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Tuyo es el reino

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Detalle de la portada del libro «Tuyo es el reino», de Abilio Estévez.

Tuyo es el reino, fuerzas de la sangre, potencias de la naturaleza.

Juan José Caamal Canul

Hallé el inicio al comentario a Tuyo es el reino de Abilio Estévez, pero lo perdí.

Va lo recuperado.

Es lógico, y cómo no, siendo una novela espléndida y rotunda, si entendemos rotundo como una forma perfecta de la geometría, aunque también del lenguaje, pero prefiero referirme a la forma absoluta: algo tajante, concluyente y categórico.

De este mundo narrativo no se puede salir o descender como personaje ni como lector, porque aquellos serán convocados en su aparición por este ámbito y solo así funcionará este universo con sus mecanismos y leyes.

Y por si acaso lo hacemos, hallaremos dificultades para encontrar, regresar de nuevo a esta esplendidez del lenguaje que describe un mundo absoluto. ¡Vaya si es redundancia!

Un mundo, una isla contenida en este continente que es un libro.

Esta novela es así de desbordada en sus paisajes y personajes, en sus escenarios del espacio en el que habitan, las realidades de todos los mundos posibles dentro de la isla, contenidos en la isla. La isla contenida en La Habana, contenida en la isla.

Isla que navega a la deriva. Lomo de bestia arbolada sujeta al fondo marino para lacerar y enloquecer con su cálido aliento a quien desea estar contenido en un continente.

Esta isla es cárcel y paraíso. Infierno y libertad. Todos viven y mueren.

Habitan no solo los espacios físicos sino también los otros, los menos tangibles que configuran la conducta, que prolongan los espacios físicos o los tergiversan, o los desdoblan.

La espera, circunstancia al igual que la sempiterna omnipresencia circundante del infinito mar, del agua.

Esperar esperando y el deseo de huir, de trascender el mar.

El hastío de la espera y el deseo oculto de vivir una vida distinta y, por qué no, de novela quizá como esta.

El autor Abilio Estévez.

Cada uno ha construido su espacio físico, lo ha llenado de monstruos, recuerdos, visiones, libros y pasiones. Alucinan, imaginan, recrean lo cotidiano y la inmediatez.

Es la naturaleza circundante la que potencializa el temperamento humano y exponencialmente, los elementos que constituyen esa naturaleza, la lluvia, el calor, el viento que hace hablar a los árboles, que permite exhalar a la tierra, que confunde las mentes y les permite creer que algo pasa o pasará.

Es la isla que somete sus mentes y les hace creer que sus dioses son mortales y han de permanecer siempre.

Es la lluvia y la sangre que ahogan fidelidades y parentescos.

Es una flor, una rosa blanca –o la que tu imaginación, tu mente fértil, fructifique– nívea, perfecta, atractiva a los ojos humanos, con espinas ensangrentadas, saetas contenidas en la piel de una imagen sufriente y martirizada. Una lección de arte.

Mientras tanto, es una tarde de octubre. El cielo comienza a oscurecer y se ha pigmentado de rojo; como si un gran incendio consumiera el horizonte y el futuro. Y de esa hecatombe surgirá la Historia, la avasalladora Historia que exigirá sacrificios.

En la isla ha caído la noche. Llueve y no llueve. Huele a lluvia. Tierra mojada. Humores íntimos y recónditos. Las mentes como flores y las frutas que fermentan a cielo abierto se abren y expelen locuras, y el perfume de la vida y la muerte.

Así hay libros que abren sus inmensos portones de madera y te dejan acceder al interior, a sus patios, a sus jardines colgantes o emergentes, que alivian con penumbras el

sofoco de la calle. Eres, estás invitado a esta celebración y te es dado caminar por donde el eco de tus pasos se pierde.

Silencio.

A lo lejos se escucha la bulla de La Habana.

La Habana, un engaño, una ilusión. Babilonia del caribe. Roncos atabales que convocan los espíritus ancestrales.

Escuchen, su majestad se dispone a trascurrir. Un graznido. Melissa desnuda en la azotea. Las cañabravas lloran, es la lluvia. Es la isla, allí donde las cosas son como no son ni pueden ser.

Esta novela habitará espacios junto a otras esplendideces: Los niños se despiden La bella del Alhambra Un rey en el jardín Paradiso Viaje a la habana Tres tristes tigres El reino de este mundo Celestino antes del alba La neblina del ayer El retablo del conde Eros. Así, sin comas, se complementan, son dispares, se prolongan mutuamente.

Columnas de una ciudad que se pierde entre la bruma de las columnas.

27 de julio de 2020

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