Francisco Castro Leñero en Bellas Artes
Desde sus inicios, cuando Vasari se preocupó por exaltar la vida de los “más excelentes artistas”, afirmando así la noción misma de “lo selecto”, hasta los últimos tiempos en que “descolonización” y perspectivas feministas se han dado a la tarea de hacer visibles todas aquellas contribuciones artísticas que fueron invisibilizadas, la historia del arte ha defendido diferentes formas de aprehender la obra de arte. Sorprende, sin embargo, que tantos esfuerzos desplegados a lo largo de los siglos, parezcan siempre estar a leguas de definir su esencia.
No deja de ser abrumante hasta qué punto la historia del arte gravita siempre de algún modo, aun con Wölfllin y Berenson, quienes tanto se ocuparon de forma y estilo, en la periferia de la obra de arte en sí, al punto en que uno se pregunta si no hay nada más alejado del arte que la historia del arte, así como no hay nada más alejado de la filosofía que la enseñanza académica de la filosofía; nada más alejado de la literatura que la enseñanza académica de la literatura…
¿Será que, de igual forma, no hay nada más alejado de la Naturaleza, con mayúsculas, que la ciencia de la naturaleza, a pesar de los apabullantes y maravillosos logros de la biología, la física y la astrofísica? “La ciencia no piensa”, decía Heidegger, y tenía razón si lo que entendía por pensar es aquello que nos tiene que llevar a la Verdad, que no puede ser sino la apertura al Ser.
¿Qué es la apertura al Ser sino estar conscientes de que “somos” y de que las cosas “son”? Algo sencillo, en apariencia, pero que parece haberle permanecido velado a la humanidad entera, de Egipto y Babilonia hasta nuestros días. Perdida en sus proyectos, en el “futuro” constante, la humanidad hace y no piensa. A prueba, por supuesto, la bomba atómica, verdad de Perogrullo, como los campos de concentración, que antecedieron a su existencia.
Podríamos atribuir toda aquella miseria al “pensamiento”, aun si para lograrlo se tuvo que “pensar”, mucho y muy precisamente, matemáticamente, para ser exactos. Pero hay de pensares a pensares. “La ciencia no piensa” quiere simplemente decir que, a pesar de su sublime capacidad de computar, de hacer, de transformar, e inclusive, a veces, de mejorar las cosas, la ciencia no sabe lo que hace. ¿Por qué? Porque ha decidido cerrarse ante una pregunta fundamental, que es la pregunta filosófica por excelencia: ¿Por qué hay algo en vez de nada?
Regresan a la mente aquellas frases canónicas que repetíamos en nuestra adolescencia: “ciencia sin consciencia, no es sino ruina del alma.” El pensamiento de aquellos que sí piensan tiene, afortunadamente, vida larga, aun cuando son relegados al mundo subterráneo desde donde emergen, siempre sorprendentemente, como manantiales tan escondidos como frescos y vivificantes. Así será siempre de la sublima risa, divina, diría uno, dionisiaca, sin duda, de François Rabelais, mente superior que al “pensar” supo situar, en el siglo XVI, a la humanidad entera: la de su tiempo, la pasada y la que estaba por venir.
La ciencia no “piensa” en el sentido filosófico del término, aunque “piense” enormemente y muy eficazmente. Francisco Castro Leñero pensaba, aunque su lógica fuese “sólo” aquella que hace posible la aparición de la Belleza. Para el pintor, en efecto, aquella lógica a la que tiene que responder, -la composición, si uno quiere-, no tiene otro propósito que abrirnos a la verdad de la Belleza. La contemplación de la Belleza, ante la cual el artista se rinde siempre, no es sino lo que conduce a la apertura al Ser. La apertura al Ser, es lo único sagrado, porque el Ser, que no es sino el ser, es su esencia misma.
Por desatinada y poco adaptada a lo “contemporáneo” que pueda parecer, es esta la contribución que hoy quisiera hacer frente a la reciente exposición, bellamente montada por Sylvia Navarrete, en el museo de Bellas Artes, en la ciudad de México, y cuyo título, “Una lógica de la Belleza”, resume lo que quise decir aquí de manera tan inútilmente rimbombante. Reposa en lo absoluto, Francisco Castro Leñero, y estáte tranquilo que hay todavía gente aquí, quiero creer, que cree en lo que crees.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU