VIII
¡POR “MAMÓN” VAS A DORMIR SOLO (Y A PAGAR LA CUENTA)!
«Carita mata dinero
pero verbo mata carita”
Refrán popular.
Cuando la red de la mafia cubana de Miami le propuso al galanazo Víctor Bello pagarle medio paquete de viaje a La Habana por pasar una maleta de ropa de contrabando, imaginando el rol del ambiente turístico, enseguida pensó: “Me voy a coger a la mejor cubana.”
A su cuate Manuel Antonio, estudiante de Antropología, lo pusieron a pensar. El deseo largamente acariciado de conocer el socialismo real se enfrentaba en su cerebro con el repudio a la contrarrevolución promovida por los cubanos “gusanos” de Miami mediante el contrabando de dólares o ropa.
Pero pudo más el ímpetu juvenil por conocer esta paradisíaca isla que el compromiso ideológico con la revolución comandada por Fidel Castro, y Manuel Antonio también aceptó.
Llegar a La Habana en la noche les resultó mágico. Al bajar del avión, sus sentidos se enfrentaron a la versión cubana del mundo socialista: un país donde se vive como en una época donde se detuvo la modernidad. Miraron ávidos un escenario urbano donde los edificios, y la mayoría de los camiones y los automóviles más modernos son de los años cincuenta, complementados con modelos más recientes de países del ex bloque socialista.
Como Víctor, además de hacerla de Rodolfo Valentino, era de los que le sacaban el jugo a su dinero, convenció a Manuel Antonio de aprovechar todo lo ofrecido en el paquete turístico: Varadero, Marina Hemingway, el cabaret Tropicana, lo cual les redujo tiempo para seducir cubanas, pues llegaban de noche, cansados de las excursiones.
Un mediodía, almorzaban Manuel Antonio y Víctor en el restaurante del Hotel Capri cuando éste quedó prendado de una meserita criolla, bella como modelo de Tiziano.
Como buen galán, la abordó, la cortejó y la invitó a salir. Ella aceptó y fijaron el día: el siguiente a las dos de la tarde, por ser su descanso. Pero ese día estaba programado el paseo a Marina Hemingway; y Romeo priorizó la belleza de este lugar a la de su Julieta, porque… había pensado llegar a tiempo para acudir a su cita con la belleza de Ondina. Sin embargo, como el paseo terminó en la noche, eso frustró su encuentro con ella.
La última noche, antes del regreso, los dos amigos llegaron al rumbo de El Vedado y decidieron lanzarse de nuevo al Tropicana. Llegaron, pidieron mojitos para beber, y comenzaron a monitorear el ambiente, abundante en jóvenes de diversas nacionalidades.
Manuel Antonio, universitario de perfiles mayas clásicos, posee audacia y un verbo que usa como eficaces armas con el bello sexo. Víctor, guapo como su apellido, cruza la pierna y, en una pose de Clark Gable, presume su look seductor. Definitivamente, le preocupaba tener que irse sin haber probado aún la carne cubana, considerando la primera pregunta que le hacen a quienes viajan a Cubita la bella: “¿A cuántas cubanas te cogiste?”
En ese momento, de las plataformas entre la alta arboleda del Tropicana comenzaron a bajar las preciosas bailarinas, de todos colores, olores y sabores, hasta rodear todas las mesas. En el escenario, Los Van Van echaban chispas con “Ponle calabaza al pollo”.
Manuel Antonio y Víctor “Redford” estaban en el éxtasis celestial contemplando rostros, ombligos, senos y caderas de las ocho bailarinas que rodeaban su mesa, quienes se movían a un ritmo endemoniadamente sensual.
Víctor, con aires rodolfovalentinescos, se sentía todo un Gran Hombre de Mundo; piernas cruzadas, se jalaba un poco el pantalón, encendió su Marlboro, dio una bocanada, exhaló el humo, y lo lanzó como todo un Robert Pattinson: “¡Coño! Necesito una vieja de acuerdo a mis gustos: buena pierna, buena cara, y buen trato.”
Después del show de las tropicanas, Manuel Antonio detectó a una Amazona mulata en medio de un grupo de universitarios caribeños que disfrutaban la noche. Alzó su copa, y, desde lejos, brindó con ella. La bella mulata le correspondió risueña. Él, siempre desde lejos, la invitó a su mesa. Ella le saludó. Él la invitó de nuevo a su mesa. Entonces ella le dijo que sí, y le pidió esperar un momento.
Cuando ella se acercó, Manuel Antonio verificó las “credenciales” de la morena: medidas de modelo de alta costura, y rostro a la Naomi Campbell. Resultó estudiante jamaiquina, becada para estudiar en la Universidad de La Habana.
Manuel Antonio se presentó, y ella le dijo su nombre: Mayra. Él aprovechó para certificarle sus encantos cuando le rindió culto: “Tu belleza ilumina La Habana”. Enseguida, la invitó a salir. Ella le respondió “Sí” y le propuso verse al otro día. Manuel Antonio le aclaró: “Tiene que ser hoy, porque mañana nos vamos”. Mayra argumentó estar con sus amigos en esos momentos. Él insistió tajantemente y, usando la técnica mejicana, la amenazó con hincarse, suplicarle, e incluso, cortarse las venas en pleno Tropicana.
Ante tal muestra de fundamentalismo amoroso, ella cedió en su resistencia y aceptó ir a la mesa de él: “Está bien, tú ganas. Me despido de mis amigos y regreso.”
Entonces Víctor “Casanova”, quien sorprendido había permanecido a la expectativa mientras Manuel Antonio desenvainaba sus desconocidas dotes de seductor, aprovechó el viaje y le susurró al oído a Manuel Antonio: “Dile que invite a una amiga”.
“Oye Mayra, trae a una amiga”.
“All Right”.
“La belleza cubana viene de sus raíces españolas, africanas y orientales,” les había dicho un viejito isleño cuando platicaban con él en un café popular de La Habana. “Cuando los españoles llegan y acaban con los indígenas caribes, se ven en la necesidad de traer chinos para los trabajos más difíciles. Esto dio como resultado cubanos de todos los colores,” les comentó el compatriota de Compay Segundo.
Mayra retornó en compañía de una cubana trigueña. Lo inesperado sucedió: luego de presentarse y platicar brevemente, a Víctor Travolta no le convenció la belleza de Ninón y le pidió a Manuel Antonio, bajando la voz: “Que haga el favor de traer otra amiga Mayra.”
Aquél, avergonzado, discretamente le comentó al oído a la belleza jamaiquina. Ella entendió la situación y respondió “Okey, papi”, y se fue con Ninón. Cuando regresó, vino acompañada de una rubia de buen ver a la que le encantaba el bonche (reventón, en idioma cubano).
Pero, para sorpresa de Mayra y Manuel Antonio, Víctor Adonis volvió a poner peros al asunto. Después de las presentaciones, llamó aparte a Manuel Antonio y le soltó: “Oye, broder, sabes qué: tampoco me gusta esta vieja.”
Éste contó hasta diez”, tratando de mantenerse en el límite de su paciencia, lo miró con ojos de judicial y, conservando la calma, se dirigió de nuevo discretamente, a Mayra: “Oye, mi encanto, me vas a disculpar, pero a este méndigo tampoco le gustó María Antonieta”.
La hermosa mulata, entendiendo los gustos especiales de Víctor, le lanzó: “¿Cómo te gustan las mujeres?” Este respondió: “La neta, así como tú.” Ella le aclaró que sí tenía amigas parecidas, mulatas guapas y de buen cuerpo, pero en ese momento no estaban presentes.
Al volver Mayra con su tercera amiga, morena ojiverde, Manuel Antonio se estremeció al escuchar la opinión de Víctor Banderas: “Sabes qué, mano: esta chava tampoco me gusta.”
En ese momento, Manuel Antonio explotó: “Pues sabes qué onda, como eres muy especial para buscar pareja, mejor consíguetela tú solo. ¡Vamos, Mayra!”
Mayra despidió, apenada, varias veces a su amiga y se encaminó con Manuel Antonio a la salida del Tropicana. Entonces, increíblemente, el Luis Miguel del Tecnológico de Mérida, le suplicó: “No seas cabrón. Vamos a compartir a la mulata. Ella es la que realmente me gusta. No me dejes aquí solo…”
Manuel Antonio concluyó lacónicamente: “¡Vete a la chingada! Por mamón, ¡vas a dormir solo y a pagar la cuenta!”
Edgar Rodríguez Cimé
Continuará la próxima semana…