Inicio Nuestras Raíces Una vieja

Una vieja

3
0

Letras

Parsifal

[Serapio Baqueiro Barrera]

(Especial para el Diario del Sureste)

Esta vieja que infunde espanto en los niños por su fealdad de bruja es una persona muy interesante porque refiere sucesos a los cuales los historiadores no concedieron importancia alguna, minucias de la vida antañona acerca de las costumbres y de la existencia íntima de los personajes que conoció y trató.

Cada frase suya, pintoresca y vivida por lo gráfica, es como una pincelada que esboza el retrato psicológico de esas personas con quienes convivió.

Cuenta que cuenta, con su voz conqueridora de hada, la entrada triunfal del licenciado Manuel Cirerol a esta ciudad de Mérida.

Montaba en un brioso corcel alazán; su arrogancia suscitaba las simpatías de la inmensa muchedumbre que llenaba la plaza mayor.

Un político muy conocido en aquel tiempo, pues siempre figuró en los empleos más elevados, pero que sin embargo era muy ignorante (ríe la viejecita irónicamente al recordar el incidente), al ver pasar al arrogante jinete, exclamó: “Ahí va Cirerol hecho un Telémaco”, y como alguien le preguntó al infortunado político quién fue Telémaco, sin inmutarse, respondió: “¡Qué demonio sé yo, pero Cirerol está hecho todo un Telémaco!”

Ríe y ríe la narradora de voz melodiosa y luego, como comentario breve pero incisivo, nos dice: Esto lo ignoran los graves historiadores. ¿Por qué no lo cuentan? La aridez de sus crónicas quedaría salpicada de graciosos puntitos; además, pondrían de relieve la incultura de algunos personajes que alcanzaron notoriedad.

Al licenciado Cirerol, agrega la viejecita, lo hicieron gobernador sus condiscípulos y hubo necesidad de que el Congreso lo declarara mayor de treinta años, que era la edad requerida por la Constitución para poder ser gobernador del estado.

Otro incidente muy gracioso ocurrió a tiempo de celebrarse las elecciones. Las mesas electorales se ganaban a trancazos y uno de los electores, para librarse de la paliza, emprendió una carrera desesperada, poseído de miedo, y trató de hallar refugio en una casa próxima al sitio en que se encontraba la mesa electoral, pero con tan mala suerte que sólo consiguió introducir medio cuerpo porque el dueño atrancó violentamente la puerta y, naturalmente, sobre él descargaron garrotazos a granel, dejándolo molido.

Después el pobre hombre decía: Estuve a punto de morir; los dueños de la casa no tuvieron compasión de mí y me dejaron en la triste situación de una metáfora. ¿De una metáfora? “Aquel infeliz –nos dice la viejecita–, creía que porque la mitad de su cuerpo quedó fuera, había servido de metáfora.”

Y la risa le llena de espuma la boca a la anciana y, tanto ríe, que los ojos también se le llenan de lágrimas…

 

Diario del Sureste. Mérida, 28 de agosto de 1935, p. 3.

[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.