“¿Qué…?”
Javier se había especializado en Historia. Sabía casi todo evento importante en la historia del planeta. Tenía una especial predilección por la Primera y Segunda Guerras Mundiales, aunque él las consideraba prácticamente una sola gran guerra que duró casi la mitad de un siglo.
Pocas veces uno tiene la oportunidad de mezclar sus aficiones con su trabajo real; Javier se consideraba afortunado de ser de esos.
Como historiador de la universidad, y ahora administrador de la biblioteca, sabía que muy poca información novedosa existía de las grandes guerras. De vez en cuando una nueva anécdota encontrada ahí, o algún documento/artilugio de la época. Pero en su mayoría ya no había mucho más que descubrir y decir respecto a este evento tan definitivo en la historia de la humanidad.
O eso creía.
“Nunca escuché de esto…”
La sección no estaba oculta detrás de una librería secreta, o detrás de una pared de concreto. No había sido algo oculta a los ojos del mundo; de hecho, estaba a la vista de todos en la biblioteca.
El estante era viejo, eso sí; se diferenciaba de los demás no solo por la obvia apariencia –de madera, sin pintura ni barniz– sino por los libros que guardaba. Aunque era cierto que se encontraba en una esquina poco transitada, seguro alguien había echado una mirada de vez en cuando, en especial al estar tan cerca de la sección de Historia antigua y contemporánea, seguro había sido revisado por más de uno de los visitantes que venían a la biblioteca, o por estudiantes en su desesperación por terminar con algún reporte escolar.
“Alguien ha cometido un error…”
Esa mañana, la biblioteca había sido cerrada por remodelaciones. Los trabajos no comenzarían hasta mañana, pero era necesario hacer preparativos un día antes, para tener todo a punto cuando llegaran los trabajadores.
No había realmente mucho por hacer, así que Javier decidió dar el resto del día libre a los empleados. Él, por otra parte, aprovechó para terminar unos inventarios pendientes.
Aún era de mañana cuando terminó y decidió recorrer la biblioteca. Fue cuando se percató del librero en la esquina.
“¿?”
Como nuevo administrador de la biblioteca, Javier debía ubicar cada sección de la biblioteca y su contenido. La verdad era que pocas veces tenía que indicar el camino a alguien hacia las secciones más buscadas –Historia Mundial, Historia Nacional, Teología, Escritura Colonial y Escritura Contemporánea. Tal vez alguno buscara algo relacionado con su campo de especialización, Biología, Ingeniería y similares, pero eso era todo. Debido a la inexistencia de Literatura Moderna y Juvenil, la biblioteca raramente era visitada por jóvenes, acudían por obligación, principalmente.
Javier había escuchado de la existencia de secciones que no conocía, ni su contenido.
“Tengo que revisar esto…”
La curiosidad dio paso al bibliófilo y empezó a revisar el viejo estante.
Inicialmente leyó los títulos y nombre de los autores de los lomos de los libros; al hacerlo, se percató que muchos no presentaban información alguna. No era raro que libros muy antiguos no mostraran el nombre del autor, usualmente tampoco tenían título, pero esto sucedía en uno o dos volúmenes por estante. Este parecía estar repleto de libros en los que solo figuraba el título.
Pensó que probablemente era un estante para libros con ese tipo de cubierta, mientras tomaba un volumen titulado Polonia: La Primera Conquista. Aunque el título aludía a su contenido, Javier no estaba familiarizado con esa obra. La abrió y leyó varias páginas aleatoriamente. Al principio describía lo que esperaba: la invasión a Polonia en 1939 por la Alemania Nazi. Parecía un libro bélico, con descripciones detalladas de los eventos y las inevitables repercusiones. Pero encontró algo raro. Al final del libro el autor hablaba de un evento que involucró a la famosa flota aérea de la Luftwaffe, se describía el suceso bajo el nombre de Operación Mjölnir, simplemente una completa destrucción ciega por medio de un bombardeo de proporciones bíblicas que hacía ver el de Dresden como un juego de niños. También encontró extrañas las descripciones de los aviones alemanes ya que, aunque Javier no era ingeniero aerodinámico, se mencionaban los aviones clásicos, sí, pero también se mencionaban unas máquinas aéreas enormes, aparentemente más modernos, “capaces de eclipsar la luz del sol con su presencia”. La descripción de las bombas también era bizarra: “Bomba Psicotrónica”, que según el libro causaba un daño catastrófico en varios kilómetros a la redonda. La descripción de los sobrevivientes de los bombardeos parecía algo más parecido a lo de Hiroshima que lo que sabía sucedió en Polonia.
Ficción. Era solo un trabajo de ficción. Cómo había llegado hasta aquí era cosa para otro día, pero por el momento esas era la única explicación para lo que había leído. Aunque el libro parecía muy viejo, había maneras para hacerlo parecer así. Y sin embargo ¿quién se tomaría la molestia de hacer algo así? ¿Por qué solo el final era diferente? ¿Y cómo era que nadie nunca había visto un libro tan peculiar en todo este tiempo en que estuvo en la biblioteca? ¿Y por qué no tenía autor?
Decidió buscar las respuestas en su computadora. Seguramente se trataba de algún nuevo autor de ciencia ficción que no logró sino ser solo una curiosidad. No sería el primero al que le ocurría algo así, y definitivamente no sería el último. Sin el nombre del autor, solo podía buscarlo en la base de datos por el título.
Nada.
Intentó de nuevo, pero solo aparecían títulos cercanos; los filtros de “Guerra, Historia, Segunda Guerra Mundial, Nazis” no arrojaron ningún resultado. ¿Cómo diablos había llegado aquí sin ser registrado?
Supuso entonces que alguien había traído el libro y lo había dejado en el estante, aunque el por qué no era claro aún.
Buscó la obra en internet, para saber el nombre del autor. Su búsqueda comenzó a teñirse de extrañeza cuando con el transcurso del tiempo se dio cuenta de que no existía ninguna información del libro. Encontró una breve mención de un libro similar en un foro de literatura, sin embargo, la publicación databa de varios años atrás y nunca tuvo comentarios o respuestas.
Javier estaba perplejo. No sabía qué pensar o hacer. Finalmente tuvo una idea un poco inusual. Tal vez este libro de ficción nunca salió a la luz, y su autor lo dejó olvidado. Tal vez estaba ante un descubrimiento único: Un autor desconocido, que nunca llegó a ser publicado.
La emoción de repente empezó a llenarlo de ánimo. Más allá del mérito por descubrir algo tan valioso, era el hecho de estar ahí para hacerlo y dejarlo a la posteridad. Ser parte de la Historia. Eso sí era algo por lo que valía la pena investigar.
Pero no sabía por dónde comenzar, y el libro ni siquiera tenía el nombre de la editorial que lo imprimió. Tampoco estaba seguro de que la edición en español fuera la primera, pues podría tratarse de una traducción de un libro original. Eso tendría más sentido y respondería algunas de las interrogantes. Había intentado buscarlo en inglés y tampoco había encontrado nada.
Javier se levantó de la computadora y volvió al librero. Si había alguna pista de los orígenes del libro tenía que estar ahí.
Se percató de que ni siquiera había revisado los demás.
Tomó otro tomo al azar y lo leyó.
Como el anterior, no tenía nombre del autor, solamente el título: Atlantropa y el Futuro del Imperio. Era una descripción completa del ambicioso Proyecto Atlantropa, propuesto en 1928 y considerado de nuevo en 1933 por los Nazis, aunque nunca se llevó a cabo. El libro decía lo contrario: describía el éxito el proyecto a mediados de 1946, con la construcción de la presa que terminó drenando por completo el Mar Mediterráneo, afectando a varias poblaciones cercanas, pero ayudando en la producción de energía de las fábricas militares de los alemanes.
Ahora estaba más que seguro de que se trataba de un trabajo de ficción. Javier tenía que darle crédito al autor: quien fuera, definitivamente tenía mucha creatividad. ¿Y si fuera una serie de libros que describían el mismo mundo imaginario? ¿Cuánto más habría escrito?
Tomó otro libro: Dentro de Volkshalle, el Centro del Mundo. Era una descripción de la construcción del mítico “Gran Salón”, diseñado exclusivamente para los discursos de Hitler y sus allegados. En esta versión, el proyecto evolucionó a una base completamente operacional, eventualmente llamado “El Panóptico” y también “Los Ojos del Partido”. Era una especie de central de mando capaz de observar todo el territorio conquistado mediante una combinación de cámaras que transmitían en tiempo real a través de conexiones a zepelines que monitoreaban el espacio aéreo de las ciudades las 24 horas.
Javier se estaba cansando de estar de pie, pero no podía evitar seguir sacando libros uno en uno. Aunque nunca había sido muy fanático de las novelas históricas y de las novelas de ficción, siempre le resultaba interesante cómo los autores utilizaban elementos del mundo real para crea su propia versión alternativa.
La Travesía del Moderno Talos era una historia en voz de un científico alemán sobre el progreso del “Proyecto Jotun”, la creación del llamado Landkreuzer X.1700, una versión mejorada del especulado Landkreuzer P.1500, un hipotético tanque superpesado diseñado para combate abierto que fue abandonado en su fase de planificación. En este libro esta máquina evoluciona hasta volverse lo que solo puede ser descrito como “un gigante de metal y hierro” que se transporta con orugas gigantescas y era capaz de derribar todo con sus brazos mecánicos, además de contener en lo que sería su pecho un compartimiento para el cañón Gustav Gerät, el famoso e inmenso cañón ferroviario. Solo fue utilizado dos veces en batalla, la segunda vez como último recurso en la Batalla de Stalingrado, y en esta versión de la batalla los rusos fueron pulverizados.
Javier empezó a tener una idea más concreta sobre la línea de tiempo: unos tomos centrados en la fundación del gobierno Nazi y la formación e industrialización del ejército, otros describiendo la guerra que le siguió. Se hacía mucho énfasis en las decisiones de ciertos personajes que cambiaron el panorama en esta versión alterna de la Tierra.
La Alianza Americana. En la versión en sus manos, el buque conocido como el “Potrero del Llano” nunca fue hundido por un submarino alemán. En vez de eso, delegados Nazis enviados por Hitler negociaron con políticos mexicanos para ayudarlos en un plan de ataque contra Estados Unidos por territorio mexicano. La alianza se creó y la infame Operación Álamo se llevó a cabo. Había una gran cantidad de información de cómo esta operación fue contundente para ocupar los estados de Texas y Florida, eventualmente otorgando a los alemanes la victoria en su Guerra contra los norteamericanos. Encontró detalles de los eventos durante y después de la operación, con varios altos mandos Nazis asentándose en varias partes de Centroamérica y Sudamérica por igual, incluyendo la construcción oficial de la Escuela de Juventudes Hitlerianas en Brasil, y la construcción de la famosa Fortaleza Jörmundgander, conocida coloquialmente por los lugareños como “El Castillo Argentino de Wewelsburg.” Le llamó la atención la insinuación de una investigación en los templos Mexicas y Mayas para recabar información necesaria para un proyecto secreto que se estaba preparando en Berlín.
Intrigado, y sumamente interesado, Javier sacó otro libro más, y otro, y muchos más.
Finalmente cedió al cansancio de sus pies, para sentarse ahí mismo, en el piso. Sabía que no había manera de leerlos todos continuamente, pero al menos les daba una hojeada para saber de qué trataban.
Conforme leía, comparaba los eventos contra lo que conocía: La Noche de los Cristales Rotos nunca había ocurrido, en vez de eso un suceso conocido como “Purificación Nacional” se efectuó, ocasionando la muerte de todos los judíos y gitanos en territorio alemán; el Ataque a Pearl Harbor nunca ocurrió, en vez de eso, una invasión a gran escala del Imperio Japonés y el Ejército Alemán adelantó muchos años la Batalla del Pacífico, terminando en la conquista nipona de todas las islas del Pacifico y Oceanía. La Operación tomó a los estadunidenses desprevenidos, no hubo tiempo ni ejército suficiente para la Invasión a Normandía y la Batalla de Inglaterra fue una victoria nazi gracias a los Zepelines, que bombardearon Londres con misiles teledirigidos. La última fase de la guerra se dio después de la Invasión de Nueva York por las fuerzas alemanes e italianas, dándole la oportunidad a los Nazis de obtener la información del Proyecto Manhattan. La Guerra terminó después de que los nazis utilizaran la mayor arma jamás creada: Ragnarok, un satélite en órbita armado con una serie de espejos y aleaciones especiales que concentraba y redirigía la luz solar hasta volverla literalmente un rayo solar. Después de utilizar esta arma para destruir la ciudad de Moscú con toda su población, los Aliados se rindieron, finalizando la guerra en noviembre de 1957.
Ignorando el dolor de su espalda por la postura que había adoptado, Javier tomó un libro que le pareció peculiar. Era un tomo con una cruda portada gris que decía en letras grandes “TRIBUTO FINAL”, y debajo de ellas las palabras “Versión Ilustrada”.
Javier abrió el libro…y lo cerró al instante. Era simplemente imposible… Luego lo volvió a abrir, esta vez haciendo lo posible por no retirar la mirada de las imágenes. Tenían que ser falsas. Tenía que ser imágenes editadas. Alguien debió haber utilizado imágenes reales del Holocausto y las editó. Era simplemente excesivo y de mal gusto. El número de cuerpos era además ridículo. La cantidad de habitantes de al menos dos países se necesitarían para lograr algo así.
Notó algo más: las primeras hojas habían sido arrancadas, exactamente las hojas del título con el nombre del autor, del año y editorial. Al pasar su dedo sobre la cubierta, detectó una parte que se sentía más porosa que el resto, justo donde habría un nombre y apellido. Al revisar los libros que había consultado anteriormente, todos presentaban los mismos defectos: Alguien lo había hecho a propósito.
Ahí, en ese rincón de la silenciosa biblioteca, Javier se quedó pensando sobre lo que había leído.
Se dio cuenta entonces que, al retirar los tomos de su lugar, detrás del estante había una puerta con una perilla oxidada. Estaba seguro que no podía haber nada del otro lado, que la puerta daría hacia el interior del edificio contiguo.
La curiosidad le ganó nuevamente.
Retiró el resto de los libros y movió el viejo estante.
La puerta parecía estar hecha de la misma madera que el librero. Después de dudar un momento, giró la perilla… para ser recibido por una oscuridad infinita. Javier se adentró lentamente en ella, pensando que debía haber un interruptor en algún lugar.
Al alejarse de la entrada, la puerta se cerró.
Presa del pánico, Javier, volvió sobre sus pasos hasta tropezar con algo que no pudo ver. Parecían montículos de libros.
Con mucho trabajo logró recomponerse. Empezó a tantear la pared hasta que, tras unos minutos de ridícula angustia, por fin dio con la perilla.
Abrió la puerta.
El bibliotecario trató de asimilar lo que estaba viendo. Algo estaba mal. La biblioteca había cambiado. Estaba oscura, todos los estantes estaban vacíos. No había libro alguno a la vista. Javier se quedó perplejo. ¿Alguien había entrado y robado los libros? ¿Cómo? Debía haberse ido solo por un par de minutos, a lo máximo. No había manera de que…
Javier alzó la cara. Había un olor a humo en el ambiente. Pensó en gritar por ayuda, pero era obvio que estaba solo.
Decidió tragarse el miedo y empezó a avanzar en medio de la silenciosa y oscura biblioteca. Conforme se movía, encontró más cosas fuera de lugar, siendo la primera el hecho de que las ventanas estaban ahora tapiadas, lo que explicaba que el lugar estuviera tan oscuro.
Tampoco había mesas ni sillas, ni carteles y ficheros de ningún tipo. Todo estaba cubierto por una capa de polvo y telarañas.
Al llegar a la entrada, registró dos cosas: Su escritorio y computadora no estaban, y alguien recientemente había dejado huellas en el polvoriento piso, varias personas, por lo que podía ver.
Abrió las puertas dobles de la entrada.
El olor del humo provenía de la pira frente a él. Cientos de libros se quemaban en una gran fogata, las flamas eran alimentadas por los lanzallamas de varios soldados con máscaras de gas.
Su atención pronto se fijó en el cielo, de un color rojizo, sin nubes que lo decoraran. Divisó varias columnas de humo alzándose en varias partes en la ciudad.
“¡CIUDADANO! ¡QUÉDATE QUIETO!”
Javier se quedó helado ante aquellas palabras, tanto por el aire autoritario con que habían sido pronunciadas como por el sonido distorsionado.
Un hombre con traje negro y sombrero de oficial se acercó a él. Su gabardina negra se mecía por el viento; lo acompañaban dos soldados con máscaras de gas portando armas.
Se detuvo frente a Javier, observándolo de arriba a abajo. Era bastante alto y portaba también una máscara de gas, aunque mucho más moderna e intimidante. Debajo de su cuello había una medalla de plata que mostraba a un águila con una serpiente en su boca encima de un cráneo humano.
El hombre habló de nuevo en esa extraña voz distorsionada: “Tu identificación, Ciudadano.”
“¿Mi qué?” –Javier no lograba asimilar lo que estaba pasando.
El hombre de negro lanzó un gruñido y tomó a Javier del brazo con su mano enguantada, con la otra mano le insertó una aguja que había salido de su dedo índice. Ante la dolorosa sorpresa, Javier gritó.
Lo que parecía ser una pantalla se iluminó en un pequeño aparato en el antebrazo del oficial.
“Javier Ernesto Aguirre Figueroa, #244325, México, Oaxaca, 56% mexicano, 43% español, Tercera Generación, Dolencias Menores, Ausencia de Invalidez, Ausencia de Enfermedades Hereditarias. Parte del Tributo 23 de la Fosa 7… Deberías estar muerto.”
“Mu-muerto…” –balbuceó Javier.
El hombre de negro dictó instrucciones al radio que tenía en su hombro: “Valquiria 14, muévete a la Fogata de Letras, cerca de la biblioteca del centro de la ciudad. Tenemos uno especial aquí.”
Tomó del brazo aún sangrante a Javier y amenazadoramente le ordenó que se quedara quieto.
El hombre acercó el aparato al interior del brazo de Javier. Una línea de luz recorrió el antebrazo de Javier. Al principio, Javier pensó que le estaba cauterizando la herida, hasta que se dio cuenta de que en realidad le estaba grabando algo en su brazo.
“Oh, Dios, oh, Dios no…” dijo en un susurro Javier, cayendo de rodillas al mirar los números ahora grabados en su brazo.
Algo que parecía un helicóptero con alas y turbinas a los costados aterrizó en medio de la calle. La compuerta se abrió, mostrando a varias personas con ropas harapientas, encadenadas dentro del vehículo.
“Veamos qué nos dice de ti tu sangre” –dijo el hombre de negro, ordenando a los dos soldados llevar a Javier a la nave.
La nave se alzó, volando por encima de los edificios.
Javier no pudo soportar la mirada sin esperanza de los prisioneros que lo acompañaban y desvió su vista a la pequeña ventana a su lado.
Cientos de piras se veían por toda la ciudad; algunos edificios se quemaban. Gigantescas máquinas voladoras que parecían pistas de aterrizaje flotantes se veían entre las nubes.
Tanto en los carteles de la ciudad, como en los costados de los vehículos que veía, incluyendo el que lo transportaba, el mismo símbolo en los uniformes de los soldados que lo arrastraron. Moderno, adaptado a los tiempos, pero en el mismo patrón de rojo, blanco y negro en la cruz gamada que conocía.
Mientras se elevaba hacia los cielos carmesí, Javier sonrió tristemente.
Se había vuelto Historia.
HUGO PAT