XII
J-CH’ENE’IIT
(ACECHA CULOS)
“Porque sólo enfrentando el bien y el mal,
podemos apreciar plenamente a ambos.
En una jaula llena de leopardos,
¿quién podría distinguir una mancha?
Y en un cielo lleno de santos,
¿quién se fijaría en una acción virtuosa?
– Donatien Alphonse Francois (Marqués) de Sade
Gabo es un pervertido sexual. A su corta edad, 20 años, ha recorrido los senderos hedonistas del fetichismo, el voyerismo y el exhibicionismo; éste último, uno de sus máximos placeres.
Ahora, acostado en su hamaca, mientras patea la pared para mecerse, recuerda pasajes sublimes: cuando de chamacos atacaron en bola, y “en bolas”, a Mercedes, adolescente precoz, cuando se bañaba; también cuando, de adolescente, mostraba su miembro erecto a Jessica, otra adolescente, muy sensual, pero muy fea; o cuando era joven, se masturbaba –discretamente– entre los anaqueles de ropa de la tienda Sears, con la mirada de macho cabrío depositada en la anatomía de una empleada muy turgente.
Como buen fanático de las perversiones sexuales, tenía una ética rigurosa, cuyo cumplimiento le permitía tener la imagen de “buen estudiante y buen hijo” entre su familia y sus vecinos.
Cuando su madre le enteró que su prima Esmeralda, junto con su hermana Rubí, pasarían unos días en su casa, se le abrió el cielo. ¡Esmeralda!, su eterna fantasía sexual. ¡No lo podía creer y no cabía en sí de tanta adrenalina bulléndole en el cuerpo!
La imaginó en su pensamiento. Esmeralda: piel fresca, piernas largas, como de modelo, nalgas “de pera” –como decía el pintor Toulouse Lautrec– cintura breve, cabello negro frondoso y rostro sexy. “Esmeralda no es un dulce, es una borrachera de placer,” dijo emulando a Charles Bukowsky.
Desde que le deslumbró su sutil erotismo en su fiesta de 15 años en Oxkutzcab, quedó obsesionado con ella (alucinaba imaginándola con un vestido vaporoso y largo hasta los pies, pero sin ropa interior). A esto contribuyó una vez su actitud de “Lolita” cuando, al sentarse delante de Gabo, cruzó las piernas y el vestido se le subió, sin hacer el menor intento por reacomodárselo. Esto le enervó los sentidos a Gabo.
Para no despertar sospechas, cuando sus primas llegaron a su casa se portó parco y discreto. Después de dejar pasar unos días, decidió que es día sería el elegido para introducirse al cuarto donde dormían sus primas y aprovechar esta oportunidad “de oro”. Mientras esperaba la hora precisa, fumaba un cigarro. Al mismo tiempo recordaba cuando, hace un tiempo, estando de visita su prima Esmeralda, la acechó bañándose.
Como la ventana del baño estaba abierta, y la cortina de tela dejaba un pequeño espacio, aprovechó la oscuridad de la noche para espiarla bañándose, mientas satisfacía su placer onanista.
Miró el reloj. Las 12 y media de la noche. Decidió iniciar el asalto sexual y se encomendó a Baudelaire, Rimbaud, y el Conde de Lautreamont, iconos de sus aventuras. Con la fe puesta en ellos, se lanzó al ataque.
Como el cuarto donde duermen sus primas no le funciona el seguro de la cerradura, después de comprobar que sus padres dormíann en el corredor, Gabo entró y se acercó a Esmeralda. Ésta dormía plácidamente, sin imaginar sus planes.
Cuando descubrió las generosas porciones del cuerpo de Esmeralda dejadas al descubierto por las sábanas, la presión se le disparó. Se extasió al contemplar –con la claridad de la lámpara del alumbrado público traslucida por la ventana– las largas piernas, rematando en unos minúsculos shorts de licra. Levantó la vista y la detuvo en los pequeños senos.
Entonces, impulsado por una corriente eléctrica venida de lo más profundo de su homo eroticus, estiró los brazos para tocarla. Empezó por las partes cubiertas por la sábana. Como Esmeralda reposaba tranquilamente, Gabo se animó a tocarla en sus partes descubiertas: comenzó por las pantorrillas, subió por los muslos y se detuvo a la altura del short. En ese momento, el corazón le latía desaforadamente, tenía los nervios crispados y el sudor le bañaba la frente.
Decidió cambiar de estrategia y continuar por arriba. Los pequeños montículos de los senos de Esmeralda remataban en los copos erguidos de sus oscuros pezones. Su imagen de niña precoz tenía literalmente hechizado a Gabo.
En el momento de iniciar el contacto con los pechos de Esmeralda, ella –como percibiendo las manos de Gabo– se movió intempestivamente. ¡Suficiente susto! Previniendo su despertar, abandonó la sesión rápidamente.
Regresó a su hamaca, jadeando y temeroso. Como al parecer todo había falsa alarma, respiró profundo cerrando los ojos. Para relajarse, esperó unos momentos.
Mientras prendía otro cigarro, se le vino a la mente cuando, debido a un viaje de su tía, ésta le pidió durmiera en su casa para acompañar a sus primas; lo cual aprovechó para extasiarse con Rubí, la hermana de Esmeralda. Esa vez fue cuando se atrevió a pasar de la simple espiada al tanteo de la sensual anatomía de su prima.
Se animó porque Rubí llegó medio bebida de una fiesta con amigos y amigas de la Facultad de Derecho. Como se acostó y no le puso seguro a la cerradura de la puerta, Gabo aprovechó para meterse al cuarto de sus primas.
Al entrar, observó a Esmeralda dormir despreocupada. A diferencia de la esbeltez de ésta, Rubí tenía un cuerpo exuberantemente erótico: senos como “cántaros de miel”, caderas prominentes y hermosas piernas. “Una Afrodita del sexo”, como él dice.
Aprovechando el sueño profundo de su prima, motivado por el cansancio y el alcohol, Gabo dio rienda suelta a sus fantasías sexuales más íntimas. Comenzó acariciándole las piernas, siguió con sus turgentes senos y remató masajeándole el pubis, por encima de la bata de dormir. Solamente se detuvo cuando Rubí comenzó a moverse, al mismo tiempo que escuchó a alguno de sus primos menores entrar al baño. Eran las 5 de la mañana. Había pasado cerca de dos horas acariciándola eróticamente.
Como al otro día no le reclamaron nada, “le echó tierra al asunto”. Con esos recuerdos bulléndole en la mente, Gabo regresó junto a Esmeralda. Al pasar la vista sobre su cuerpo, descubre que lo ha vuelto a cubrir con la sábana. Atribuyéndoselo a su pudor, no le dio importancia y decidió destaparla de nuevo, jalándole la sábana poco a poco.
Con la paciencia y delicadeza de un neurocirujano, Gabo se pasó más de 15 minutos destapando, poco a poco, a Esmeralda. Con cada centímetro cuadrado de piel descubierta, aumentaban la presión, la temperatura y el sudor en su rostro. Al mirar vehemente el “objeto llamado deseo” sin el obstáculo de la sábana, se sintió a las puertas del Paraíso.
Decidido a no retrasar más la realización de su máxima fantasía sexual, estiró los brazos y… (al prenderse la luz y verse rodeado de sus padres y sus primas) de pronto se escucharon los gritos de Rubí acusándolo, en medio de la sorpresa y la confusión mientras su imagen de “buen estudiante y buen hijo” se volatilizaba en mil pedazos:
“¡¡¡Recabrón j-ch’ene’iit!!! (Acecha culos) ¡Conque sí era cierta la acusación de Esmeralda! ¡Lo mismo me hiciste la vez que dormiste en mi casa, y yo pensé que me lo había imaginado ¡¡Mentecato eres un puerco…!!”
Edgar Rodríguez Cimé
Continuará la próxima semana…