorecido a otros que ahora se hacen ricos como aquellos. Esa nefasta práctica de AMLO, que lo ha acompañado desde los albores de su sexenio, de asignar contratos sin licitación es una de las más vergonzosas evidencias de que el cambio que enarbola no es tal, y que nos diga que eso está bien porque “es diferente y no somos como los de antes” no es argumento que lo avale de ninguna manera.
Llama la atención que, enarbolando la bandera de la batalla a la corrupción, López Obrador no haya metido a la cárcel a ninguna de las inmensas ratas cuyos trinquetes han sido ampliamente documentados; peor aún, a muchas de esas ratas les dio cabida en su Cuarta Transformación, e incluso los nombró secretarios en su gabinete. Eso sí: a muchas de esas ratas las amenazó con quitarles sus bienes, chantajeándolas hasta lograr que se retiren del tablero, y colocándoles una inmensa espada de Damocles sobre sus cabezas.
El presidente ha dejado en claro que no tiene interés en perseguir las fechorías de su antecesor y sus compinches que lo acompañaron en la expoliación de los bienes de la nación en el sexenio anterior; en cambio, no pasa un día sin que el presidente y/o sus testaferros enfilen baterías contra el que consideran el mismísimo demonio en la Tierra: Felipe Calderón. No le perdonan que haya sido presidente en vez de AMLO.
No todo ha sido malo: aplaudo que este año haya dirigido su atención a los adultos mayores, un sector que tradicionalmente había sido olvidado, asignándoles una simbólica cuota bimestral que, sin embargo, apenas ronda los $40 diarios, que en estos días no sirven de mucho.
La asignatura que más debiera preocupar al presidente en cuanto a una urgente redefinición de estrategia, porque nos afecta a todos, es fundamental y sin la cual simplemente no hay posibilidad alguna de crecimiento en ningún país es la seguridad.
Los “Abrazos no balazos” simplemente no funcionan ante los delincuentes que no solo han encontrado tan diversas maneras de hacerse de recursos ilícitos, sino que se sienten imbatibles e invencibles, revestidos de la impunidad que tanto nos ha aquejado históricamente.
Los asesinados familiares de los LeBaron, el fallido operativo de Culiacán, el huachicoleo que no se detiene, los caprichos del aeropuerto de Santa Lucía y las refinerías con combustibles fósiles, la cancelación del NAIM y el consiguiente pago de indemnizaciones por miles de millones de pesos, son todos ejemplos de que la brújula de seguridad y economía de AMLO está perdida.
Desde esta perspectiva, no habrá inversión ni crecimiento económico posible si no existen garantías de seguridad en nuestro país, como tampoco habrá inversión hasta que no exista certeza económica en el accionar de un hasta ahora obstinado, megalómano y sordo mandatario. ¿Será tan difícil que lo comprenda el presidente y sus asesores? ¿Cuándo prestará atención a tantas alarmas y dejará de escudarse en el pasado para asumir su rol de estadista?
Llevamos apenas un año con este mal llamado “cambio”. ¡Qué largos y cuesta arriba se ven los cinco que faltan!
S. Alvarado D.