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Sexo Virtual – II

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SEXO VIRTUAL

Eros, cual Narciso en el lago, se contempla en el espejo: “Eres un símbolo sexual,” se dice a sí mismo. Se extasía pensando en el inminente encuentro sexual. Sus ansias eróticas no tienen límites.

Termina de acicalarse. Entonces, el toque final: unas gotas de ese perfume afrodisíaco traído directamente de Bagdad, allá en el lejano Oriente, adquirido en el popular mercado de Tepito, en el mismo Monstruito Federal.

Y mientras Eros terminaba con su arreglo personal en el baño del hotel de paso, Messalina, su amante, yace desnuda en la cama, rígida, con los ojos negros en el infinito, aunque aparentemente mirando el techo del cuarto: muslos largos y torneados, piel fresca, senos monumentales, rostro sensual, nalgas prominentes.

Eros salió del baño y se tendió, solamente con su bóxer, junto a Messalina. Todo un experto en el difícil arte de satisfacer sexualmente a las mujeres, y conociendo el órgano más sensible del cuerpo humano, la piel, comenzó a acariciarla, lamerla, y besarla por toda su geografía: pies, espalda, piernas, atrás de las rodillas…

Eros percibió en ese momento “el despertar de la libido de Messalina”, pues sintió que ésta “empezó a mover su cuerpo, ondulantemente, en tanto emitía unos gemiditos de placer.”

Entonces Eros inició su travesía sexual, concentrándose en las orejas. Había leído recientemente que son lugares sumamente sensibles por sus terminales nerviosas; le daba besitos detrás,  le susurraba frases amorosas. “Sintió” que Messalina se excitaba más, pues “sus gemiditos de placer comenzaban a subir de tono.”

Después de quitarse el bóxer, se dirigió al cuello y la nuca, porque lo sabía perfectamente: son sitios que se estremecen irresistiblemente al ser motivados. Eros besaba y mordisqueaba levemente el cuello de Messalina, quien “se untaba frenéticamente y se retorcía entre las velludas piernas de éste”.

Eros “escuchaba excitado los grititos de Messalina” y jadeaba: “¡Mi amor, qué buena estás!”

Y llegó al templo del beso: la boca con los labios rojos y sensuales de su amante. Y comenzaron “los abrazos amorosos entre los labios, lenguas y salivas”.

“Mantén las manos siempre ocupadas acariciando, frotando, apretando o penetrando” había leído en el Nuevo Kamasutra Árabe, y lo ponía eficazmente en práctica sobre la geografía corporal de Messalina.

Cual viajero sexual conocedor, Eros se detuvo en una zona extremadamente sensible: los senos voluptuosos. Con la fiebre del momento, “los pezones se erguían como centinelas lujuriosos”.

Meticulosamente, Eros besaba en espiral los senos, desde su base hasta llegar a los duros pezones, negrísimos como la noche. Después de hacerlo uno por uno, se dio a la tarea de lamer, primero, lento y después lascivamente, desde en medio de los pechos, hasta cerca del sexo de Messalina. Lamía, mordía, chupaba.

Ella “gozaba” como en el quinto cielo, y Eros “escuchaba”: “Qué rico, mi vida, me encanta, me enloqueces, me fascina esto. ¡Me haces llegar al cielo, mi amor!”

Al llegar al sexo de Messalina, realizó un tour sofisticadamente libidinoso. Acarició y besó suavemente, con meticulosidad, sus diversas zonas placenteras. Ella “le suplicó la penetrara ya”.

Antes de eso, se había detenido en otro de sus lugares eróticos preferidos. Sabía que estaba repleto de sensaciones que provocan excitación al ser despertadas adecuadamente: los muslos y, sobre todo, las nalgas. Eros los lamió, besó y mordisqueó con suavidad, “para delirio de su amante”.

Fue cuando la penetró. Como ambos “ardían como hierro fundido”, pues el tour erótico “los había súper excitado”, rompiendo con las sugerencias del Nuevo Kamasutra Árabe, que sugiere satisfacer primero a la mujer, para estimular su gozo final, y luego concluir el varón, Eros terminó simultáneamente con Messalina.

Con el orgasmo, y solamente entonces, Eros volvió a la realidad. Como si nada, se vistió, desinfló la muñeca erótica, la guardó en el maletín y salió del hotel de paso.

Edgar Rodríguez Cimé

Continuará la próxima semana…

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