Letras
II
Doña Jacinta sabe hacer muchas cosas: corta leña, arranca hierba mala, arma compostas y mata cerdos. Ellos intentan defenderse, pero doña Jacinta les amarra las patas y clava un punzón en sus pechos. Todo ocurre tan rápido que de un momento a otro los chillidos se transforman en silencio.
Nos mudamos a este pueblo por el trabajo de mamá. Ella, junto con otros maestros, enseña a los niños a sumar y a leer. A mamá y a mí nos agrada vivir aquí porque no hay tanto ruido como en la ciudad, y porque los animales caminan felices por la calle.
Cuando llegamos, no sabíamos dónde comprar carne; pero, después de preguntar, la gente nos envió con don Bery. Él tiene la única carnicería del pueblo, y su esposa, doña Jacinta, hace las tortillas más ricas que alguien pueda probar. Doña Jacinta es mi nana, vive al ladito de la casa que mamá y yo rentamos.
Además de vender tortillas, doña Jacinta borda con los hilos que guarda en su canasta de palmera. Yo miro atenta cómo los colores traspasan las telas y se deslizan hasta ser puntos fijos. Me gusta cómo uno a uno se vuelven decenas de puntos que al final forman las plumas de un ave, gajos de mandarinas o la pulpa roja de una sandía. Hace diseños tan bonitos que cada semana se llena de encargos. A nosotras nos obsequió una manta con la que envolvemos las tortillas; mamá miró a detalle las flores que doña Jacinta hizo y dijo muy contenta que tengo mucho que aprenderle. Por eso, cuando borda la ayudo a enhilar agujas y a seleccionar los materiales que necesita.
Siempre que llego de la escuela, mi nana está lavando ropa en el tinglado. Entonces hago mi tarea concentradísima porque, si terminamos al mismo tiempo, deja que le ayude a alimentar a sus pavos y gallinas. Cuando desgrana elotes, me siento junto a ella y le pregunto cómo se dicen las cosas en maya. Todo lo que dice lo apunto en mi libreta. A cambio de aprender su lengua, yo le enseño a sumar.
Así pasamos las tardes hasta que don Bery regresa. Cuando está por llegar, doña Jacinta deja todo en orden para recibirlo: calienta la comida en la candela y le sirve un plato. Yo le ayudo a limpiar la mesa y sacar hielo de la nevera. Mi nana hace todo con prisa porque si él llega y encuentra que algo no está listo, le da jalones de pelo y bofetadas.
Me gusta pasar tiempo en su casa, lo único que no me agrada es Pulgas. Los fines de semana, Pulgas se va con don Bery a buscar venados al monte, de recompensa le dan una palangana llena con la sangre de los venados que atrapa; doña Jacinta dice que eso lo volverá un mejor cazador. Yo, por el contrario, creo que tanta sangre ha enloquecido a ese perro, ya que siempre está furioso, como cuando le ladra a las moscas que pasan junto a su hocico.
Es un perro bien malo. Recuerdo el día que mató a un pavo, montón de plumas negras volaron por el patio. Doña Jacinta intentó defender al ave, pero Pulgas la atacó, mordiéndole las piernas. La sangre empapó su vestido. Mi nana se quitó la ropa para que le ayudara a limpiarse. Cuando llegó don Bery, vio a mi nana malherida, se enfureció mucho y le dio a Pulgas sus merecidos palazos. Esa tarde aprendí que no debo acercarme al perro y bañé por primera vez a mi nana.
El baño de doña Jacinta es diferente al mío. El de ella no tiene regadera, pues prefiere tirarse el agua con una jícara. En lugar de puerta, tiene una soga de la que cuelga una tela azul que separa el baño de la cocina, pero nunca usa la tela, prefiere amarrarla y mostrarse desnuda para que yo le diga si queda limpia. En cambio, mi mamá, cuando se baña, siempre cierra la puerta y, al salir, utiliza un batón para cubrirse el cuerpo.
A veces mi nana pide que le ayude a pasar el jabón por su espalda, nalgas y senos. Me dice que si don Bery la ve sucia, le pega, y como a mí no me gusta que lo haga, me esfuerzo en tallar hasta donde sus manos no llegan.
Doña Jacinta sabe hacer muchas cosas, pero no sabe elegir buenos jabones. Usa uno verde que lastima entre las piernas. No aguanto ese olor; es tan intenso que mina todo el baño, es igual de fuerte que el agua de menta que los adultos usan para enjugarse la boca.
Cuando mi nana me baña, frota el jabón entre sus manos para sacar mucha espuma. Al lavarme el cuerpo no pasa nada, pero al meter sus dedos donde hago pis, me deja muy roja. No me gusta ese jabón porque arde, el dolor dura días y no me permite jugar pesca pesca ni subir las matas de ciruela y tamarindo.
Por eso ayer le pedí a mamá que me dejara llevar mi jabón a casa de doña Jacinta. Le dije que era porque prefiero oler a fresa que a menta; ella respondió que estaba bien. Hoy, cuando doña Jacinta me preguntó por qué lo había llevado, le expliqué que el olor de su jabón me lastima mucho. Después de tocar con suavidad mi piel roja dijo que era buena idea y que comenzaría a comprar el mismo que yo. Eso me hace sentir muy contenta porque, a pesar de que mi nana sabe muchas cosas, yo le he enseñado a sumar y elegir jabones.
Meryvid Pérez
Continuará la próxima semana…