Cultura
En un artículo anterior hablé de la relación que existió en México entre el desarrollo de la abstracción y la llegada de Wolfgang Paalen a nuestro país. Para ello me detuve tanto en la visita que le hiciera Robert Motherwell en 1941, momento en el que este último produciría su “Mexican sketchbook”, como en el impulso que Paalen le diera a la carrera de Gunther Gerzso al animarlo, junto con Inés Amor, a exponer en la Galería de Arte Mexicano en 1950.
En esta ocasión me gustaría hablar de manera más general de algunos de los lazos que se pueden establecer entre la llegada de los Surrealistas a México y la eclosión de la llamada Ruptura.
Se recordará que apenas dos años después de la exposición de Gerzso en la GAM tuvo lugar, en 1952, la apertura de la galería Prisse, fundada por Alberto Gironella, Héctor Xavier y Vlady, de este último se puede admirar actualmente una magnífica muestra retrospectiva en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, en la Ciudad de México.
Según escribía en 1981 Rita Eder en su libro sobre Gironella “en la Prisse se reunía, hacia el año de 1952, una nueva generación de pintores que estaban en contra de la leyenda de los tres grandes, quienes hacían y deshacían el mundo de la pintura.”
Eder planteaba además que “El síntoma de un viraje en el campo de la plástica [con respecto a la hegemonía de los muralistas] parece anunciarse en el largamente pospuesto reconocimiento a Tamayo cuya primera retrospectiva en México tendrá lugar en Bellas Artes en 1948” y proponía entre otros factores para este viraje “la llegada de los surrealistas europeos”, aunque nombrando únicamente a Leonora Carrington, Paalen y Alice Rahon.
Ahora bien, en 1952, el surrealista Benjamin Péret, quien vivió en México de 1942 a 1947, pero que ya había regresado a Francia para esas fechas, expresaría claramente su admiración por Tamayo en un texto dedicado a la Exposición de Arte Mexicano de París, organizada por Fernando Gamboa en ese mismo año. En este texto, en el que consideraba a Tamayo como el representante de la verdadera pintura mexicana, Péret se empeñaría simultáneamente en hacer gala de su antipatía por Siqueiros, al que acusaba de haber participado en el intento de asesinato a Trotsky, un tema con el que seguramente se entretuvo con Víctor Serge, padre de Vlady, cuando ambos estaban en México, pues se sabe que se reunían para discutir y compartir su visión común de la política, afín a la de Trotsky y opuesta a la de Stalin.
Para cuando Péret escribió ese texto, ya estaba publicado el prefacio de André Breton para la exposición de Tamayo en la Galerie des Beaux-arts, celebrada en París, en 1950. Es este un texto importante en el que, además de alabar el arte del pintor mexicano, Breton increpaba, desde la izquierda, al realismo socialista y su pretensión de hacer de la pintura una forma de propaganda al servicio del Estado, aludiendo discreta pero contundentemente al muralismo mexicano a través de una cita del propio Tamayo, lo cual sin duda está en concordancia con el estado de ánimo que generalmente se atribuye a los pintores de la Ruptura. Cabe recordar, por lo demás, que años más tarde, en 1962, Breton se acercaría a la obra de Gironella en París, declarando que esta era “surrealista”, lo cual sería el inicio de una amistad entre ambos hombres de la que nos queda como testimonio material la obra de Gironella La Reina Mariana, de 1962, que Breton atesoró en su colección.
Así pues, Surrealismo y Ruptura aparecen quizás más entrelazados entre sí de lo que generalmente se concibe. Esto quizás nos pueda ayudar a interpretar bajo una luz diferente el tan rebatido episodio del salón Esso de 1965, para el cual se privilegia generalmente una narrativa centrada en los hermanos García Ponce, así como en la idea de una injerencia en México del “imperialismo cultural de la Guerra Fría” (tomo la expresión de Daniel Garza Usabiaga), obviando que Tamayo formaba parte del jurado, y que el segundo premio fue otorgado a Lilia Carrillo por su pintura abstracta Seradis. Esto último es particularmente interesante si se tienen en mente los paralelos que, como ha señalado Garza Usabiaga, se pueden trazar entre la pintura de Paalen y Carrillo (quien vivió en París de 1952-1955).
Sea como sea, es este un tema que valdría la pena seguir explorando con mayor detenimiento.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU