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Tanasio

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Letras

Joel Martínez Bañuelos

-Nada nos ha dado la tierra, pura necesidá puras madrugadas, desveladas, apuraciones, aparte de enfermedades y malpasadas, eso es lo que nos da.

-Ta’ como la vez que me picó un arlomo, la pata se me puso morada en menos de una semana.

-Y pa’ curarme cómo, si ni tan’ siquiera había un peso pa’ tragar, menos pa’ ir con un dotor; a puros fomentos de agua con sal y una hierba que me puso la Matilde, si no ya anduviera mocho.

Tanasio hace una pausa y sonríe, sus ojos ya no tienen el brillo de la esperanza y su mirada vacila, como tratando de justificar la pobreza que ha sido su única aliada en toda su vida. Desde que nació ha vivido en la última casa del poblado, sus árboles que le prodigan sombra se confunden con los del cerro.

-Mi apá’ llegó aquí huyendo de la cristeriada porque entre tanto relajo ya no se sabía quiénes eran los güenos; yo crioque naiden, porque llegaban los soldados y había que darles de tragar porque si no a luego lo acusaban a uno de cristero; y los calzonudos lo mesmo: si no les dabas de tragar y beber, hasta te colgaban por traidor a la causa.

-A veces te robaban las hijas, y hasta la vieja si a algún desgraciado le gustaban. Muchos desmanes hicieron y nada arreglaron, eso contaba mi viejo. A mí no me tocó verlo, yo nací aquí donde la vida siguió siendo difícil, y donde me voy a morir y seguirá siendo igual.

Tumbado en su hamaca, su camisa desfajada y abierta, todavía mojada de sudor, deja ver su pecho y sus costillas ausentes de carnes. Con su sombrero ahuyenta el sofocante calor mientras toma un trago de agua de la tinaja en un viejo jarro.

-He trabajado durante más de treinta años. Desde niño acompañaba a mi padre y lo único que tengo es la tierrita a la que le saco lo poco que puedo; mi caballo, que ya anda trabando las patas, más hambriento que yo; esta casa que solo le he hecho las paredes de varejones, y el techo sigue siendo de palma; dos cambios de ropa: pa’ trabajar y uno pa’ dominguiar; la luz me la cortaron hace dos meses porque no tuve pa’ pagar. Un licenciado me dijo que me iba a ayudar, le puse la huella a unos papeles y le di lo poquito que tenía. Mejor le hubiera comprado huarachis a la Matilde, que güena falta li’hacen. Ya no volvió el mentado licenciadito…

Las sombras de la joven noche empiezan a caer, unas esqueléticas gallinas empiezan a trepar por una viga de palma hacia un guamúchil.

-Es hora de dormir y dar gracias a Dios por los favores recibidos, por la vida, por la salud y por poner pan en nuestra mesa.

Tanasio se dirige hacia la pila del agua. El calor parece brotar de la tierra como una exhalación infernal.

-Vamos a pegarnos una remojada. Ojalá que refresque, pero que no llueva, porque temprano hay que ir a la parcela a seguir ladrándole a la gorda, porque hay mucha nesecidá y, aparte, dentro de tres meses cumple años la Matilde y quero juntar pa’ regalarle unos huarachis.

Las sombras nocturnas cubren las copas de los árboles y envuelven el jacal con su negrura. Algunas estrellas se abren paso a través de las densas nubes e iluminan el cielo y las esperanzas de un hombre cansado por la adversidad que duerme con una triste sonrisa que semeja mueca de dolor y resignación.

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