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Letras

Parsifal
[Serapio Baqueiro Barrera]
(Especial para el Diario del Sureste)
Tocha Treviño. Tocha… ¿no pensáis como yo que estos seminombres despojados de letras, por lo íntimos, por lo familiares, son como cuerpos semidesnudos, vestidos en ropa de dormir, y tibios de calor de alcoba?
Tocha puede ser el nombre de alguna heroína de novela castizamente española, de una novela como esas que escribía cuando estaba en vena de humorista y se quitaba la pesada capa de la erudición el grande don Andrés González Blanco, como su Matilde Rey, que consagró al muy ilustre prócer de la literatura castellana en nuestra América hispana, Don Rufino Blanco Fombona, para demostrarle a este empingorotado señor de letras, que también tenía talento y usaba del idioma, en un estilo fresco, henchido de poesía que se baña en el agua matinal de una fuente.
Tocha Treviño –me dicen– que es una tiplecita ligera que en las gratas noches del Colonial canta también con gracia ligera alegres canciones, y algunas veces se arranca de lo hondo de la entraña sentimental apasionadas notas de amor y de dolor. Bien, pero yo sólo quiero referirme a lo que su nombre sugiere a lo novelesco, a lo bienoliente de Verbena de la Paloma, en los madriles de Pedro de Répide, el castizo, que ahora contempla, con tristeza infinita, el derrumbe de los viejos edificios legendarios, y la suplantación de las pintorescas costumbres tradicionales por otras que ostentan un sello de extranjería.
El desfile de cigarreras y chulas en la Pradera de San Isidro, que lucían mantones de Manila, y bailaban el chotís al compás de un piano de manubrio, que ha sido substituido por procesiones de señoritas cursis que imitan la moda de los trajes de Greta Garbo y bailan Fox-trots moviéndose al estruendo de las Jazz-bands.
Pero es, se asegura, la ley del progreso, de la creciente evolución hacia el perfeccionamiento social. Pero estos señores que se llaman artistas no quieren resignarse, no se conforman, no quieren adaptarse en cierto modo al ritmo de la modernidad y anhelan que sean respetadas ciertas leyes eternas de poesía.
Diario del Sureste. Mérida, 13 de enero de 1935, p. 3.
[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]