Mérida
5. UNA VISIÓN YUCATECA: LOS ILUSTRADOS
Pasemos ahora a hablar de “T-Hó”, no porque estemos seguros de que sea la ciudad que siga en antigüedad a Itzmal, sino porque así parece demostrarlo el hecho de que el culto primitivo haya prevalecido sobre el de Kukulcán.
-Eligio Ancona
Al mismo tiempo que personalidades extranjeras se asombraban del magnífico pasado maya de Yucatán, muchos yucatecos comenzaron a observar en las ruinas de Mérida los cimientos de su propia identidad.
A mediados del siglo XIX José Julián Peón, en su “Crónica Sucinta de Yucatán”, Don Justo Sierra O’Reilly, en los periódicos publicados en la Península como son el “Museo Yucateco”, “Registro Yucateco” y “El Fénix”, y posiblemente Gerónimo del Castillo, con el “Diccionario Histórico-Geográfico y Monumental de Yucatán”, nos legaron interesantes observaciones de lo que en sus tiempos quedaba de la antigua T’Hó.
En 1831 José Julián Peón se refirió a la ciudadela de San Benito de la siguiente: forma:
La ciudadela de San Benito debería ocupar un lugar distinguido si no estuviera tan deteriorada: entre sus muros se halla el convento grande que ocupaban los religiosos de San Francisco con tres templos suntuosísimos, los cuales sirven hoy de almacenes de guerra; se pueden alojar en dicha ciudadela 8.000 hombres de tropa con toda comodidad.
En un remitido “profético” del “Museo Yucateco” (1841), en la sección Antigüedades del País, leemos:
Apenas se hallará un país tan abundante en ruinas, como Yucatán…Hay infinitos cerros o montículos de casas arruinadas, que sería fastidioso enumerar…: omitiendo los de Mérida, por haberse destruido casi todos, pues sólo quedan pequeños restos en San Cristóbal, en la casa del Sr. Ruz, y en el que sirve de asiento al que fue convento de S. Francisco que también está casi destruido, y probablemente en pocos años no quedará piedra, por la propensión vandálica de nuestros paisanos. Baste decir, que apenas se hallará templo, casa de ciudad, pueblo o hacienda, que no estén fabricados con piedras arrancadas de los preciosos edificios antiguos, o tomadas de los montículos que se han formado al destruirse los bellos Teocalies, soberbios palacios, y habitaciones suntuosas de los olvidados Mayas, o Itzalanos.., dudo que hayan hombres ilustrados, amantes de la prosperidad de su patria, que se reúsen a contribuir para hacer excavaciones, que bien dirigidas, enriquecerán este establecimiento verdaderamente científico.
Cuatro años más tarde, en 1845, en el “Registro Yucateco”, se hizo un nuevo llamado de atención por la destrucción de los restos de T’Hó:
Tihó era un gran pueblo los indios lo habitaban había muchos años, y allí tenían templos y otros edificios de piedra bien labrada. Servíanles de base unos cerros hechos a mano, que los más desaparecieron por tener que tomarse de ellos la piedra que era precisa a los españoles para levantar sus casas, y con la mira también de rectificar muchas calles. Sobre estos cerros, la antigua población, que tenía allí su asiento conservaba sus célebres adoratorios, que fueron destruidos inmediatamente, despedazados sus ídolos, y hasta allanados los mismos cerros, que en un país tan llano como el nuestro, fueron obra exclusiva del hombre, y cuya antigüedad debió respetarse.
Líneas adelante sigue quizás la primera gran reivindicación para la protección del patrimonio arqueológico de Mérida:
Estos monumentos no solo no debieran destruirse sino al contrario conservarse cuidadosamente, porque, como dice a este propósito el Sr. Alamán en una de las disertaciones que con tanta maestría está escribiendo sobre la historia de México, un edificio, una inscripción, un nombre antiguo, debe ser respetado como un recuerdo duradero destinado a ligar la generación pasada con la actual, y prolongar, por decirlo así, la existencia del hombre, haciéndole ver como presente todo lo que aconteció en los siglos que precedieron a su nacimiento.
Justo Sierra O’Reilly relata en la obra “Los indios de Yucatán”, reeditada en 1994 por la Universidad Autónoma de Yucatán, importantes sucesos de la conquista de T’Hó:
Así, pues, la derrota de los indios fue cabal y decisiva de la conquista. Todo el resto de aquel año lo empleó Montejo en afirmar y corroborar sus relaciones con los caciques de la Sierra y de los contornos de Thoo, hasta que llegó a persuadirse de su sometimiento y pasiva resignación a mudar de dueños. Tan frecuentes habían sido las convulsiones políticas entre aquellos pueblos, tan áspero el despotismo de sus señores y tan cansados se hallaban de las frecuentes guerras y discordias, que no fue difícil obtener la sujeción de todos ellos después de la victoria del 11 de Junio. Los más cerriles y bravíos emigraron en masas enormes hacia la garganta de la península y se establecieron a las orillas del lago Petén-Itzá: los orientales que permanecieron en el país abrigaron siempre un odio profundo a los españoles, que se ha transmitido de padres a hijos por tres siglos, aunque encubierto bajo el embozo de la humillación y sometimiento. Ya veremos cómo jamás malograron la ocasión de insurreccionarse y poner en conflicto a los españoles.
En 1848 escribía Justo Sierra en “El Fénix”, periódico publicado en Campeche, acerca de uno de los conjuntos arquitectónicos del centro de Mérida: “…sentaron sus reales en un cerro de los muchos que allí había hechos a mano, y que a la cuenta debió de ser el que estuvo en el lugar que hoy ocupan las casas consistoriales de Mérida, y del cual se ven vestigios en el patio de la casa situada a la izquierda”.
En el Apéndice, del Diccionario Universal de Historia y de Geografía, último tomo de la gran obra de Manuel Orozco y Berra, inspirado en los escritos de Justo Sierra y publicado en 1856, se hace referencia a aspectos de población a partir de las distintas fuentes coloniales:
… muy grande debió ser nuestra población: bastante según la expresión del V. Las Casas para fundar muchas ciudades y muy ricas. Debíó serlo, puesto que en la famosa batalla de Thió que se peleaba… poco (11 de Junio de 1541), 60,000 indios gandules o de guerra, según unos, y 40,000 según los que menos, salieron de allí a la defensa de su patria y de sus dioses. Si se considera que esta gran multitud era solo de los aliados de los Cocom, puesto que los Tutulxius eran confederados de los españoles, de modo que sólo estaba allí representada la región que sigue desde Izamal al Oriente, no parecería exagerado suponer una población de más de medio millón, sobre todo, no estando despoblado entonces, como lo está ahora el rumbo de Champotón, donde sufrió el conquistador los primeros y más desgraciados encuentros.
De gran importancia es un documento histórico fechado en 1864-65, que no ha recibido todavía la atención que merece. Se trata del Plano Topográfico de la Ciudad de Mérida, levantado con arreglo a las instrucciones del Exmo. Sr. Comisario Imperial de la Península de Yucatán José Salazar Ilarregui, por los Ingenieros de la Comisión Científica que nombró y bajo la dirección del “Gefe de la Sección Topográfica Señor Agustín Díaz”. En este plano se observa la ubicación y dimensiones de la Ciudadela de San Benito, así como los restos de la plataforma del Cerro del imposible, de la misma manera los ingenieros ubican otros cerros o depresiones en otros lugares de la entonces todavía periferia de la mancha urbana, lugares que hoy en día se encuentran totalmente absorvidos por el crecimiento de Mérida. La última litografía del plano fue realizada en 1945, hace ya más de medio siglo, por Enrique Cervantes y publicada en su obra Bosquejo del desarrollo de la ciudad de Mérida; la piedra original se conserva y exhibe actualmente en el Museo de la Ciudad, en el centro de Mérida.
Cabe mencionar un plano anterior, encargado al arquitecto Santiago Servián en 1813 por el Ayuntamiento de Mérida, y entregado el 10 de diciembre de ese mismo año, y que, como señala Michel Antochiw, “desapareció sin dejar huella y sin que nadie lo mencionara posteriormente” (1992).
En 1866 ve la luz el Diccionario Histórico-Geográfico y monumental de Yucatán de Gerónimo del Castillo. Lamentablemente sólo se logró editar el Tomo I, de los dos que conformaban tan magnífica obra, en el cual las referencias a los vestigios de T’Hó no aparecen. A manera de ejemplo de lo esmerado de sus descripciones podemos citar la referencia acerca de la construcción de la iglesia de Santa Ana de Mérida:
…la primera piedra fue colocada el 21 de Enero de 1729, gobernador D. Antonio de Figueroa y Silva, llamado el Manco porque tenía desarticulada la mano derecha y firmaba con la izquierda; dicho Sr. fué quién costeó su fábrica, allanó su plaza que era muy pedregosa, la sembró de naranjos y donó la casa que se halla al pie del arco para habitación del capellán.
En 1878 Eligio Ancona publicó su Historia de Yucatán; en esta gran obra el autor dedica varias páginas a revisar apreciaciones relevantes acerca de la antigua T’Hó y de sus construcciones mayas. Esto lo lleva a planteamientos que siguen sin respuesta y de gran interés para futuras investigaciones: “Ignoramos completamente si T-Ho tuvo alguna importancia política en la antigüedad. En el siglo XVI de nuestra era, formaba parte de la provincia de Cehpech, pero no podemos decir si tenía un gobierno independiente, o dependiente de algún cacique de la comarca”.
Josep Ligorred Perramon
Continuará la próxima semana…