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Sobre el muerto las coronas

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“Los muertos reciben más flores que los vivos,

porque el remordimiento es más grande que la gratitud”.

Ana Frank

Aída María López Sosa

La vida es una “tragedia grotesca”, así lo plasmó el escritor español Carlos Arniches en su obra en tres actos ¡Que viene mi marido!, estrenada en Madrid el 24 de noviembre de 1918. En la década de los sesenta, la picardía del cine mexicano la llevó a la pantalla grande con el título Sobre el muerto las coronas, protagonizada por el inolvidable Clavillazo, bajo la dirección del español José Diaz Morales y musicalizada por el reconocido compositor mexicano Manuel Esperón.

El imaginario colectivo no duda en asociar las coronas de flores a las que alude el título del filme con una marca de cerveza, siendo otra forma de decir “El muerto al hoyo y el vivo al pollo”. Como se puede leer, la gastronomía mexicana está presente desde los funerales extendiéndose a los altares de los días de muertos, en una manera de decir te quiero, te recuerdo, te ofrezco mi gula.“No esperes a que se muera la gente para quererla y hacerle sentir tu afecto en vida, hermano, en vida…” 

Abundan las frases que nos recuerdan que, una vez muerto, todo lo demás es inútil. En este sentido la opinión se divide.

Para algunos el ritual es necesario para cerrar el ciclo de vida; para otros, los funerales son infructuosos, ya que no tiene sentido reunir a la gente para que vean el féretro abierto con el rostro maquillado del difunto, o que las amistades gasten cuantiosas cantidades en coronas de flores para adornar la funeraria o los floreros del cementerio. “No esperes a que se mueran; si deseas dar una flor, mándalas hoy con amor en vida, hermano, en vida…”  

Innecesario asistir al panteón a respirar aire contaminado, presenciar escenas desagradables que no alegran el día ni la vida. “Nunca visites panteones, ni llenes tumbas de flores, llena de amor corazones, en vida, hermano, en vida…”

Resulta difícil no acudir a dar las condolencias cuando se trata de un familiar o la familia de una amistad cercana que te avisa que en tal o cuál funeraria se le dará el último adiós a quien en vida, quizá durante muchos años, no volvimos a ver. “Si quieres hacer feliz a alguien que quieras mucho…díselo hoy, sé muy bueno en vida, hermano, en vida…”

Los deudos esperan que te apersones y repitas frases prefabricadas como: “Mis condolencias por la irreparable pérdida”, “No sabes cuánto siento tu dolor”, o “Se fue una gran ser humano”, entre otras trilladas y gastadas expresiones que no superan lo que pudimos decirle en vida a quien está ahí postrado en una cajón de madera. Eso sin contar que quizá, el occiso pasó privaciones económicas que ahora son invertidas en su ataúd que terminará bajo puñados de tierra en espera de ser pulverizado por gusanos propios y ajenos.

El último acto social al que asiste el hombre es su funeral. Y vaya que en ocasiones los velorios son más reuniones sociales que otra cosa. “Si deseas decir te quiero a la gente de tu casa, al amigo cerca o lejos, en vida, hermano, en vida…”

No perdamos la oportunidad de demostrar nuestros afectos a las personas que queremos; de convivir hasta donde la pandemia lo permita sin arriesgarnos, de estrechar los lazos con la familia, los amigos, de disfrutar de la naturaleza, a nuestras mascotas. Ya lo poetizó Ana María Rabatté: “Tú serás muy venturoso si aprendes a hacer felices a todos los que conozcas en vida, hermano, en vida…”

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