Aguirre estaba empezando a tener el mayor dolor de cabeza de su vida y solo se estaba poniendo peor con cada minuto que pasaba. Su chofer y los dos guardaespaldas que le acompañaban en la furgoneta de lujo – regalo de uno de sus jefes – hacían lo propio e ignoraban los continuos bufidos y maldiciones que lanzaba por momentos. No era para menos. No estaba de buen humor. Y cuando alguien trataba de entablar alguna conversación con el siempre terminaba mal, ya fuera con su rostro sangrante en el asfalto o en un bote de ácido.
La fuente de su actual desdicha había provenido de una llamada que recibida hacia unos minutos. Estaba saliendo de uno de los club que manejaba y apenas había salido de esta acompañado de las mejores zorras del lugar – no prostitutas, como hacía de vez en cuando, sino unas actrices que, tomando en cuenta su estilo de vida, no estaba mal referirse a ellas como tales.
Cuando uno de los guardaespaldas le paso su celular y le dijo que era urgente este emitió un gruñido y un insulto dirigido a nadie en particular, antes de finalmente tomar el teléfono. Del otro lado de la línea escucho la voz de Jacinto, conocido en el negocio como el “Caricias” mote que en parte en broma y en parte indicaba a lo que se dedicaba.
Al principio Aguirre estaba listo para mandarlo al diablo y hacer lo posible por decirle que fuera lo que necesitara podía esperar hasta mañana. Pero se sorprendió al escuchar algo que nunca creyó oír en su ya varios años en el cartel: Jacinto levantando la voz ante él diciendo la palabra “por favor”.
Jacinto no dio detalles de lo que estaba pasando, simplemente dijo que era algo que “él tenía que ver con sus propios ojos”, que le podría tomar una foto o video pero que él no le creería hasta que estuviera presente.
No habiendo obtenido el puesto que tenía ahora por ser un idiota, Aguirre to pensó con cautela y empezó a imaginar la probabilidad de estar cayendo en una trampa. En este negocio donde se pasan cantidades absurdas de dinero de mano en mano, la fidelidad de los empleados está definida en cuán rápido alguien haga una transacción y de cuantos millones consista esta.
Sim embargo, mientras más lo pensaba, más se daba cuenta de que Jacinto era el menos probable para tenderle una trampa; no solo era fiel, sino que era alguien a quien prácticamente le debía la vida, así como Jacinto se la debía a él un par de veces. Se le pagaba bien y siempre estaba dispuesto a hacer los trabajos que se le asignaban por más desagradables que fueran. Diablos, era el hecho de que Aguirre confiara tanto en el la razón por la que era de los pocos que tenía su número privado en primer lugar.
Siguió pensando y finalmente de mala gana decidió ir a ver, más que nada porque tampoco quería que los jefes le armaran bronca cuando le preguntaran porque no contestó el llamado. Sin más dejó a las mujerzuelas sin despedirse y se metió en el carro con dirección norte, hacia la fábrica de enlatado abandonada, también conocida como la segunda casa de seguridad de Veracruz.
Ya en el auto y sufriendo un dolor de cabeza que el enojo pasajero le había causado, decidió pasar primero por una farmacia para comprar algunas aspirinas. Mientras se tomaba estas de nuevo en el carro con un buen trago de su botella de whisky, se dio cuenta de algo, algo que le hizo instintivamente llevar su mano hacia la pistola que traía en su cinto.
Jacinto no era de los que se asustaban fácilmente. Nunca en todos estos años lo había escuchado tan nervioso, nunca, ni si quiera en problemas tan alarmantes como los sucedidos en la hacienda de Tabasco o la vez que los federales estaban encima de ellos, o incluso durante aquel último tiroteo en su antiguo club, donde él fue uno de los que devolvió disparos. Jacinto podría taladrarle el cráneo a un sujeto sin chistar pero esta noche está pidiendo ayuda como un niño.
Aguirre le pidió al chofer que encendiera la radio. No le gustaba el silencio. Detestaba esa sensación de incertidumbre que la ausencia de ruido causaba, como la de estar esperando algo. El dolor de cabeza estaba pasando pero aún se sentía tenso, deseando con todas sus fuerzas llegar ya a su destino.
Ya eran más de la una de la madrugada cuando llegó a las puertas de la fábrica. El hombre de guardia reconoció el vehículo de inmediato y abrió los portones. Cuando Aguirre se bajó le pregunto a este si sabía que estaba pasando. Él le contesto que no sabía nada y que solo le habían dicho que estuviera pendiente de su llegada, no creía que fuera una emergencia porque no lo llamaron en ningún momento para ayudarlos con los sujetos que trajeron.
-¿Sujetos? ¿Qué sujetos? – Pregunto Aguirre molesto por no habérsele dicho este pedazo de información por teléfono.
El guardia solo sabía que los habían botado aquí por los hombres que tenían asentados cerca de la ciudad y luego dejaron el lugar para que el Doc – otro alias de Jacinto – le hiciera el “tratamiento”. Cuando se fueron ya habían ayudado a amordazarlos y sujetarlos bien en la parte trasera de la bodega, como siempre era el procedimiento.
Mientras se dirigía a la bodega le pregunto porque nadie se quedó y el guardia dijo que solo estaban de paso porque los jefes los habían enviado a apoyar a los hombres en la costa que estaban teniendo algunas peleas con otros surtidores de drogas. Como es obligatorio dejar al Doc protegido con al menos dos hombres, él y otro tipo se quedaron aquí. Aguirre, sabiendo que era mejor ver por su propia cuenta de que se trataba, entro a la bodega, seguido de sus dos guardaespaldas y dejando al guardia regresar a su puesto.
La bodega se encontraba frente a él. No era una bodega literal pero era el nombre para aquel sitio de menor tamaño anexado junto a la fábrica abandonada, que consistía en una edificación de varios metros, con una par de cuartos de almacenamiento, uno de ellos una cámara frigorífica y el ultimo era, literalmente, una bodega. Era entre esta último y la cámara que se llevaban a cabo las interrogaciones a puerta cerrada. Bueno, no siempre interrogaciones, pero donde pasaban sus últimos momentos todos aquellos que trataron de pasarse de listos con el cártel y sus asociados. El tiempo de ingreso hasta la muerta del sujeto podía prolongarse por días según fuera el caso y el humor del que estaba a cargo.
Solo al poner un pie dentro Aguirre supo que algo estaba mal. Dentro de la bodega solo habían dos clases de ruidos: El de gritos y sollozos incontrolables seguidos del sonido eléctrico de una sierra o taladro siendo usado en la carne de alguien o el de la radio y risas de Jacinto y su ayudante mientras tomaban su descanso entre sesiones.
Pero esta vez solo había silencio y nada más. Ese silencio que ya antes había incomodado a Aguirre, ese que le causaba una incomodidad tan grande que esperaba que sus guardaespaldas detrás de él no se dieran cuenta del movimiento sutil que hizo al sacudirse un escalofrió de su espalda. ¿Por qué estaba así? Tenían que ser las drogas, en combinación de las píldoras y la bebida que había tomado. Carajo, llevaba una pistola y dos hombres que casi le doblaban la altura armados y preparados para todo.
Antes de que pudiera tocar a la puerta de entrada al cuarto que contenía tanto la entrada para la cámara como la bodega, esta se abrió y el rostro del asistente de Jacinto, el joven Gutiérrez – “El Niño” como le decían – apareció frente a él.
Aguirre casi lo manda volando por la fuerza con la que aporreo la puerta solo para abrirse paso hacia el centro del cuarto. Al entrar miro el espectáculo frente a él: De un lado estaba la mesa llena de comida y bebidas así como la radio y una televisión portátil, colillas de varios cigarrillos recién fumados se veían en los muchos ceniceros. En una silla sentado pensativo y con los ojos atentos en el centro del cuarto esta Jacinto. No se veía nada bien.
Del otro lado, muy alejado de la mesa, estaba los “implementos de trabajo”. Lucían como una mezcla de las herramientas usadas por un arquitecto, un jardinero, un carpintero, un cirujano y un soldador, excepto que la mayoría estaba empapada de sangre, mientras algunas estaban remojadas en un recipiente que contenía una mezcla de agua, acetona y cloroformo. Del lado izquierdo estaba la entrada de descarga abierta que antes daba a un embarcadero donde se cargaban y descargaban las latas, pero ahora el puerto se había hundido y daba directamente al mar. El lugar donde tiraban los restos.
Y finalmente, en el centro del cuarto en un charco de algo que Aguirre está seguro era una mezcla de sangre y orina, estaba amarrado en una silla con cadenas un hombre que reconoció como uno de los soplones que habían mandado a buscar hacía una semana por sus esbirros. Era una caricatura de lo que alguna vez fue un hombre: Dedos de las manos y los pies rotos y/o cortados, piel arrancada en varios lugares, sin dientes, mejillas sin carne, orejas cortadas, nariz también, sin un ojo y con moretones, bolas y laceraciones que le cubrían todo el rostro. Debía llevar muerto solo un par de horas.
Junto a él, al lado de una silla quebrada y varias cadenas rotas el cuerpo de otro hombre ensangrentado, decapitado. Por lo que parecía esta había puesto más resistencia y Javier y su asistente debieron haberlo terminado con uno de sus machetes. Algo bastante inusual, ya que nunca había escuchado que eso le pasara a Jacinto en todos sus años con él. Miro por todo el cuarto pero por más que pudo no veía donde había quedado la cabeza.
Finalmente Aguirre arrastro una silla de la mesa, la puso junto a la de Jacinto y se sentó en esta, tratando de seguir su mirada a lo que veía.
-“¿Estas drogado?”- Pregunto para su sorpresa Jacinto, antes de que Aguirre pudiera si quiera decir algo y sin dejar de mirar al cuerpo decapitado.
-“¿Cómo?”- Pregunto Aguirre.
-“¿Qué si estas drogado?”
-“¿Qué coño tiene eso que ver con esta mierda?”
-“Solo contéstame si o no.”- Dijo Jacinto finalmente volteándose a verlo.
—“No, no lo estoy.”- Técnicamente estaba mintiendo pero los efectos de lo que había tomado en el club ya no le hacían tanto efecto como antes.
-“Yo tampoco.”- Contesto a secas. –“Así que ten eso en cuenta por favor.”
-“¿Jacinto qué coño estas diciendo? Me llamaste porque algo paso ¿no?”
-“Terminamos con el que está en la silla hace tres horas, almorzamos, y luego de tomar una siesta continuamos con el otro. No estaba con el soplón, al parecer simplemente estaba comprando algo de mercancía cuando los chicos los metieron en las camionetas.”
-“¿Entonces porque te lo jodiste?”
-“Mmm…”- Jacinto levanto las manos en un gesto de ignorancia. – “No podía dormir y necesitaba ocupar mis manos… y ya que estaba aquí…” – Dijo finalmente mostrando una sonrisa de dientes oscurecidos por el tabaco y la mota. Aguirre se recordó así mismo que el viejo también ya estaba un poco tocado.
-“Cuando empezamos con él, antes de que pudiéramos tocarlo empezó a temblar. No a resistirse, sino a convulsionar más o menos. Fue extraño, incluso antes de que comenzáramos. Recuerdo que lo sacamos solo para que viera lo que le hacíamos al otro – siempre lo hacemos cuando nos mandan más de uno – pero nunca dijo nada durante todo el tiempo, no se inmuto ni un momento. Y ahora estaba agitándose como poseído.”
Jacinto apunto entonces a un machete ensangrentado que hasta ahora Aguirre se había dado cuenta estaba junto a su silla.
-“Rompió la silla y las cadenas”- Continuo Jacinto. “Y en se momento yo y el Niño nos lanzamos encima de el para evitar que escapara, aunque era obvio que no estaba intentándose levantarse. Mientras el Niño lo sujetaba yo tome ese machete y le corte la cabeza de un tajo. Y luego…”
-“¿Y luego que?”- Pregunto Aguirre un poco más exasperado.
-“Velo tú mismo.”
-“No voy a ver ni una mierda hasta que me digas que es.”
-“No me creerías. Por eso te mande a llamar. Para que tú mismo lo vieras. No, no puedo si quiera creerlo… mucho menos explicarlo… en serio Aguirre… no sé qué es lo que yo y el chico vimos.”
Aguirre se dio la vuelta y se dirigió al el Niño, quien también miraba el cuerpo, no, miraba la puerta medio abierta de la cámara frigorífica.
-“¡Hey! ¿Qué carajos fue lo que vieron?”
-“Te lo dije.” – Jacinto de nuevo.-“Tienes que verlo tú mismo.”
-“Si me estas tendiendo algo Jacinto“-
-“¡No estoy jodiendo contigo!”- grito el viejo, perdiendo la poca compostura que tenía. Aguirre nunca lo había visto así.- “Te juro por mi puta madre que no te estoy jodiendo y puedes volarme los huevos si miras haya y nos ves nada!” – Aguirre se dio cuenta de que no estaba bromeando.
Aguirre, ya cansado, y ahora dándose cuenta de la posibilidad de que simplemente al viejo por fin le estaba afectando el trabajo y el otro asistente idiota le seguía la corriente, decidió que se iría más rápido de ahí si acababa con esto de una vez por todas. Llamó a uno de sus guardaespaldas y este lo siguió mientras se acercaba al cuerpo tirado al piso. Lo examino de cerca y además de la ausencia de cabeza y la sangre derramada nada parecía fuera de lugar.
Excepto por el pequeño rastro de huellas de sangre que se dirigían hacia la cámara. Pequeñas huellas, como las que hacia un gato o cachorro en el piso de una casa después de que se mojaran en la lluvia. Pero estas eran rojas y… mucho más numerosas, con una forma que terminaba en punta.
Aguirre finalmente se decidió por entrar en la cámara frigorífica, metiendo medio cuerpo entre la entrada y la puerta pesada de acero medio abierta. La ausencia de frio le indicó que habían apagado la temperatura hacía un buen rato.
Miro hacia dentro de la cámara apenas iluminada por una única lampa fluorescente y no noto nada más allá de las cajas y bolsas de gran tamaño cuyo contenido no era de su incumbencia. Pero luego, vio movimiento detrás de una caja en el suelo, pegada a la pared.
Ahí lo vio, justo donde terminaba el rastro de puntos carmesí. Primero fueron los ojos de la cabeza, abiertos de par en par, los cuales no parecían pestañar. Pero lo que se robó su atención fue lo que había en la base de la cabeza. Ahí donde se encontraba el cuello cercenado salían varias patas negras delgadas. Patas con forma de araña o cangrejo o algo entre el medio, las cuales hacían mover la cabeza lentamente, como si de un gigantesco insecto se tratara.
Luego la boca de la cabeza se abrió. La voz sonaba como muchas a la vez.
-“Esta bien Aguirre… no te preocupes… nosotros te estamos preparando el lugar putito… y papi y mami están aquí también esperando… y tu cuñado… y tu novia… y todos los que te has cargado todos estos años… te las vas a pasar como nunca putito…”
Aguirre cerró la pesada puerta de golpe. Miro hacia atrás poniendo su espalda contra la puerta de la cámara, mirando directamente a todos en el cuarto.
-“¿Señor?”- Despabilado por la voz de su guardaespaldas, Aguirre le miró por un momento.
-“Emilio” – Dijo Aguirre –“Puedes por favor decirme que es lo que hay ahí… al fondo de la cámara…”- Y a continuación abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar pasar a Emilio.
Emilio, un poco sospechoso, pero sabiendo que no conseguiría nada discutiendo, entró lentamente a la cámara, mirando hacia donde le habían indicado. Luego se oyó un susurro y casi al instante Emilio, quien se había puesto pálido de un momento a otro, salió de la cámara, con Aguirre cerrando la puerta de nuevo.
-“Emilio que fue lo que-“
-“Una cabeza”- Dijo Emilio –“Una cabeza con patas de araña.”- Se quedó callado un momento y luego añadió –“Dijo el nombre de mi esposa.”
***
Finalmente lo que llevó a Aguirre a quemar todo el lugar tuvo que ver más que nada por lo que sucedió poco después de que viera “la cosa”. Empezó a hacerle más preguntas a Jacinto y su asistente, más detalles del origen del tipo, así como que era lo que deberían de hacer ahora con todo esto. La respuesta llego cuando Emilio, quien junto al otro guardaespaldas, estaba buscando pistas en el cuerpo del sujeto, encontró una nota en el bolsillo junto a una pequeña bolsita de anfetaminas.
Aguirre tomó ambos e iba abrir la bolsita cuando notó que el cristal dentro de este lucia extraño, despedía raras luces de colores cuando la luz se reflejaba en su superficie. Lo que lo llevó a arrojarla al mar así como quemar el lugar fue el contenido dentro de la nota. Esta era ilegible, debido más que nada porque estaba empapada de sangre, todo por excepción de un nombre que se dejaba leer.
Aguirre supo, aunque no lo que sucedía, porque estaba pasando. Cuando les mostro su descubrimiento a los demás solo el asistente dijo todo lo que estaban pensando.
-“…los brujos…”
Los Brujos, pensó Aguirre, en efecto. Así era como se conocía a ese peculiar cartel entre la frontera de Veracruz y la capital, que habían llamado la atención por las cosas extrañas que siempre sucedían con ellos. Al principio llamados los “Diablos”, pero luego se cambió su nombre cuando se supo que no solo eran diableros los que estaban en ese grupo. No se sabía casi nada de ellos y todos los capos y peces gordos del país siempre hacían lo posible por no hablar mucho al respecto, como un tabú inconsciente que hubiera entre todos.
Lo único en lo que todos podían concordar era que cuando los Brujos se involucraban demasiada gente moría, incluso demasiada para los estándares de los carteles y usualmente de formas que no eran humanamente posibles en el sentido literal de la palabra.
-“A la mierda con esto.”- dijo Aguirre mientras miraba a Jacinto quien sabía que estaba pensando. Cuando hablo para dar órdenes nadie se lo discutió.
Tomaron todo lo que tenían de valor ahí y lo subieron al carro, luego cargaron los cuerpos y lo llevaron los arrojaron a la cámara, asegurándose de no mirar dentro de ella. Luego derramar toda la acetona y regaron el lugar con gasolina que tenían guardada para momentos como estos. Ya luego darían una excusa a sus jefes; preferiría lidiar con ellos que con esa jodida cosa que se arrastraba.
Pasaron horas antes de que el fuego fuera visto a lo lejos por los primeros civiles, para la mañana siguiente todo ya era ceniza o al menos eso se esperaba.
Y sin embargo pese a todo, Aguirre, quien pensaba en silencio mirando por la ventana del vehículo que lo llevaba a casa, no pudo sentir que ya nada sería igual para él. Ahora ya no temía al silencio, pero si a la posibilidad de que uno de estos días escuchar el susurro de esa voz que era una y muchas a la vez.
Es voz que le recordaba que no importaba a que dios o santo le rezara, que no importa cuán lejos corriera y se escondiera.
Esa voz que le recordaba que algunas cosas nunca se van.
Y que siempre esperaran por él.
HUGO PAT