Artes
Jorge Roy Sobrino fue reconocido el primero de febrero como Yucateco distinguido por la Secretaría de Educación del Estado de Yucatán “por ser un ejemplo de convicción para nuestra comunidad: con esfuerzo, dedicación y pasión nos demuestra que toda acción, aunque sea pequeña, puede generar grandes cambios” como bien reza la constancia que lo avala. Sin duda, es porque nunca claudicó en lo que respecta a su esencia propia que, merecidamente, se le celebra ahora.
Uno de los valores a los que Roy Sobrino siempre se ha apegado, tanto en su labor social como en su actividad pictórica, es la espontaneidad. A todas luces, esto es lo que le hizo tomar sus pinceles para realizar una obra en homenaje a las víctimas del terrible terremoto que tuvo lugar el pasado 6 de febrero en Turquía tan pronto como escuchó de la tragedia, demostrando así su sensibilidad frente al dolor ajeno.
El pintor decidió divulgar esta obra cuando todavía no estaba acabada. En esta etapa, la sobriedad del lienzo contrastaba sobremanera con la profusión de emociones que caracteriza normalmente su pintura. Era tal la diferencia de estilo con respecto a su manera habitual de pintar, que parecía haberse inspirado en las últimas obras de Felguérez, lo cual sin duda resulta sorprendente, aun sabiendo que es un pintor al que Roy Sobrino siempre ha admirado. Tan es así que vale la pena describir esta primera etapa de la obra.
La tela, de gran formato, se dividía en tres grandes franjas verticales.
El registro medio, de tonalidades metálicas, sugería perfectamente, por sus texturas reales o simuladas, el movimiento telúrico en el momento en que destruía y se llevaba consigo las múltiples edificaciones hasta tornarlas en una suerte de estrato pétreo en movimiento. Este motivo trasmitía a la vez la violencia física del terremoto, como el sufrimiento de aquellos que lo padecieron, tanto en el cuerpo, como en el alma.
La franja superior evocaba inmediatamente un cielo trastornado por el cataclismo, alternando de los azules a los grises, pasando por tonalidades más terrosas. El hecho de que en este paisaje celeste aparecieran grietas, como si se tratara de un campo mineral, parecía anunciar y reflejar el desastre geológico que la franja media simbolizaba tan bien. No sé bien por qué razón, pero las hojas de oro que Roy había superpuesto a la tela evocaban, en algún modo, las figuras del Guernica: la bombilla, por supuesto, pero también la mujer del quinqué.
La franja inferior, en cambio, que por su posición correspondía lógicamente al inframundo y al subsuelo, sugería, por medio de campos blancos y grises, una suerte de vacío, pero dotado de una energía cuyo oleaje hubiese causado el movimiento telúrico desastroso que atestiguábamos en la franja media. Roy Sobrino había así logrado representar las fuerzas invisibles que animan aleatoriamente las capas geológicas del planeta. Un trazo rojo, un filamento blanco, un cuadro de pan de oro, otros trazos negros, ligaban este vacío fundamental con los dos niveles superiores, expresando claramente la complementariedad de todos estos planos.
En este punto se hubiese podido creer que la obra estaba casi terminada. No obstante, el pintor no lo pensó así: por esa espontaneidad que lo habita, se sintió compelido a proseguir en la exploración de la emoción que sintió al ver devastada una región del mundo cuya cultura admira. De ahí que abandonara, por ejemplo, la abstracción pura del cuadro en proceso para añadir en el cielo los símbolos de la bandera de Turquía: la luna menguante y la estrella. Después, la necesidad del color se impuso como es habitual en él. Así la sobriedad inicial de esta obra, que comunicaba ante todo la violencia geológica del evento, se vio como invadida por una sucesión de gestos pictóricos alegres y festivos que parecen responder a una suerte de magia blanca, tan espontánea como la infancia. Se trataba, quizás para Roy Sobrino, de la única posibilidad, en la lejanía, de brindar alguna forma de alivio al pueblo de Turquía.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU