Te quiero no por quien eres, sino por quien soy cuando estoy contigo.
Gabriel García Márquez
Tenerla así… recostada en la cama, mis manos recorriendo lentamente su cuerpo y acariciando su cuello, con sus ojos en éxtasis, casi en blanco y la boca entreabierta. No podía tener mejor forma de celebrar este Día de San Valentín que con mi mujer.
Y es que precisamente en este momento llegan a mí los recuerdos del día en que la conocí, en aquella fiesta de Javier, nuestro mutuo amigo. Se veía tan bella y radiante que las miradas de los varones no podían evitar posarse en ella. No pude sentirme más afortunado que cuando ella devolvió una de mis sonrisas.
—“Es la señal”, me dije.
No fue gran cosa: unos tragos, charla amable y al final de la noche ya habíamos intercambiado números de teléfono, direcciones y hasta el facebook. Los siguientes días fueron del consabido flirteo para ir conociéndonos.
Tenerla así… también me remonta al par de años de noviazgo, una relación que nos llenaba a ambos y que queríamos sirviera de base para planificar un futuro juntos. Los gustos eran similares: música, cine, comida, incluso nuestras amistades las conservamos, logrando juntar dos círculos y no renunciar a alguno. Javier, y ahora su novia, se habían convertido en amistades imprescindibles.
Mirar su cuerpo… ese que he disfrutado tantas veces y que también me ha dado la dicha de ser padre. Si algo tiene mi mujer es la coquetería natural, pero con un cuidado, llevado a veces al extremo, de su cuerpo. Ni la maternidad pudo dejar huella en él.
Resulta gracioso cómo la vida de las personas se entremezcla. Nuestros amigos, Javier y su esposa, vueltos compadres nuestros, también tuvieron un hijo, de edad similar al nuestro lo que nos hacía coincidir en muchos aspectos: escuela, deportes, diversiones, etc.
Teníamos muchas cosas en común… demasiadas, creo.
Su boca entreabierta… me recuerda cuando aquella mañana expresó el deseo de festejar con algo especial este 14 de febrero. Había que celebrar que continuábamos juntos… ya saben, siempre hay problemas pero son los normales de pareja, nada extraordinario. La idea era pasar por ella a casa y salir a divertirse, cine, una cena, unos tragos, etc. Hace tiempo no lo hacíamos.
Decidí corregir un error de años: esta vez no llegaría tarde, estaría a tiempo…
Es más, la sorpresa empezaría porque sería el primero en estar listo. Pedí permiso en el trabajo y, en uno de los semáforos rumbo a casa, compré unas rosas…
“¡Ah, qué pinches caras que están!” —pensé— “pero vale la pena”.
Entré sigiloso a la casa con las rosas por delante…
—“¡Ya llegué mi vid…!”
—“¡Carajo! ¿Por qué chingados se me ocurrió llegar antes?”, dije para mis adentros
Recostada en la cama, con sus manos recorriendo lentamente su cuerpo y acariciando su cuello, con sus ojos en éxtasis, casi en blanco y la boca entreabierta… ¡estaba ella con Javier!
¡No mames!
¡Con Javier!
Un grito.
Mi mano tomando algún objeto.
Un manto rojo nubló mi vista.
Ahora recuerdo poco.
Bueno, casi nada.
Con la cabeza reventada yace Javier al pie de nuestro lecho.
Ella recostada en la cama…
Mis manos recorriendo lentamente su cuerpo…
Acariciando su cuello… ¡y apretándolo!
Con sus ojos en éxtasis, casi en blanco…
Porque la vida se le escapa…
Y la boca entreabierta, tratando de jalar aire…
Me siento raro.
Nunca pensé festejar así este día.
A lo lejos se oyen sirenas, mi hijo llora, los vecinos me madrean…
Y, sin embargo, este San Valentín me deja del todo satisfecho.
Carlos Vivas Robertos