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Un beso de despedida

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La agencia no tenía nombre. Me dieron el número y una palabra escrita en una tarjeta blanca sin ninguna clase de marca distintiva. La palabra era Erudice.

Estoy sentado en mi sillón, solo en el silencio de mi departamento, observando con atención el reloj de abuelo que tengo, bastante antiguo, aunque no ocupa mucho espacio. Me doy cuenta de que esta es la primera vez en años que me tomo la molestia de ver sus detalles.

Veo con atención el movimiento de las mancillas, esperando que llegue la hora exacta para llamar a la Agencia. “Entre las 12 de la noche y las 3 de la madrugada”, me dijo mi amigo Emilio y, debo reconocérselo, hizo un buen trabajo al convencerme. Si hubiera sido alguien más no lo creería, pero Emilio era de fiar y era de los pocos que se preocupaba por mí, lo cual también explica porque dudó bastante en darme el número.

Supongo que al final mi desesperación le llegó a él también. Dios, realmente fui patético. No, aún lo soy. Nadie con algo de orgullo o decencia haría lo que hago. ¿O tal vez sí? No es como si fuera el primero en pedir el servicio, y definitivamente no seré el último.

Aún estoy nervioso: el sonido del reloj al tocar las doce me hace saltar de mi asiento. No es hasta que las doce campanas terminan de sonar que marco el número en mi teléfono. Espero pacientemente los doce pitidos y, justo como Emilio dijo, me recibe la voz de una mujer que pregunta: “¿Con quién bailarás en el Infierno?” Digo la palabra con toda la claridad que mi nerviosismo me permite.

La voz pregunta por un nombre, una fecha y una causa. Le contesto con las respuestas que he llevado en mi mente desde el día del incidente. Finalmente, la voz me dice: “En diez minutos llegará a su puerta. Ya conoce las reglas.”

Antes que pueda preguntar algo más, la llamada termina. Diez minutos, dijo ella, no es mucho tiempo, pero me preparo lo mejor que puedo, alegrándome de haber tomado un baño ya previamente. Todo está en orden y luce bien, lo mejor que puede lucir bien un departamento de tercera. Al menos no tengo que preocuparme por la cena.

Cuento los últimos segundos del minuto final y, justo cuando las manecillas llegan al doce, el timbre de la entrada suena. Nunca en mi vida he estado tan nervioso. Me seco el sudor frío de la frente. Haciendo lo posible porque mis piernas dejen de temblar, abro la puerta.

Sofía está ahí.

Le doy una buena mirada pues, aunque no es lo que esperaba, también en cierta manera lo es. Sigue usando el mismo traje de camiseta blanca y falda corta de color rojo, con un juego de medias –ahora rotas en varios lugares– y botas negras.

Su cabello, aunque revuelto y un poco opaco, está limpio; el resto del cuerpo no está mal, aun con esa claridad casi fantasmal que la hace ver más pálida. Tiene algunas heridas y cicatrices, así como varias manchas negras de contusiones y golpes que eran de esperarse, siendo el más notable un gran herida en su costado derecho que se ve apareciendo encima del abdomen que su camisa no llega a cubrir del todo. Por lo demás, su cuerpo sigue siendo prominente y sus caderas no han dejado de ser tan anchas como antes.

Su rostro es lo que más me intriga. Sus ojos están bien pues, además de unos bultos oscuros formándose debajo de ellos y la mirada vacía, siguen siendo del mismo color azul claro que tanto me gusta. Hay un rastro rojo –¿sangre seca?– que baja por un lado y termina abruptamente a la altura de su mejilla.

Pero lo que hace que sus ojos se acentúen es lo que tiene puesto en la boca. Parece ser una mezcla entre un bozal y un cubrebocas especial, rodea por completo sus labios y nariz, con la cosa sujetada por una correa que rodea la cabeza de Sofía, manteniéndola fijamente en su lugar.

Toco la máscara, esperando que Sofía haga algún movimiento, pero se queda quieta. Luego de mucho esperar, le tomo la mano y siento cómo la suya me aprieta con suavidad. No necesito decir lo feliz que estoy. La amo tanto.

La llevo adentro y ella me sigue con pasos lentos, pero firmes, a la casa. Una vez adentro la abrazo, ese frío de su cuerpo me agita más. Noto el aroma que despide, una mezcla de hierbas y tierra. No es desagradable, pero no necesito mejor excusa para darle un baño.

De aquí en adelante todo es una vorágine de emociones. Llevarla al baño, desnudarnos, ponerla bajo la ducha y limpiar cada parte de su cuerpo. Tranquila e incluso obediente, la muevo en alguna posición que desee. Pasar el jabón en su piel desnuda es demasiado para mí. Aguanté lo más que pude, al final no pude esperar a que lleguemos a la cama: le hago el amor ahí mismo. Tal como dijeron, no hubo necesidad de lubricante; aunque frío, está suave y tersa. Dos veces en una ida y la sensación de lo mal que está esto me emociona más. Ella sigue quieta y me mira suavemente. La amo tanto.

El resto de la noche la trato como la reina que es. La visto con la ropa que le compré. Tengo que contener mi emoción cada vez que la desvisto. Al final la dejo con un juego de camisa y una falda con calcetines, aunque no me tomo la molestia de ponerle bragas, no es como si las necesitara para el resto de la noche. Quisiera tomarle fotografías o filmarla en un video, pero eso incumpliría una de las reglas.

Aunque tenía preparadas varias cosas, me doy cuenta de que no hay mucho más que hacer. Debido a su estado, no hay esperanzas para una conversación, sus movimientos son tan lentos y débiles que dudo que esté en posición de hacer cualquier esfuerzo físico que requiera sostener algo o que haga algo por sí misma sin recibir ninguna orden.

Me da igual. Me limito a llevarla a la cama y le hago el amor tantas veces como es humanamente posible. Me advirtieron que podría llegar a ser cansado, ya que estaría haciendo todo el esfuerzo, pero me siento con más energía que nunca. También me dijeron que se pondría aburrido rápidamente ya que ella no haría nada, pero no me importa en absoluto: Es Sofía, es todo lo que necesito. La amo y eso es suficiente para mí.

Admito que en algún punto me sentí un poco intimidado. Cuando la tomé y la hice montarme me sorprendió lo poco que pesaba. De repente, ella empezó a moverse encima de mí mientras sostenía mis manos con las suyas. Desde esa posición, sintiendo todo su peso, mirando esa máscara que hacía relucir sus ojos sin vida… sentí un poco de miedo. Eventualmente este fue reemplazado por la excitación y el cansancio abrupto que llegó a mí.

Ha pasado el tiempo y ahora, unos minutos antes de las tres de la mañana, ha llegado la hora de despedirse. Sentada en mi sofá, vestida de nuevo, mirando fijamente a la nada, Sofía se ve como algo irreal.

Me siento en la silla frente a ella y la miro fijamente el resto del tiempo que queda.

Fue hace unos meses que tuviste ese accidente de auto. Tu esposo murió en el choque también, pero él definitivamente se lo merecía. Perdiste también al hijo que ibas a tener, lo que –ahora que lo pienso– explica la herida en tu vientre. Merecías ser feliz. Aunque desde la secundaria hasta después de la universidad lo único que pude decirte fueron un par de palabras, siempre te amé. Solo alguien que realmente te ama llegaría hasta este punto con tal de estar a tu lado.

Diez minutos más. Me doy cuenta de algo triste: Te irás sin recibir un beso mío. Toda esta noche he besado y recorrido cada parte de tu cuerpo, excepto la más importante.

Miro la máscara que cubre tu boca y un pensamiento terrible me viene a la mente. No solo es una de las reglas, es “La Regla”, literalmente la primera que te dicen: “Bajo ninguna circunstancia se le debe quitar la máscara que cubre su boca.”

Mis dedos buscan detrás de la cabeza de Sofía; luego de mucho trabajo, quitan el seguro y con cuidado retiro la máscara de su rostro. Noto que la correa tiene algo escrito en un idioma que no entiendo. Mi atención es robada por los labios de Sofía.

Son perfectos. Grandes y rosados, son posiblemente la parte mejor conservada de todo su cuerpo, casi tan llenos de esa vida ya perdida.

Los miro por un momento pensando en los pocos minutos que me quedan. ¿Dará tiempo de que ella me haga una felación? No, no… Con un beso me bastará. Eso sí, uno profundo y largo.

Acerco mis labios hasta tocar los suyos y el mundo desaparece.

***

“Uno para el archivo, ya editado. Saca las conclusiones que quieras.” – Hernando

CUERPO EN [BORRADO] SIN MITAD DE LA CABEZA

El día [BORRADO] Alejandro [BORRADO] fue encontrado muerto en su departamento en [BORRADO] después de un reporte de su amigo Emilio [BORRADO], que fue quien llamó a las autoridades. Las autoridades acudieron a la ubicación y encontraron el cuerpo. Según los testimonios, el cuerpo de [BORRADO] estaba brutalmente mutilado en el área del rostro: debajo de la nariz, incluyendo la quijada inferior, parecen haber sido arrancados con fuerza brutal de la cabeza de la víctima. El examen forense muestra que [BORRADO] estaba vivo cuando ocurrió el trauma.

Según el médico forense [BORRADO] “No hay fuerza humana que hubiera hecho eso y se debió haber empleado alguna clase de herramienta.” Según el experto, lo más parecido es una herida infligida por una trampa de oso.

Basado en las pistas encontradas, se cree que el sujeto estuvo acompañado por alguien, posiblemente una prostituta o escort. No sé ha encontrado el celular de [BORRADO], por lo que se cree que alguien deliberadamente irrumpió en su departamento para robarle. Su conocido, Emilio [BORRADO], es el principal sospechoso y las autoridades lo buscan.

La policía duda en hacer una llamada alertando la presencia de un “animal salvaje” luego de que un estudio posterior al cuerpo de la víctima concluyó que le fueron arrancados jirones de piel de las mejillas, así como partes de los músculos y ligamentos de toda el área de la boca. Según el forense, esto solo pudo hacerlo “un animal de gran tamaño, con hiladas de dientes filosos.”

La investigación continúa…

HUGO PAT

yorickjoker@gmail.com

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