José Juan Cervera
Las cartas, concebidas en su modalidad tradicional, emprenden largos recorridos para llevar noticias y para reavivar emociones, reanudan diálogos que interrumpe la distancia y ayudan a clarificar los rincones oscuros de la personalidad de sus redactores. Así se explica la importancia de los epistolarios, consecuente con el esfuerzo de quienes se dan a la tarea de confeccionarlos.
El conocimiento de la vida y de la obra de muchos escritores cobra mayor nitidez gracias al intercambio de misivas con sus pares; la divulgación de su contenido acentúa las cualidades expresivas que alientan los diversos géneros literarios. Sin embargo, no es suficiente hacer acopio de cartas para mostrarlas en un libro sino que es necesario también esclarecer el contexto en el que circularon, acción que favorece por igual a lectores especializados y a aquellos que sólo requieren un conjunto de datos básicos para orientarse mejor en su lectura. Estas expectativas las satisface plenamente el volumen Correspondencia (1922–1958) de Alfonso Reyes y Ermilo Abreu Gómez, cuya edición, presentación y notas se deben a Zulai Marcela Fuentes y Alfredo Tapia Sosa (Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, 2013).
Con este trabajo, los investigadores referidos ofrecen amenidad en los textos y mesura en sus anotaciones, junto con un valioso instrumento de consulta que se acompaña de índices onomásticos y de cartas distribuidas en orden cronológico. En ellas puede apreciarse el interés creciente con que Reyes atestigua la evolución estética de quien con el tiempo sería el padre literario de Canek, a partir de lo que aquél definió como “el inicio de nuestra amistad” cuando Abreu Gómez le remitió uno de sus libros, dando fe de sus primeros pasos en la prosa artística y guiando los ímpetus de su vocación creadora. Desde entonces puede seguirse el itinerario de ambos en distintos lugares y responsabilidades, compromisos y fases en que cada cual imprimió una huella perdurable. Este compendio epistolar pone a la vista también acontecimientos tan significativos como la estridente polémica de 1932 en torno al sentido nacional de la literatura mexicana sobre la cual Abreu instó al escritor regiomontano a pronunciarse, sin ocultar sus ansias de acreditar de qué lado y con qué argumentos tomaría partido.
Episodios como éste, en que el yucateco insistió y fue claramente obsesivo, nublaron la relación sostenida con quien consideraba su maestro, con altibajos tales que cinco años después Reyes deploró “una explosión de odio” y mala voluntad hacia su persona, aunque no abandonó la ecuanimidad que siempre lo caracterizó ante los ojos del mundo, reanudando el hilo de un trato que tomó proporciones de una cercanía cada vez más estrecha y madura.
Por supuesto, las cartas daban cuenta de los proyectos y realizaciones de cada uno de los escritores, de sus contrariedades y regocijos, al mismo tiempo que consignan la recepción mutua y paulatina de sus obras recién editadas. Así, cuando Abreu envió a Reyes un ejemplar de Naufragio de indios en 1951, el autor de Visión de Anáhuac confundió involuntariamente el nombre del libro en su acuse respectivo, dando motivo a un leve desconcierto que luego fue aclarado.
Los dos hombres de letras incorporaron algunos de estos documentos en obras suyas; por ejemplo, Reyes incluyó su carta-prólogo para El Corcovado, de Abreu, en Reloj de sol, mientras que el otro publicó una de gran extensión en Clásicos, románticos, modernos, la cual le había hecho llegar con motivo de la polémica de 1932. Varias más aparecieron en diversos periódicos y revistas. Podría creerse que desde que las escribieron pensaban darlas a conocer no sólo a su destinatario inmediato sino también a muchos otros lectores que con posterioridad harían con ellas descubrimientos y conjeturas.
El creador yucateco extrajo algunas breves palabras de una de las cartas de Reyes para ponerlas como epígrafe en el primer tomo de sus memorias, citándolo frecuentemente en otras obras suyas, como en Arte y misterio de la prosa castellana.
Con estos ejemplos puede comprobarse el vigor con que fluye la sustancia de estas piezas de correspondencia, savia que nutre los valores de la lengua compartida e irriga los vasos comunicantes de la identidad literaria en Hispanoamérica.