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Serenidad, por favor

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Editorial

Francamente no recordamos un fin de sexenio tanto a nivel estatal como nacional tan lleno de ruido, escándalos y acusaciones como el que estamos viviendo en estos días, con protagonistas de todos los sectores de la sociedad denostándose sin cuartel.

Perdedores unos, vencedores otros, el rosario de descalificaciones entre ambos bandos deja en claro cuán dividida se encuentra nuestra sociedad después de este sexenio de palabras desde el púlpito mañanero de la nación, sin olvidar un desaseado proceso preelectoral y electoral en el que las marrullerías de tirios y troyanos abundaron, para variar, como siempre.

Todos sabemos que destruir es más fácil que construir y, a nuestro juicio, nuestra naciente democracia está siendo severamente atacada desde todos los frentes por personajes que no tienen la menor idea de las consecuencias a nivel nacional e internacional que sus acciones acarrean.

No están lejanos los tiempos hegemónicos del otrora omnipotente partido tricolor, del cual se desprenden las “figuras” morenistas que han administrado los destinos de nuestro país este sexenio, con los resultados que todos atestiguamos todos los días. Dejamos a ustedes el juicio de valor sobre la administración.

Intromisiones, hostigamiento, acusaciones sin evidencia, esto se vive un día sí y otro también, de uno y otro bando. Nuestra nación ha sido desde hace muchos años, y continuará siendo por un buen tiempo, el botín de las huestes políticas que han creado un México con poca humildad y voluntad de cambio verdadero, de aplicación de la ley y de crecimiento basado en el recurso más importante que posee: sus ciudadanos.

A pesar de todo, México –quisiéramos pensar– es un país de leyes, tal vez no las mejores, pero el espíritu nacionalista con que fueron creadas ha sido capaz de mantenernos unidos aun en los más aciagos momentos. Ni el tigre se ha soltado, ni la sangre ha llegado al río, ni deseamos un regreso al México bronco.

Ojalá y que los ánimos se serenen, que los nuevos gobernantes logren unirnos y, sobre todo, que nuestro atribulado pueblo pueda finalmente vivir con dignidad, con un trabajo remunerador, servicios de salud de primer mundo (sí, mejores que los de Dinamarca), sin olvidar el obligatorio clima de seguridad que todos ansiamos.

Que así sea…

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