Mérida
II. PANORAMA ARQUEOLÓGICO DE MÉRIDA
Los estudios arqueológicos, además de ayudarnos a conocer a las sociedades que nos precedieron, nos deben permitir plantear la integración de espacios ancestrales a nuestra forma de vida moderna.
Mientras más grande es el menoscabo del pasado maya de Mérida más urgente es la necesidad de una investigación formal de éste. Los datos que todavía se pueden recuperar sobre las categorías formales del asentamiento y su provincia y las observaciones que ha merecido durante los últimos 455 años, permiten plantear un estudio que profundice en la caracterización de T’Hó y de sus antiguos pobladores.
T’Hó o Ichcanzihó está clasificado como un sitio de primer rango en el Atlas Arqueológico del estado de Yucatán (Garza y Kurjack, 1980). A su alrededor se localizan toda una serie de asentamientos de Rango IV, los cuales muy probablemente dependían de ese principal núcleo de población, y que han sido absorbidos por la mancha urbana de Mérida, o están en proceso de serlo.
Muchos de los vestigios de esos asentamientos dispersos en la periferia de la ciudad se han perdido irremediablemente, a veces incluso por saqueo para las necesidades de las numerosas industrias de materiales de construcción (Kurjack y Garza, 1982). Por ejemplo, todavía en 1962, se conservaban en el centro de Chablekal montículos arqueológicos que 20 años después habían desaparecido por completo (id.ant.).
La arqueología del norte de Yucatán presenta un panorama particular del desarrollo cultural de los mayas antiguos Los trabajos llevados a cabo en Izamal, Dzibilchaltún, Aké y Acanceh, principalmente, permiten observar una profundidad histórica que nos remonta a los períodos más antiguos de los mayas peninsulares; la presencia de una arquitectura monumental para épocas tan tempranas –siglo IV d.C– provee de un interés especial a los trabajos en esta región.
- “Rescates” y salvamentos.
Quizás podríamos considerar que el trabajo arqueológico en T’Hó se inicia en 1939 con el “rescate” de “un gran osario maya” a cargo del Sr. Manuel Cirerol Sansores. Entre 1940 y 1955 fueron investigadores extranjeros –Ralph Roys, Edwin M. Shook y R.H. Thompson– quienes de distintas maneras se aproximaron a los asentamientos prehispánicos pertenecientes a la antigua comarca de Chakán.
Entre los primeros trabajos de la arqueología yucateca en los años 30 y el inicio de los primeros proyectos que, a partir de los años 70, realiza el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el maestro Alfredo Barrera Vásquez realizará una importante labor. Bajo su impulso se creará la facultad de ciencias antropológicas y el museo de arqueología, en un inicio ambos en el Palacio Cantón. Será la etapa de formación de las primeras generaciones de antropólogos y arqueólogos yucatecos y comenzará el desarrollo de la corriente yucateca para los estudios de la cultura maya en el ámbito científico de Yucatán.
Con todo, durante más de 30 años no hubo aparentemente una actividad arqueológica en Mérida, hasta las primeras intervenciones de “rescate” del Centro, Regional del Sureste del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en 1970, precisamente a la hora de construir sus oficinas en una zona con vestigios de ocupación maya antigua. Así se inician formalmente, a principios de los años 70, los primeros trabajos de “rescate” arqueológico en la ciudad.
El término “rescate” hace referencia en la arqueología al registro –con dibujos, fotografías y otras técnicas– de los restos de las construcciones y demás vestigios mediante una metodología de rápida intervención, ya que por diversas razones – nuevas construcciones modernas, pavimentación de calles, etcétera– es necesario un cambio en el uso del suelo del lugar que ocupan los vestigios. Posteriormente se retiran cerámica, ofrendas y todo lo que puede ser movido. La desventaja de estas intervenciones de urgencia es que se sacan de su contexto original los elementos arquitectónicos, perdiéndose la categoría de esos espacios, y por lo general se realizan además apresuradamente por las presiones de tiempo, quedando fuera de control parte de los vestigios, mientras que otros serán inevitablemente arrasados. El salvamento arqueológico, a diferencia del “rescate”, permite que las ruinas sean restauradas y conservadas en su contexto. Los arqueólogos, lógicamente, abogan a favor de los salvamentos: “…es más importante conservar los vestigios y lograr su integración a las construcciones modernas” (Sierra y Vargas, 1988)
Los trabajos de “rescate” y salvamento arqueológicos llevados a cabo por personal del INAH, propiciados por el mismo desarrollo urbano de Mérida, muestran una larga e intensa ocupación prehispánica que va desde el periodo Preclásico, antes del año 300 d.C.. con un importante incremento de población para los momentos del Clásico Tardío, entre los siglos VIll al X, y con una última ocupación dispersa pero considerable en los dos últimos siglos antes de la Colonia.
Los arqueólogos Rubén Maldonado y Silvia Garza llevaron a cabo el “rescate” de un montículo en Chuburná de Hidalgo entre 1973 y 1977, realizando el primer análisis de materiales cerámicos cronológicamente situados desde el 300 a.C. hasta el 1300 d.C. y reportando una arquitectura perteneciente al periodo Clásico, alrededor del 700 d.C., con una segunda etapa constructiva situada a inicios del Postclásico (1200-1300 d.C.). En su Informe de las “Excavaciones practicadas en un montículo de Chuburná de Hidalgo, Mérida, Yucatán” (1973) el arqueólogo Rubén Maldonado dice que:
…está catalogado como un sitio de Rango IV y reconocido con la clave 16Qd(4):11 (del Atlas Arqueológico). Por otro lado se trataba de un sitio otrora aledaño a la antigua T–Hó (Mérida) y cercano también al sitio arqueológico conocido hoy como Dzibilchaltún y a la propia costa yucateca…De acuerdo con el material cerámico recobrado y con las características de la unidad arquitectónica, ésta tuvo su apogeo en el periodo Clásico, quizá por 700 d.C., con el edificio de esquinas remetidas, y en una etapa más tardía, tal vez en la transición al Postclásico, la estructura se amplió con la construcción de escaleras grandes.
Actualmente esta zona se encuentra urbanizada, sin ningún vestigio arqueológico. aparente. Como excepción está el basamento sobre el que se construyó la iglesia de Chuburná, del que en algún momento podría obtenerse todavía Información arqueológica.
En su artículo periodístico de 1978 “Vestigios arqueológicos de la ciudad de Mérida”, Alfredo Barrera Rubio identifica el lugar llamado Dzoyilá, por donde pasan los itzáes en su peregrinar hacia Chichén, con el sitio ubicado en el Fraccionamiento Las Granjas, al sureste de la ciudad.
En 1979 se llevó a cabo el proyecto arqueológico del Parque Las Granjas, el cual se convirtió en el primer parque arqueológico de la ciudad de Mérida (Gallareta y Cervera, 1979). En Granjas se excavaron varias estructuras domésticas que mostraron ocupación del Preclásico Tardío (300 a.C.–250 d.C.) con cerámica asociada a la Dzibilchaltún, lo mismo que su estilo arquitectónico. Escriben Gallareta y Cervera (1979) en su informe:
…observamos que el sitio presenta evidencias de ocupación aparentemente continua hasta el Postclásico Temprano, como lo demuestra la mención del Chilam Balam de Chumayel –Dzoyilá–. Esta aparente continuidad en el tiempo, ligada a las evidencias de su ocupación temprana, hasta ahora poco entendida, puede servir de base para estudios comparativos principalmente con Dzibilchaltún, con el fin de conocer mejor el desarrollo de la cultura maya en el área norte de la península y en particular el de Thó, actualmente ciudad de Mérida, el cual fue un gran centro de población prehispánico hasta ahora poco conocido a pesar de su indudable importancia.
No obstante, en parte de este mismo sitio, el personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia llevó a cabo labores de “rescate” arqueológico, en 1996, para que se construyera el nuevo fraccionamiento Kukulcán. Con todo, un espacio que parece corresponder al centro de esta población abandonada, cuyos terrenos ya son propiedad del mismo Instituto, será programado, en una nueva conjunción de esfuerzos entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el municipio, para su integración al desarrollo urbano de Mérida, fortaleciendo el conocimiento de la historia antigua y la imagen maya de esta ciudad.
En el Atlas Arqueológico del Estado de Yucatán (1980) Garza y Kurjack identifican en la ciudad de Mérida cerca de 40 sitios. Estos mismos arqueólogos comparan en dimensiones “el gran montículo que soportaba el convento franciscano de San Benito” en el centro de Mérida –calles 54,56,69 y 65–, de 120 metros por lado y de una altura no menor a 8 metros, con la plataforma del Gobernador en Uxmal y con el Kinich Kakmoo de Izamal. Otro edificio, recordado ahora en la esquina del Imposible –calles 52,48,65 y 67– medía 180 metros este-oeste por 120 metros norte-sur.
Diego López de Cogolludo apuntaba en 1688 que el montículo –que él consideraba dedicado a Bakluum chaan–, en lo que es ahora la Plaza Principal, era aún mayor que los señalados arriba. De acuerdo con Garza y Kurjack (1980:27): “Es posible que si se efectuaran excavaciones más profundas se confirme…” En algunas casas de las manzanas entre las calles 61,62,64 y 65 el primer nivel en fachada existe sólo en apariencia, ya que el segundo nivel está construido sobre la antigua plataforma. Los muros de las primeras casas coloniales de Mérida fueron levantados con “sillares de recubrimiento”, usando la misma técnica constructiva maya propia de los edificios ancestrales, según se descubrió fortuitamente en 1997, gracias al programa municipal de remozamiento de fachadas del centro histórico, que retiró el revoco que cubría los viejos muros de piedra de los edificios coloniales (Casa Pedz Balam).
En los terrenos del actual Centro Regional de Yucatán (INAH), se llevó a cabo en 1980, la exploración y el rescate de cuatro montículos antiguos; el montículo 1 se fechó para el Preclásico Tardío y el 3. contenía evidencias de ocupación tanto de ese mismo período como del Clásico Tardío; otros dos montículos estaban ya destruidos. De esta manera el Dr. Peter Schmidt registró la evidencia más antigua de un sitio satélite de T’Hó, llevando la cronología de la ciudad a momentos anteriores al siglo IV d.C.
En el plano que presentan Gallareta y Callaghan (1989) se indican 30 núcleos de asentamientos antiguos.
Patricia Fernández, en su reporte “Vestigios arqueológicos en la ciudad de Mérida” (1991), presenta una monografía de los trabajos de “rescate” y salvamento desarrollados hasta ese momento señalando nuevamente que “los vestigios que aún se conservan manifiestan la importancia del sitio y sobretodo, aún es posible rescatar estructuras cuyo tamaño y altura las hace únicos testimonios de la grandeza que alguna vez tuvo la antigua Ti’ho.”
Los proyectos llevados a cabo en distintos rumbos de Mérida son: CRY-INAH (Schmidt, 1980 y González, 1981), Salvador Alvarado (Peña, 1989), El Vergel II (Peraza, Pérez y Fernández. 1989), Mulsay (Suárez y Ojeda, 1990), Xoclán (Vargas y Sierra, 1991), Mulchechén (Sierra, Vargas y Huchim, 1991). Últimamente se desarrolla un programa arqueológico en la salida de Mérida rumbo a Tixkokob, en los discutidos límites territoriales entre Mérida y Kanasín, donde se ubica el fraccionamiento Flor de Mayo.
En 1994, en conjunción de esfuerzos entre el INAH y el Ayuntamiento de Mérida se llevó a cabo el proyecto de salvamento arqueológico del Parque Recreativo de Oriente. Un importante conjunto arquitectónico, con una ocupación muy temprana (300–700 d.C.); fue excavado y se restauró lo que quedaba de sus construcciones devolviendo a Mérida uno de sus espacios más antiguos (Velázquez et.al.,1995). De esta manera empezó a tomar forma el segundo Parque Arqueológico de la ciudad.
Los hallazgos arqueológicos del Parque Recreativo de Oriente nos enfrentan a evidencias particulares tanto arquitectónicas como históricas. La cerámica asociada a esa arquitectura nos ubica en momentos muy tempranos del desarrollo peninsular el asentamiento se puede situar, en sus edificios más antiguos, entre los años 300 y 400 d. C., y las modificaciones, observables en la secuencia constructiva de los edificios, nos hablan de importantes cambios sociales que afectarían la propia organización sociopolítica de la región norte de la Península, hasta aproximadamente el año 600 d.C.
Un templo piramidal limita por el sur a una gran plaza rodeada de plataformas, cuya distribución interna indica la funcionalidad diferenciada de esas unidades arquitectónicas. De mayor interés resulta el complejo de basamentos con esquinas remetidas y estructuras circulares que conforman el edificio situado al oriente de la plaza, pertenecientes al momento más antiguo (preclásico). En él se hallaron dos tumbas, con vasijas acompañando los restos humanos, muestra de un culto especial para ciertos individuos de prestigio o pertenecientes a una élite. Las cistas de las tumbas se hallan en su lugar original en el Parque Recreativo Oriente, y las vasijas de las tumbas y una ofrenda están restauradas en la ceramoteca del Centro Regional Yucatán del INAH a la espera eventual de estudios acuciosos. La ofrenda, una olla del tipo conocido como Chuburná, diagnóstico de la hegemonia de Izamal, tapada por un cajete del tipo Sierra Rojo, típico del Preclásico, marca sin duda una época de cambios, visible de la misma manera en la arquitectura.
El paso de una arquitectura antigua, con semejanzas a la que se conocía para Uaxactún en el Petén guatemalteco, a unas construcciones de bloques megalíticos, relacionados con el estilo Izamaleño, puede considerarse como efecto del orden social. Una manera de entender los momentos históricos evidentes en los monumentos arqueológicos del Parque Recreativo de Oriente podría ser el paso de una organización tribal, o de familias extensas, a un régimen más parecido al de tipo estatal.
Mención especial merecen las aportaciones que han hecho a la arqueología de Mérida los estudios de la arquitectura y el patrón de asentamiento en las áreas de Dzibilchaltún y Komchén. El Dr. Andrews IV, Edward Kurjack, Víctor Segovia y Rubén Maldonado, desde sus individuales perspectivas han ofrecido observaciones que resultan indispensables para aproximarnos a T’Hó.
Desde una visión dinámica del desarrollo cultural maya, los restos materiales recuperados por la arqueología, junto a las fuentes históricas de la época colonial –tan abundantes en relación con Mérida–, nos permitirán aproximarnos a la caracterización de la fisonomía urbana de T’Hó y a la de sus pobladores, principal cometido de la investigación arqueológica.
Josep Ligorred Perramon
Continuará la próxima semana…