Colonia Yucatán
En memoria de la familia González Torres
Don “Pancho”, Francisco González Cauich, personaje clave del sano ambiente de los juegos de pelota de la Colonia Yucatán, continúa la plática con Ariel López en una tarde de junio de 2011, unos días antes del comienzo de la tradicional fiesta en honor a la virgen de Nuestra Señora del Carmen.
Tenía 21 años cuando comencé a trabajar en la fábrica. Mis compañeros eran don Regino Polanco, “la foca” (Gualberto) Leal y el maestro Fernando Solís, yo era chalán de ellos. Montes de Oca era el jefe de nosotros y Pedrito Contreras era jefe de turno. Recuerdo a “Nito”(Florencio) Abán, Raymundo Canto, “Patito” (Abelardo) Martín, el tercera base de Maderera del Trópico.
Católico ferviente, fue miembro de la “Adoración Nocturna Mexicana” en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen cuando el padre Andrés Lizama Ruiz era el párroco. “Ese hombre se las sabía de todas, todas,” dice del padre Andrés. Recuerdo que nos decía: ‘Mañana me van a llevar al Cuyo porque voy a viajar a Holbox.’ Cuando llegábamos al Cuyo, prendíamos coco seco y hacíamos señales de humo que al ver los de Hol box nos contestaban. ‘¿Ya lo ven? Me están esperando,’ decía el padre. ‘¡Aistá! Ya los vi: están en la rada (*).’ ¿Qué es la rada? No lo sé, ahí venían, se subía el padre y se iba. Cuando regresaba ya lo estábamos esperando “Nacho” (Ignacio) Acevedo, José Flores o yo para regresar a la Colonia. Charito Nuñez estaba también con nosotros.
Recuerdo mucho que, recién terminado el mundial de fútbol “México 70”, asistimos a una ultreya en la ciudad de México junto con Elviro Dzul, “Nacho” Acevedo, creo que Pepe (José) Cetina, y Arnaldo Rosado, entre otros. Por la noche, en el dormitorio que nos tocó, se apagaba la luz a cierta hora y todo mundo –se suponía– a dormir. Ese Arnaldo era medio maloso, medio travieso, ya me lo habían dicho: te empezaba a rascar la planta del pie y no te dejaba dormir. Una vez, no sé quién agarró una manzana; cuando sintió que le rascaban, le tiró y que le da. ‘¡Ya sé quién eres! Mañana cuando amanezca nos vemos!’ gritó. Era él, por eso le decíamos el “fantasma”. ¡Nadie lo veía, estaba oscuro! recuerda este fiel católico y vigoroso tipo. Sus pequeños ojos se iluminan cuando habla emocionado de la Colonia; sus manos no dejan de moverse cuando enfatiza lo que dice. Su paciente compañera de toda la vida, la sonriente doña Soco, escucha la plática atenta y callada en la cocina; no se atreve a interrumpirlo, tal vez para no distraerlo. Lo deja ser.
“La vida en la Colonia era tranquila,” continúa el ahora vecino de Rifles en la colonia Delio Moreno Cantón de esta cada vez más traficada ciudad de Mérida. “Era la época de cuando la persona que no tenía zapatos o cuando menos unas “sayonaras” –chancletas- se le multaba al papá; no podía andar ni un chiquito sin zapatos y sin camisa. Y si te veían pedo (borracho) pues ya sabes… ¿Pues no que no se podía tomar? se pregunta y responde al mismo tiempo. ¿De dónde salía el trago? Pues… íbamos a buscarlo a Moctezuma en bicicleta, si no había, pues a pedalear hasta el Cuyo con el turco Alí. También había un señor de la Sierra de apellido Cauich que lo traía de Kantunilkin, Quintana Roo.
El salario en la fábrica en esa época, comenta ya encarrilado el papá de Silvio, era de $6.37 diario y se vivía bien. Eran 42 pesos semanales, no había lujos. También hacía mis extras, le daba $ 50.00 a la semana a mi esposa. A la “Cooperativa” casi nunca fui a comprar, no me gustaba cómo la manejaban: tenía los mismos precios que en cualquier lado. La “Bodega” que atendía el “pato” (Javier) González y el “Chivora” (Luis Ricalde) funcionaba dependiendo de la cantidad de hijos que tuvieras. Nos tocaba 10 kilos de maíz semanalmente, y cada lunes se daba la mercancía.
(*) Rada es bahía, ensenada, donde las naves pueden estar ancladas al abrigo de algunos vientos. R.A.E.
Continuará…
L.C.C. VICENTE ARIEL LÓPEZ TEJERO