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Siempre será

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Letras

Parsifal

(Especial para el Diario del Sureste)

Al iluminar el mundo el sol de este día, la humanidad entera siente el deslumbramiento de lo misterioso, porque en este día rinde culto piadoso a los muertos y enfervorizada por los recuerdos de ella se apodera un ansia infinita de descifrar el misterio eterno del más allá, de despejar la incógnita de la vida que torturaba al taciturno Hamlet.

Es duda terrible que, de vez en vez, a todos se nos clava como una espina envenenada en el centro mismo del cerebro. “¡Ser o no ser, he aquí la eterna cuestión!”, repite obsesionadamente el enlutado príncipe de Dinamarca monologando en la sombra nocturna.

¿Y quién no se ha hecho esta pregunta alguna vez? ¿Quién ha dejado de sentir el formidable aletazo de esta preocupación?

Nos rebelamos contra la idea de perecer, de convertirnos en polvo, porque el orgullo del pensar nos domina, haciéndonos creer que somos los dueños inmortales de lo creado.

En un libro admirable como todos los suyos, el ilustre novelista Paul Bourget se pregunta: “¿A dónde van los muertos, nuestros muertos, los que con nosotros compartieron alegrías y penas? Estos muertos, nuestros muertos amados, no se van nunca, aunque invisibles, permanecen siempre a nuestro lado”, exclama respondiéndose a sí mismo.

Porque Bourget, a pesar de ser insutil psicólogo, no se ensaña como otros huraños filósofos en desgarrar con agudo análisis las cosas gratas que el hombre sueña, más que con la mente, con el corazón, porque conserva una ilusión pura sobre la naturaleza del hombre y su futuro destino.

¿Por qué sentimos, por qué pensamos? ¡Pensar, sentir…!

Nuestro orgullo nos hace creer que son las dos alas con las cuales tendemos el vuelo hacia la región de la inmortalidad, que son las alas con las cuales flotamos sobre los abismos del tiempo.

El hombre es un semillero de ideas; se pudre, fermenta, pero fecunda y crea.

Alguien dijo que cuando el viento mueve las flores del cementerio, parece que las hace llorar y esto no es cierto, es una mentira, porque no hay flores ni más encendidas ni más perfumadas que las que brotan en el camposanto. Peregrino que este día lo visitas, acércate a ellas que con el suave aroma que se exhala de sus corolas se están ofreciendo besos y suspiros.

El semillero humano les dio vida y forma: las rosas parecen bocas de mujer y en las ramas de los árboles se encuentra centuplicada la fuerza muscular de los brazos del hombre.

El pensamiento y el sufrimiento hacen del hombre un ser inmortal. ¡Vanidad de vanidades y toda vanidad! Esta no es más que una frase que a un filósofo inspiró su propia vanidad. Tiene razón Paul Bourget: nuestros muertos amados no se alejan de nosotros, con nosotros siguen conviviendo.

Hombre que todavía encarnas en una forma que armoniosamente se mueve, haces bien en ofrecer a los que ahora invisiblemente reposan junto a ti en el tibio hogar familiar el anual banquete de esta fecha: prepárales los manjares que fueron más de su agrado, siéntate con ellos a la mesa y escucha… que muchas cosas aprenderás, como el mago Maeterlinck que, en las ondas perezosas del mar del silencio, escucha flotar la música de las esferas celestes, o como Verlaine, que en ellas oía los ecos de las amadas voces extinguidas.

 

Diario del Sureste. Mérida, 2 de noviembre de 1934, p. 3.

[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]

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