Editorial
Vienen tiempos inéditos en muchos países del mundo, azotados por la actual pandemia viral.
Los usos y costumbres se alteran, las formas de vivir y convivir se modifican, y no puede negarse que el mismo carácter de las personas se ve alterado, a quererlo o no.
Los seres humanos somos de vida colectiva. Por ello, es más visible la actitud de los anacoretas del pasado, y del presente, que se segregan del mundo para vivir en lugares alejados, siendo su principal y único contacto la naturaleza, que provee sus necesidades básicas de resguardo y alimentación sencilla, sin grandes pretensiones culinarias.
La cuarentena social se impuso, y continúa ahora por instrucciones de los mandos políticos como medida preventiva de nuevos contagios. Un plazo inicial, una primera fase, no fue suficiente ante la dimensión de la pandemia. De ahí que la duración cuarentenaria se prolongue y continúe firme, con fecha indeterminada de conclusión.
Los espacios destinados a las usuales convivencias abiertas continúan temporalmente cerrados; teatros, templos, estadios, plazas públicas, locales de espectáculos, incluso mercados han dejado de operar por la presente causa considerada de fuerza mayor.
Por tanto, el mundo noticioso, prensa, redes, TV, continua sin recibir la información acostumbrada de espectáculos, deportes, vida social.
Incomunicación y aislamiento van de la mano. A falta de las noticias acostumbradas, la rumorología se impone.
Atentos a las recomendaciones oficiales, el no circula poblacional se convirtió en “Quédate en casa”, y los que se aventuran a las calles, lugares públicos y/o laborales lo hacen utilizando variedades diversas de tapabocas, coloridos, creativos, de estilo médico y hasta espacial.
La bondad de la economía impuesta otrora en las casas antiguas, con patios proveedores de frescura, frutas, sombra, animales de traspatio, huevos, flores y plantas útiles en la cocina o curativas, reafirma el valor de tal palabra: “economía” que está vinculada a su raíz, “casa” y “leyes”, reglas de manejo aplicadas actualmente a una casa colectiva magna que es el país, la casa de todos.
Ciertamente el editorialista considera estos tiempos como inéditos.
Esperemos que la fortaleza de nuestros congéneres supere estos tan duros y tristes momentos de prueba y nos permitan ver, en fecha próxima, un amanecer de esperanza con la vitalidad del sol cotidiano que nos alumbra, alimenta y acompaña.
Así sea.