Surrealismo
En un artículo anterior, dedicado a la exposición «Sólo lo maravilloso es bello. El surrealismo en diálogo. Museo Boijmans Van Beuningen – México» en el Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México, me detuve en el análisis de un objeto de Aube Breton, la hija de André Breton, a quien el poeta francés dedicó las últimas palabras de su libro El amor loco: “Je vous souhaite d’être follement aimée” (le deseo que sea amada con locura).
El amor sin limitaciones es un leitmotiv del Surrealismo que, como bien vio Octavio Paz, parece desenvolverse bajo el signo de una estrella triple cuyas puntas serían el amor, la poesía y la libertad. Es, sin duda, bajo tal “Estrella de tres puntas” que el trio conformado por Wolgang Paalen, Alice Rahon, entonces su esposa, y Eva Sulzer llegaron desde Europa a México en septiembre de 1939, después de una estancia de tres meses en el oeste de Canadá, donde los llevó el interés de Paalen por las artes de los pueblos originarios Tinglit, Haïda y Kwakwaka’kakw.
El visitante de la exposición podrá admirar, del propio Paalen, una obra intitulada Orfeo, de 1939, que forma parte del catálogo de la Exposición Internacional del Surrealismo que tuvo lugar, en 1940, en la Galería de Arte Mexicano, muestra capital en la que también figuró la obra Los príncipes saturnianos, II, de 1938. Estos lienzos, que pertenecen al llamado periodo totémico del pintor, suscitan una profunda inquietud al evocar la presencia de entidades sobrenaturales por medio de formas semi-abstractas en las que, sin embargo, se asoman rostros indeterminados, un poco a la manera de tótems alzándose a la vertical en medio de un paisaje salvaje.
Por supuesto, esta temática se relaciona con el interés de Paalen por el fenómeno del totemismo en las culturas “originarias”, interés que lo llevó precisamente a conocer los postes totémicos del oeste de Canadá. Eva Sulzer hizo algunas fotografías de esos objetos, que fueron luego reproducidas en Dyn, la famosa revista fundada por el pintor austriaco en 1942, en una suerte de desafío al surrealismo “canónico” de Breton, del que deseaba apartarse en ese momento.
Otra de las obras que el visitante podrá contemplar en el Palacio de Bellas Artes es un pequeño cuadro rectangular de Alice Rahon, de 1946. Como lo indica su título, Quema de hierba (Feu d’herbes), lo primero que vemos en este discreto lienzo es un paisaje campestre en el que arden unos pajares de forma cónica o piramidal. En el fondo, se destaca una línea de montañas en la que reconocemos vagamente la silueta del Iztaccíhuatl, volcán al que la pintora nacida en Francia dedicara un poema, también publicado en la revista Dyn. Los tonos son terrosos y casi se puede percibir el olor a hierba quemada que se despide de los pajares en llamas, mientras que la luna se asoma a la derecha de la composición, otorgándole un aspecto profundamente misterioso al paisaje nocturno.
Sin embargo, un elemento parece romper el aparente realismo de esta pintura. Se trata de una figura compuesta de formas geométricas que sugiere una suerte de pirámide inmaterial. La presencia de este prisma hace que los pajares en combustión parecieran cobrar vida como si se tratara en realidad de entes primigenios atraídos por el magnetismo de la estructura etérea. En el camino de la ciudad de México a Tepoztlán, que tanto Rahon, como Sulzer y Paalen conocieron bien, se ven muchos montes puntiagudos que sugieren invariablemente al viajero la idea de que pudieran esconder una edificación prehispánica, con lo cual uno se pregunta si no fue ese trayecto el que inspiró a la pintora tal paisaje de naturaleza “animista”.
Hasta cierto punto, esta manera de evocar la magia telúrica del subsuelo mexicano, sin deformar excesivamente la realidad, es también característica de Eva Sulzer, cuya fotografía de la pirámide “del Adivino” en Uxmal, tomada en los años cuarenta, en Yucatán (igualmente reproducida en Dyn), mucho más que sólo retratar el templo nos remite a un pasado mítico que la fotógrafa suiza pareciera querer revivir.
Es precisamente debido a esa cualidad “surreal” que se manifiesta en los mitos, en los sueños o en los cuentos de hadas –que Pierre Mabille, gran amigo de André Breton, designó como “lo maravilloso” en su libro de mismo título–, que las obras arriba descritas se encuentran perfectamente en su sitio en una exposición dedicada al Surrealismo, independientemente de la adherencia estricta de sus creadores al “movimiento” bretoniano.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU