Editorial
Rodeados de situaciones riesgosas, decisiones insuficientes y crisis de conciencias, la pequeñez de los seres humanos resalta cada vez más.
Y no debido a situaciones de índole política, sino a dictados del mundo que nos rodea, y las condiciones naturales en que nos desenvolvemos.
Ni toda la dedicación, ni los recursos dispuestos, tanto técnicos como humanos, han logrado controlar o dominar el poder del fuego que, día a día, en los Estados Unidos o en Europa, acaba devorando bienes, incendiando recursos naturales, y agotando tiempo y paciencia de los expertos para intentar acabar con las llamas. No viene al caso pensar en la concepción política presidencial en Estados Unidos de ver en un súper muro la contención de este flagelo. El hombre recorre el mundo en varios continentes, haciendo presente la pequeñez de las declaraciones de las potencias que se llaman las más avanzadas, en tanto exhiben sus flaquezas ante el poder de la naturaleza.
Si bien es innegable que la humanidad ha avanzado sustancialmente en el combate a las enfermedades con las vacunas preventivas, tratamientos y controles, no lo es menos el hecho de que el tipo de sociedad en que ahora convivimos ha venido induciendo la aparición de nuevos padecimientos, tanto físicos como psicosomáticos.
La evolución humana lleva consigo aparentemente el germen de su propia destrucción.
Y conste que únicamente estamos haciendo referencias a la convivencia en los tiempos presentes, en los que los supuestos avances tecnológicos ya están entre nosotros para nuestro bienestar y satisfacción, para darnos tranquilidad y estatus.
Nuestros padres y abuelos vivían con satisfacciones mínimas quizá, pero con mayor sentido de convivencia abierta y calidad de vida, sin tantas presiones o desesperación, como ahora, para presumir los sofisticados celulares de estos tiempos, o los equipos de televisión y audio que obstruyen los espacios de convivencia familiar y se convierten en motivos de preocupación ante los robos o daños temporales de quienes se convierten en clientes cautivos de estas innovaciones.
Quizá ya estemos viviendo los momentos de retornar a la antigua sencillez, de comunicarnos de nuevo con las palabras directas y no las sofisticadas que surgen de los equipos sustitutos de nuestra personalidad. En realidad, nos envuelven en la insensibilidad afectiva y nos aíslan físicamente de las personas que amamos o apreciamos.
Bienvenida la tecnología, siempre que se use para salvar vidas, no para la presunción de estatus sino como objetos que faciliten nuestra vida, mantengan nuestra comunicación y dejen de convertirse en amenazas potenciales a la convivencia entre los seres humanos.
Aún es tiempo de reflexionar, realzando el gran valor del ser humano y su convivencia con sus congéneres, más que de las apariencias y presunciones de ubicación en estratos sociales incorrectos.
Meditemos que, aun con toda nuestra capacidad individual y colectiva acumulada por decenas de miles de años, nos mostramos incapaces de dominar el poder del fuego, que fue uno de los primeros descubrimientos de los hombres en la oscuridad de los tiempos iniciales de la humanidad.