Letras
Carlos Duarte Moreno
(Especial para el Diario del Sureste)
Desde Buenos Aires me escribe Julio J. Centenari una carta llena de dolorosas realidades. Me dice que las bibliotecas socialistas y radicales son atacadas por las ligas nazistas con bombas de dinamita. Julio J. Centenari es uno de los adalides del pensamiento nuevo y un batallador incansable del pensamiento libre. Su periódico El Peludo, azote de dogmas y de sombra, aró en el continente abriendo surcos de valerosa orientación hacia el porvenir. Uriburu, que fuera presidente de la Argentina, hundió a Centenari en la cárcel, llegando un momento en que tuvo sobre las espaldas más de treinta procesos abiertos, violó su domicilio, quemó su biblioteca y rompió las máquinas. Claro que el tirano no fue a ejecutarlo personalmente. ¡Pero ya se sabe cómo se cometen estas tropelías, no digamos en América, que ya la pobre está demasiado cargada de acusaciones y de producir floras y faunas que son exclusivas, sino en todo el mundo!
Cuando fui director del periódico Tierra, órgano del Partido Socialista del Sureste, defendí a Centenari en nombre de los socialistas de esta tierra. Perdida su dirección y suspendido su periódico, nuestra comunicación quedó truncada. Hoy, su carta llena de fe y de amargura por la suerte de los obreros y de los campesinos de su tierra me alegra y me duele. Me habla de la cantidad indescriptible de jóvenes que andan errantes por las calles, carentes de trabajo, “conociendo y sintiendo –como él dice– demasiado temprano, las amarguras vergonzosas de la miseria.” La clase trabajadora, que aspira a defenderse de los ataques del capitalismo, pone el cuello, propiamente, bajo la mano de los jueces. Tratar de defenderse organizándose en asociación es merecer una condena de cuatro años de presidio, o sufrir deportación. Los campesinos están en la esclavitud y la miseria gracias al latifundio. En la provincia de Buenos Aires una Convención Constituyente conservadora ha sancionado la introducción en las escuelas primarias de la enseñanza religiosa, bajo el subterfugio de que será impartida “la moral cristiana”.
La carta de Centenari es, implícitamente, un asomo, un poner el semblante y el alma de frente a nuestro México nuevo, el México combativo y liberatriz de la Revolución. Yo dejo entusiasmado que los vientos de la patria fecunda y joven oree la frente del hermano que en tierras argentinas se alza indómito y sin desmayos en la lucha tremenda por los fueros de la libertad y de la humanidad. Y recojo esa tristeza implícita de su carta, que es la tristeza del pueblo hermano, la pongo sobre la debilidad de mis hombros y con ella me alzo clamando, con entusiasmo y con la voz, la liberación de las clases obreras y campesinas de la República hermana.
Pasando sobre los Andes, más alto que los cóndores, el pensamiento, la idea, volará en viajes redondos de amor, de comprensión, de bien, de necesidad de vivir, de romper el yugo, de despedazar la cadena, de morder ¡si no queda más recurso que los dientes! el eslabón que ata al carro de los poderosos que han asolado la tierra con su tradición de explotaciones y de inmisericordias.
Por eso vuelvo a tender mis manos a Julio J. Centenari en nombre de mi patria revolucionaria, en nombre de la juventud que batalla sin descanso para que no se malogren las conquistas que costaron tanta sangre y tantas lágrimas; le ofrezco el corazón y la simpatía de los luchadores mexicanos, de las falanges para quienes el sermón es canto agorero que hay que combatir, para las izquierdas que vinieron del dolor y que, valerosamente encaradas con la injusticia de su tiempo, lograron romper la dictadura económica y la dictadura de las almas. Le doy mis manos jóvenes, estropeadas en la conquista del anhelo, y estrecho las suyas que tienen tantas campañas de qué ufanarse combatiendo el error y pidiendo mejores días para la felicidad de su pueblo.
Abogado al servicio de las grandes causas, Centenari forma parte de la Asociación Mutualista Libre Pensamiento con domicilio en la calle Pavón número 3073. Combatido por las clases opresoras, mal visto por los sostenedores de la mentira, por la clerecía rancia y rechoncha, Centenari ha resistido todas las angustias reservadas a los luchadores que combaten a pecho descubierto, alta frente y bien dirigidos el pensamiento y el sentido. Quiero hacer de su camaradería un eslabón que nos una y nos vigorice mutuamente y nos mantenga en comunicación constante y ferviente por la causa de los que necesitan ser redimidos.
A todos los pueblos les llega la hora de su transformación, y al pueblo hermano también le llegará esa hora blanca y roja de su cambio. Tendrá que dar angustia, sangre, lloro, como todos los pueblos que van hacia el oriente de su liberación definitiva. Esa hora llegará, irremisiblemente, y la labor de los luchadores denodados, de los sembradores de semillas fecundas sobre la arcilla gris de los tiempos malos, no será perdida…
Mérida, Yucatán.
Diario del Sureste. Mérida, 12 de marzo de 1935, p. 3.
[Compilación de José Juan Cervera Fernández]