IV
“PATRÓN” CONTRA “PATRÓN”
“Soy el jefe de jefes, señores,
me respetan a todos niveles.
Y mi nombre y mi fotografía
nunca van a mirar en carteles.
Porque a mí el periodista me quiere
o si no mi amistad se la pierde…”
Los Tigres del Norte (Grupo mejicano de música norteña)
La rivalidad entre Pancho y el Licenciado, por los rumbos del fraccionamiento Fidel Velázquez, en la “ciudad negra” Mérida, ya tiene rato. Ambos son “patrones” del cannabis, todo un desmadre, y manejan “banda”.
Los dos, añejos sobrevivientes de los jóvenes locochones de los alteradísimos años setentas, son quienes controlan el negocio de la marihuana al menudeo por sus rumbos: Pacabtún y Fidel Velázquez.
El Pancho siempre comenta: “Yo solo goleo de la rica, ese,” al vanagloriarse ante consumidores de la yesca en cualquier rumbo de la negruzca Mérida.
Quizá la única diferencia entre uno y otro es que al Pancho, además de controlar droga, le encanta la violencia “bandesca”. Anda siempre con un arma blanca, y por su bravura es respetado en un buen radio a la redonda. No de gratis la colonia Pacabtún tiene fama de bizarra. Y los Jessicos –comandados por él– son una de las bandas más violentas.
Pancho y el Licenciado simbolizan una escala de valores opuesta a la convencional. Valoran la audacia, la violencia, la resistencia ante los excesos; pero también la solidaridad y la lealtad.
Hoy el Pancho está, como siempre, de fiesta con su banda: el Teléfono, el Güero, el X’matkuil, el Negro, el Eme, el Boligoma y el Psicópata, metiéndose todo tipo de drogas. Comentan sobre la bronca que el Güero, lugarteniente del Pancho, tiene con el Licenciado.
Es mediodía de un domingo. Mientras en la grabadora resuena a todo volumen “Viva el alcohol” de Especimen, el Pancho limpia la marihuana para hacer un toque. El Psicópata fue por unas cervezas.
En el periódico extendido va desgajando los cogollos, separando los tronquitos, y limpiando la yesca de semillas. Solicita papel zigzag, especial para “tronchar” un “queto”. Como nadie tiene, pela un papel de “plata” de cigarros, y con la estraza lía unos señores “puros” tamaño cavernícola para todos los pulmones.
Mientras, Pancho les comenta de los bisnes con los políticos en las épocas de elecciones, cuando le requieren con su banda para los grupos de choque: “Antes me buscaban los del gobierno anterior y se mochaban bien con los billetes y el material; ahora, los del nuevo gobierno son más duros, pues te caciquean el material y la lana.”
El Psicópata regresa con un cartón de “caguamas” para brindar por la selección nacional para que en este mundial del 86 Méjico gane la copa y nos coronemos campeones.
Las “guamas” circulan de mano en mano. El Eme saca los “roches” de 2 miligramos y convida a toda la banda. Respetando el status del Pancho, le pasa dos “pastas” más, discretamente, para que no se sientan los demás, sobre todo el Güero: un farmacodependiente de primera. Como éste acaba de comprar cocaína, saca una bolsita y prepara varias líneas sobre la revista “Presidio” de la semana. Después de Pancho, hacen cola todos los demás.
Pero el Pancho también tiene su lado oscuro. A veces, nomás de pura onda, sube a todos a su camionetita roja y se lanzan a violentar escenarios juveniles por broncas pendientes o por solidarizarse con alguien de su banda agredido.
A las tres horas, ya intoxicadísimos por el cóctel de drogas ingerido, se les acuerda la bronca que el Güero tuvo con el Abogado, al parecer por un robo de aquel contra éste.
“Que transa, vamos a tirarle la onda,” propone el Pancho.
“Órale, yo le canto su precio, y si se pone al brinco le partimos su madre,” acepta el Psicópata.
“Nomás matamos los últimos toques y vamos,” remacha el Pancho.
El Aboganster también la hace del Al Capone en miniatura, anda armado en su carro, y tiene influencia sobre la banda de la colonia Fidel Velázquez. Pero su profesión y su status lo hacen diferente ante los muchachos del barrio.
Igual que Pancho, es casado y con hijos, mejor dicho, con hijas, pues ambos tienen puras niñas: el Pancho cuatro y el Litigantes tres. Supermachos con descendencia femenina.
Con los estados alterados por el alcohol, pastillas hipnóticas, cannabis y cocaína, los Jessicos se suben a la Nissan –participante de mil batallas– y se lanzan a la Fidel Velázquez en busca del susodicho. En el auto estéreo suena “La banda del carro rojo”.
Llegan, bajan y lo llaman a gritos. Cuando sale, comienza la discusión con el Güero, aderezada con amenaza y ademanes de Pancho y los Jessicos. La banda de la Fidel Velázquez observa desde la cancha de básquet. Después de decirle sus verdades, el Pancho y compañía zarpan del lugar.
Como el Pancho y los Jessicos lo dejaron en vergüenza delante de sus Pachucos, el Jurista anda con más rayos y truenos que Júpiter. Para salvar su honor, convence a algunos Pachucos, después de invitarlos a fumar marihuana, y se lanzan a casa del Pancho, no sin antes cargar su escopeta.
Arriban a casa de éste, en medio de los chillidos de la frenada de llantas. El Legista baja gritando: “¡¡Pancho, salte quiero hablar contigo!!” Gesticula mientras corta cartucho. Pero Pancho no está en su casa. Después de recordarle quién manda en esas colonias, compró otro cartón de caguamas para seguir la fiesta en su vehículo con su banda. Solo están su esposa y sus niñas.
Como el Pancho no sale, amartilla la escopeta y comienza a disparar al aire. Inútilmente, porque sólo está aterrorizando a la familia del Pancho, haciendo que las niñas, muertas de miedo, se refugien en las piernas de su madre.
Después de la balacera y las amenazas, el Picapleitos y los Pachucos regresan a su parque, pensando que el Pancho y los Jessicos tuvieron miedo de salir al verles con el arma.
Cuando el Pancho regresa a su casa con su banda, y se entera del sanquintín armado por el Leguleyo, asustando a su familia, se pone como toro de lidia. Gruñe: “¡A ese hijue… lo voy a matar!”
Alguien propone quemarle su automóvil Duster, y a todos les encanta la idea. Se arman de cabillas, picos, “patas de cabra” y tubos para partirle la madre al auto.
Hechos unos demonios, se dirigen a la colonia Fidel Velázquez en la camioneta. Llegan tan violentos los Jessicos al parque, que ningún Pachuco se atreve a ponérseles enfrente cuando salvajemente le caen a tubazos, cabillazos y picotazos a las llantas, parabrisas, capirote, techo y portezuelas, o sea, a todo el carro. Y no le prendieron fuego porque… ¡se les olvidó llevar la gasolina!
Cuando la banda del Pancho estaba como poseída, desbaratando el auto del Licenciado, éste se quedó en su casa sin salir para nada; los Pachucos solamente miraban desde la cancha. Quizá veían con agrado la violencia de los Jessicos, pues el Licencioso, en sus aquelarres dionisiacos-pachequescos, siempre prefirió a sus amigos de Banrural que a la banda de la colonia.
Después de esta explosión de violencia bandesca, el Abogado intentó cobrarles el auto inservible a los Jessicos, pero estos se carcajearon en su cara. Luego amenazó con chivatear al Pancho con los judiciales, pero nunca se atrevió.
Edgar Rodríguez Cimé
Continuará la próxima semana…