Editorial
El desasosiego recorre todos los espacios en los cinco continentes en virtud de la presencia de la pandemia del Coronavirus.
No hay espacio seguro. No hay tratamiento en estos momentos para controlar y apagar la invasión mundial del Coronavirus y, así como se percibe su gran potencia contaminante sobre la humanidad, más crece el temor a sus consecuencias, tanto en el alto costo de las vidas humanas perdidas como en el languidecimiento de las economías de las grandes potencias, y aun de las modestas naciones con escasa presencia mundial.
No hay sitio seguro. El virus acecha y ataca a todos los niveles sociales, económicos y religiosos. No hay espacio seguro para ocultarse y, de lograrlo transitoriamente, debe reconocerse que no lo será a perpetuidad.
Así como los dioses han estado siempre entre nosotros, este y otros virus también. Su democrática agresión se vuelca sobre países e ideologías, creencias e historias individuales, asumiendo su carácter de elemento inolvidable en la vida e historia de la humanidad que, ciertamente, presenciará su desaparición en algún corto o largo plazo, sin que éste hecho aporte algo a la paz mundial. Por el contrario, deja al aire la incertidumbre de un tiempo futuro que a los seres humanos no nos es posible determinar en los perfiles históricos.
Ahora, todos los países, todos los sistemas políticos y económicos, tiemblan, y lo harán todavía por un tiempo indeterminado por venir que se estima prolongado.
Trasciende información sobre investigaciones y estudios que se realizan para combatir el flagelo. Pero hasta ahí. El período de daños y muertes es indeterminable.
Asomarán por causa de esta pandemia tristes realidades en los países más dañados, casi todos ellos originados por su carencia de recursos y/o capacidad de enfrentar hechos de esta magnitud.
Las preces ascienden a los cielos desde los domicilios y los templos, se ven agotadas las capacidades actuales para poner fin a estos tristes acontecimientos.
Pero saldremos de ésta. No hay duda alguna. Nuestros descendientes tendrán un doloroso aviso previo de que no es recomendable, bajo ningún concepto, hacer juegos malabares con la ciencia y las tecnologías.
Tenemos hoy, a la vista, sus tristes y dañinas consecuencias.