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Sexo Virtual – III

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III

POETAS “BENDITOS”

“¡Brindemos por un laurel para las sienes de Apolo, el mejor bardo de estos lares, quien vino a elevar la poesía para superar tendencias literarias y métricas obsoletas!” anunció su alter ego, Adonis, levantando su flauta de champagne.

La selecta concurrencia: algunos arquitectos, bailarines, dos o tres gentes de teatro, y todos los miembros del Club de Escritores hizo lo mismo entre vítores al vate premiado. Los meseros, vestidos elegantemente, se apresuraron –ante el tronar de los dedos del galardonado– a escanciar de nuevo las copas.

El lujoso bar de caoba del anfitrión ostentaba su selecta variedad: vino Luis XV, güisqui Mc Callaghan, vodka Zar Nicolas, cogñac Dom Perignon y tequila Viuda de Romero. Nada de cervezas y ron, porque eso era para “paladares de la gente vulgar”, “de nacos, ñeros y huiros,” acostumbraba decir.

Apolo contempló orgulloso la mesa, haciendo gala de su ambrosía: camarones de exportación, langosta a la Termidor, lomo canadiense, soufflé, caracoles en su cáscara, foie gras, pavo envinado, queso gruyere, aceitunas negras, bombones Ferrero Rocher…

Apolo y Adonis eran un par de exquisitos. Se decían –mirándose al espejo– “los mejores poetas de su tierra”. Se envanecían de ser ganadores de becas, premios y bienales, así como de conformar la vanguardia de la literatura contemporánea. Y todos les creían.

Entre los cientos y cientos de volúmenes de su biblioteca se jactaban de releer, porque leer era para la gente común y corriente, a Platón, Virgilio, Petrarca, Tagore, Elliot, Rilke, John Perse, Borges, Paz y otros grandes, de quienes decían no estár tan lejos de su altura.

“¿Cómo ves el ambiente, Adonis?” inquirió el festejado a su excelso compañero de letras. El otro, pavoneándose, respondió: “Sublime, no se compara a las bacanales de los pintores, llenas de vulgaridades, falenas diletantes, y hedores de marihuana.”

El Club de Escritores estaba bajo su égida, por lo cual fungían como la crême de la crême, y siempre eran los elegidos en presentaciones de libros, conferencias y cursos que les aportaba jugosas retribuciones y canonjías; lo cual, junto con sus respectivos sueldos de sus 2 y 3 empleos, les permitía un nivel de vida de primera.

Al ser reconocidos como non plus ultra de la poesía local, avalados con la bendición tanto de la Dirección de Cultura como de la Rectoría de la Universidad, eran maestros-asesores de talleres literarios habidos y por haber.

Además, gracias a su aureola de poetas más premiados, acaparaban las páginas de las revistas literarias de la Dirección de Cultura, de la Universidad, y del Instituto de la Juventud, aparte de encabezar los consejos editoriales de las mismas.

Ambos habían obtenido las becas de “Jóvenes Escritores”, y luego “Escritores con Trayectoria”, en varias ocasiones. Un año, uno; y el siguiente, el otro. Los dos, también, ocuparon el cargo de “Asesores en Letras” en el consejo artístico de la Dirección de Cultura. De igual modo, habían figurado como “Directores de Literatura” de la misma.

Este dúo dinámico igualmente poseía varios premios nacionales de poesía de diversos estados del país, aunque no fueran de los más prestigiados: Baja California, Campeche, Durango, Tabasco, Zacatecas. Sumado a reconocimientos, diplomas, menciones honoríficas, y hasta un Honoris Causa de la Universidad de Valladolid… Yucatán.

La fiesta-celebración, después de su apogeo, entró a su fase final. La música había mutado: de Bach a Vivaldi y Stockhausen, a los pianos de Di Blasio y Yanni, para aterrizar con Don Omar y Daddy Yankie.

Los ampulosos vates se habían quitado la corbata de moño uno, y aflojado el nudo el otro. Los invitados, un poco desaliñados, habían hecho a un lado el glamur de los cubiertos y comenzaban a meterle mano directamente a los saldos de camarones, pavo o langosta.

Ya medio ebrios por los vapores de los licores, los egregios rapsodas comenzaron a darle rienda suelta a su ego:

“Ahora el único laurel que le falta a mi colección es el Excelso Premio de Literatura, otorgado a los grandes maestros. Creo me lo merezco,” soltó Apolo.

“Lo merecemos, aunque seamos un poco jóvenes,” desenvainó petulante Adonis.

“Si tú aun no crees merecerlo, quizá tengas razón; pero yo me encuentro en plena madurez de mi numen,” replicó en un duelo de egos Apolo.

“Bueno, creo que tienes razón: lo merecemos,” puntualizó el otro.

Al fin y al cabo, el método para obtenerlo podía ser el mismo de siempre: apoyarse en los jurados de la capital del país, con quienes amarraban becas y premios. Para algo les conseguían pasajes aéreos, hospedajes en los mejores hoteles y excelentes viáticos para pasársela de lujo en su llegada a la provincia. A qué escritor no le interesa venir a pasar unos días en calidad de “turista cultural” con el paquete VTP (viaje todo pagado), incluido paseos a la playa o sitios arqueológicos, y francachelas en antros y lupanares V.I.P.

Pero para Apolo había un obstáculo: la convocatoria del Excelso Premio de Literatura prohibía la participación de funcionarios culturales; y él era en esos momentos el flamante Director de Literatura, lo cual dejaba listo el terreno para que tan ilustre reconocimiento lo recibiera su alter ego Adonis quien, para variar, había recibido el honor de bautizar con su nombre el recién distinguido premio literario del Instituto de la Juventud del nuevo gobierno conservador, aun cuando fue precisamente él quien se encargó de recabar las firmas de todos los miembros del Club de Escritores en apoyo al anterior gobierno.

Blasonados de satisfacción ambos, al unísono propusieron brindar por el próximo laureado del Excelso Premio de Literatura. En el fondo, los dos se sentían ya dueños de tal distinción.

Los miembros del Club de Escritores, ya medio ebrios, alzaron sus vasos y exclamaron:

“¡Por el futuro recipiendario de tal reconocimiento!”

“¡Por el mejor escritor de estas latitudes!”

“¡Por el mejor poeta de esta tierra!”

Mientras degustaba su Dom Perignon, Adonis paladeaba anticipadamente su triunfo, ante el impedimento burocrático de Apolo. Entonces, comenzó a pensar cómo iba a disfrutar los $100,000.00 del soberbio premio: las playas del Mediterráneo, París o la añorada Venecia.

Cuando tiempo después se enteró del laudo, y cómo le hizo su ilustre colega y hermano de letras para hacerse acreedor al Excelso Premio de Literatura, le dolió tanto que no pudo salir en meses de su prolongado auto encierro.

El divo Apolo, con la astucia de José Fouché, la exactitud de Pitágoras y el estilo de Fantomas, “La amenaza elegante”, había renunciado a su puesto de Director de Literatura un día antes de la fecha límite de la convocatoria, para recibir el codiciado premio.

Edgar Ramírez Cimé

Continuará la próxima semana…

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