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Sexo Virtual – XIV

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XIV

HOT LINE

“Estoy en clases, y estoy hirviendo… ¿Qué me has hecho, corazón?”

-Mensaje de texto enviado a Aníbal por Lulú.

Aníbal despertó con el miembro rígido. Aunque era normal, esa mañana se sintió muy excitado sexualmente. Se pasó la mano, lánguidamente, mientras miraba el poster con los kilos de silicones dentro de los chuchúes de Sabrina Sabrok.

Se declaraba un erotómano empedernido, eterno discípulo del Divino Marqués de Sade, a quien admiraba por su extremosa creatividad como literato. Había leído sus obras completas varias veces.

Tomó el Nokia a un lado de su hamaca y comenzó a escribir: “Buen día, Ricura. Desperté con ganas de ti. Te amo y te deseo. ¿Cómo estás? ¿Igual de buenota?”, decía el text message enviado por Aníbal desde Mérida hasta la ciudad californiana de Los Ángeles, donde vivía Lulú, su sensual amante. Sabía que la palabra “ricura” era el detonante para hacer explotar toda su fogosidad, y la usaba convenientemente.

Además, sabía perfectamente que su voz por teléfono enloquecía a Lulú, quien le decía que “la tenía muy sexi, como de tenor,” y la seducía, al grado de hacerle “hervir la sangre en medio de las piernas” cada vez que la escuchaba. Ella gastaba sus buenos dólares en tarjetas telefónicas que consumía cada día para escuchar “esa voz que la excitaba”.

Como fueron amantes hacía años, antes que ella se fuera a vivir a Los Ángeles, y se entendieron bien en la cama; ahora que Lulú enviudó y se reconectaron por medio de un amigo de ambos hace unos meses, ella aprovechaba la menor oportunidad para hablarle y disfrutar de su “varonil voz” pues, como dama ardiente que era, necesitaba calmar sus ímpetus erógenos, mientras llegaba la fecha de su viaje semestral a Yucatán para verlo.

La respuesta cachondérrima de Lulú no se hizo esperar, vía mensaje de texto: “Con ganas de estar contigo, papito, para que me ames como sólo tú sabes… Tan pronto me vas a dejar húmeda, mi amor; estoy solita en mi cama, sin nada debajo de mi shortito… Quiero unas caricias tuyas, y unos besitos en mi cosita. ¿Me los das?”, susurró como una gatita en celo, en tanto se tocaba, excitada.

En ese momento estaba bocabajo, atravesando la cama, mientras sostenía el celular. Solamente tenía una blusa top que le llegaba hasta arriba del ombligo, y un minúsculo short blanco de satín por donde le salían las prominentes y coquetas nalgas por encima de la tela. En efecto, no llevaba nada debajo del short.

Desde el Mayab legendario, Aníbal excitaba sobremanera la naturaleza concupiscente y sensual de Lulú, con su respuesta: “¡Claro que sí, te voy a dar una súper lamida riquísima, mi bebé! Por favor, prepárate para disfrutarte y llevarte al cielo, hasta que explotes de placer, como te encanta. Te voy a contar cómo te voy a despertar cuando vivamos juntos.”

Lulú, a punto de hacer erupción como el Krakatoa, al oeste de la isla de Java, se volteó quedando boca arriba. Al tiempo que suspiraba, se frotaba lentamente, pero con frenesí, por encima del pantaloncillo corto, en tanto gemía de placer, como una gatita en celo, y continuaba escuchando su cel:

“¿Sabes cómo te voy a despertar cuando vivamos juntos?” preguntaba Aníbal.

“No, corazón. ¿Cómo lo vas a hacer?”, inquirió golosa Lulú, al tiempo que aquel comenzó a decirle bajito, como para que no escuchen los oídos castos: “Como tú acostumbras dormir sin ropa, después de hacer a un lado tus sábanas, voy a bajar hasta el santuario de tu Monte de Venus. Allí le voy a rendir tributo a tu sensual erotismo, mediante un ritual de ensueño: concupiscente ofrenda de caricias y besitos, para dejarte lista para la fertilidad.”

“Ya me dejaste bien jugosita, mi corazón. ¡Cómo deseo estuvieras aquí para hacerme feliz, como siempre! ¿Por qué no vienes a verme? Te prometo unas cálidas noches de amor si vienes. Aunque te gastes un dinero, ¡vente!”, le rogó excitadísima Lulú, con el deseo invadiéndole el cuerpo.

En el clímax del paroxismo sexual, Aníbal le soltó, hirviéndole la sangre a más de 40 grados centígrados: “¡Mamacita, así te deseo, para disfrutarte como te mereces, pues una mujer ardiente como tú es lo que necesito para calmar mi fiebre de amor por ti!”

“¡Ay, corazón, desde temprano ya estamos de calentones! ¿Por qué me gusta tanto tu voz tan sexi que me enloquece cuando la escucho? Ya me hiciste hervir de pasión otra vez… Agghhh”; clamó al cielo Lulú mientras echaba la cabeza hacia atrás, después del soberbio orgasmo disfrutado, vía hot line, en su versión de mensajes de texto.

“Ay, mi vida, eres único, tu voz me enloquece,” finalizó Lulú en cuanto se limpiaba con un oloroso kleenex cottonnelle, mientras Roberto Carlos le cantaba en el equipo de sonido: “Aaamada Amante”.

Después de proporcionarse placer vía mensajes de texto, algo impensable hace 50 años, Lulú se dio un baño de “princesa”, se vistió con un traje sastre, se maquilló en forma discreta, se perfumó con “Carolina Herrera”, salió garbosa, abordó su Ford y –satisfecha– se dirigió al templo cristiano metodista donde laboraba como secretaria.

Edgar Rodríguez Cimé

Continuará la próxima semana…

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