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Siento no agradarte…

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SIENTO NO AGRADARTE

La tía Magda siempre creyó ser una mujer libre, locuaz y divertida, capaz de alegrar la fiesta y de tener la última palabra en toda discusión de la familia. Tomaba sus decisiones con firmeza, y uno tiene que reconocerle la confianza en sí misma, aunque la realidad sea que todos, yo incluida, la detestamos.

Recuerdo que desde niños, cuando nos quedábamos a su cuidado, tía Magda nos gritaba para beneficiar a sus hijos; y eso que sus hijos nunca fueron un problema para mí: mis primos y yo nos queríamos lo suficiente como para saber que todo pleito de niños se olvida minutos después de iniciar cualquier otro juego. Era ella la que lo hacía todo insoportable, a mí, a sus hijos, a todos.

Nos reíamos de sus ocurrencias, pero no bastaba. Continuaba chingando y chingando hasta que algún familiar se sentía humillado, y la fiesta terminaba siempre en llanto. Cuando hizo abortar a su hija, su mundo se cerró más. Se fue quedando sola. Se jactaba de que su hija era un ejemplo de alumna, jovencita pura, de buenas maneras, y me restregaba lo mucho mejor chica que era respecto de nosotras, las tontas mujeres de la familia.

Mi prima sufrió la decisión que su madre había tomado, pero sus 16 años no le dieron el valor para enfrentarla. Sin dignidad, sobajada como una rapazuela inocua, terminó haciendo lo que su madre quiso. Aún hoy noto la tristeza en sus ojos.

Era sobre todo en cuestiones de fe y amor que la tía Magda manipulaba a sus hermanas, sobrinos y sobrinas. Presumía su sagrado matrimonio, su perfectísima familia. Pero ese castillo de ideales terminó por caer. Su esposo la dejó por una mujer veinte años más joven. Días después, mi prima se largó de casa con el señor que le arreglaba el jardín, y su hermanito confesó ser homosexual, abandonándola. Desesperada, buscó refugio en sus hermanas pero éstas, liberado el yugo, le cerraron la puerta en las narices.

Uno tiene que ser firme en sus convicciones. Sin embargo, la vida nos permite ir para atrás y para adelante las veces que sean necesarias, con el fin de entendernos a nosotros mismos y recomponer la ruta, si lo deseamos. Odio a la tía Magda, la odio hasta el cinismo, y me causa alegría llevarle de comer a su casa, donde vive recluida en el abandono. Lo disfruto.

Su semblante desorbitado es una delicia para mi pequeña venganza. Al verme, sonríe tiernamente. Carcajea y carraspeando grita: “Pasa hija, pasa, la tarde es espantosa para que te quedes en la calle con este sol. Bebamos refresco de jamaica para que te refresques… y bien… cuéntame cómo va todo”.

Yo le platico, con prestancia, hasta los detalles más insignificantes de sus hijos y de la familia. Ella es un cuervo detenido en el tiempo al que es fácil arrancarle las plumas.

 

Adán Echeverría

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