IX
NARRACIÓN SEXTA
Situándose por segunda vez en la esquina de la farmacia de Santa Lucía, al avanzar sobre la calle 60, lado poniente, se encontraba un gran caserón que vivía don Joaquín Espinosa, comerciante de frutas, su señora esposa doña Concepción García y sus hijos Adela, Teresa y Joaquín. Junto, precisamente residía el licenciado en farmacia Pasos Bolio, con su esposa doña Neiva y sus hijos “Nevita”, familiarmente así llamada, y Carlos. Estos inmuebles desaparecidos los reemplaza hoy el cine Olimpia-Vistarama. Por los años cincuenta, ahí estuvo “La Cabaña”, lugar de reunión de conocidos parroquianos que a mediodía llegaban a saborear el imperdonable aperitivo. Uno de ellos, inolvidable, don Antonio Mediz Bolio –paternidad de la gesta de la literatura hispanoamericana– que desde su mesa preferida formaba a su alrededor gente de letras y jóvenes escritores, para deleitarse con su charla desgranada en imágenes y encanto.
Contigua era la casa grande y de toque colonial, desatendida de los gestos del tiempo, del antiguo hacendado don Francisco Sánchez Rejón, quien reclamaba el título y tratamiento de conde de Miraflores (1); se domiciliaba después don Fernando Correa Morales.
De inmediato, y muy distinguible por tener más de medio metro sobre el nivel de la banqueta y su serie de balcones color verdiazul, se localizaba la residencia del entonces gobernador del Estado, doctor Álvaro Torre Díaz (2). Por cierto, la chiquillería del rumbo que estaba enterada, algunas noches se escurría por el zaguán, con la pasiva complicidad de la guardia, para “gustar” de las obras maestras del cine mudo protagonizadas por Gary Cooper, Norman Talmadge, el inmortal “Charlot” Charlie Chaplin, Douglas Fairbanks, Betty Davis, John y Lionel Barrymore, Mary Pickford –la novia de América, recientemente fallecida–, Greta Garbo, Pola Negri, Norma Shearer, John Gilbert, y otros consagrados astros, proyectadas en exhibición privada a la familia del robusto gobernador y a la de sus colaboradores. El doctor acompañaba la proyección consumiendo chicles y agitando su abanico. Años más tarde se trasladó a esta propiedad el muy prestigioso Colegio para señoritas dirigido por la distinguida y competente maestra señorita Ana Ma. Medina, que por varias décadas ha prestado ininterrumpidamente significados servicios a la instrucción en Yucatán, aplicando los sistemas de la pedagogía moderna.
Anexa estaba la hermosa construcción muy al estilo meridano de altas y anchas ventanas, que terminando en la 60 se extendía sobre la 57, y que perteneció a don José Mena. En una sección de ella se estableció durante un tiempo la casa comercial del señor Sosa, y por los años 30, apareciendo unas de sus ventanas transformadas en puertas, la miscelánea “La Mascota”, de don Miguel Ceballos Romero, señor padre de María Cristina, delicada poetisa, y de Efraín Ceballos Gutiérrez, ex alcalde de Mérida. Esta casa, junto con las que habitaron el doctor Torre Díaz y los señores Sánchez, adquiridas por los señores G. Cantón, sumaron terreno suficiente para levantar el hoy Hotel Mérida, aprovechando en algún caso parte de la fachada de la antigua construcción que perteneció a la familia Mena.
Los servicios de los bufetes de dos conocidos abogados de la segunda década de este siglo eran muy solicitados en el número 465 de la misma calle 60, el del licenciado Miguel Martínez Romero, y en el número 449, el del licenciado Santiago Espejo Valladares. El diligente licenciado don Francisco Barrera P. atendía su despacho en el número 475. A él quizá debe atribuirse el honor de ser el primer especialista en jurisprudencia agrícola o, como dijéramos hoy, Derecho Agrario.
Al término de la casa de la familia Mena, ya sobre la 57, tenía su domicilio doña Argimira Villamil, frente a frente de los añosos muros que se alzan en esta calle del antiguo edificio del Instituto Literario del Estado, que fuera en sus orígenes Colegio San Pedro y ahora Universidad de Yucatán. Se localizaba después el consultorio de la doctora Consuelo “Chelo” Vadillo Gutiérrez, que hasta hace poco tiempo ahí permanecía. La señorita doctora siguió la profesión más a gusto de la familia, pues su padre era el conocido médico don Domingo “Chumín” Vadillo Argüelles, y su hermano, el también doctor Fernando Vadillo, que en ocasiones dio atención en esta sala médica, continúa en el ejercicio de su profesión.
Un poco más de la 57. De intento se rebasan los linderos del barrio liado a este ensayo monográfico, en consideración a que contaron estimables vecinos “fronteros” a los vecinos y revecinos de Santa Lucía.
Cruzando la 62, en dirección poniente, el número 507 registra una casa colonial, reliquias que de este bien mermado tipo arquitectónico no puede presumir la ciudad. El 512 es muy respetable: ahí murió –1899– el gran “Picheta”, Vicente Gahona Pasos –piel y genio de la famosa revista “Don Bullebulle”, 1847–, dibujante, grabador, alcalde meridano en 1881. Este fue cuna –1° febrero 1909– y es domicilio de la Liga de Acción Social. Antes, ahí funcionó la llamada alberca Gahona. La construcción se ve desolada, indiferente a todos, pese a ostentar la placa, borrosa, que pregona su prosapia.
En la acera de enfrente estuvo la bonita propiedad estilo art nouveau de la familia Ríos Covián, hacendada por tradición. El 513 fue la mansión de don Rogelio Víctor Suárez, industrioso caballero gallego, de la aldea de Bergondo, provincia de la Coruña, entonces cónsul de España en Mérida. El señor Suárez se desposó con la culta dama doña Dolores Molina Figueroa, hija del ex gobernador licenciado e ingeniero don Olegario Molina Solís. Aquí nació –6 enero 1909– su segundo hijo, el laborioso escritor e investigador Víctor Manuel Suárez Molina. En este sitio existe ahora el hotel “El Castellano”.
En la primera década de este siglo, en el predio 505, instaló su notaría pública el licenciado Alfonso Pinkus Troncoso, mientras el doctor Pastor Rejón abrió su consultorio en el número 511. Enfrente, en el número 514, también hubo otro consultorio atendido por el doctor Manuel Suárez G., cirujano dentista graduado en la Universidad de Filadelfia, muy solicitado por sus aciertos en las calumniadas curaciones “sin dolor” en padecimientos dentales.
Debe hacerse mención especial: cuadras más adelante, en el número 551, estuvo domiciliado, ya cargado en años, el doctor en jurisprudencia don José Dolores Rivero Figueroa, maestro sapientísimo que enriqueció su enseñanza con saludables consejos a tres generaciones de abogados.
Fácil es advertir que buena parte de la población de Santa Lucía estaba significada por médicos, odontólogos y licenciados en leyes, o sea, los representantes de las tres profesiones universitarias que gozaron de mayor preferencia hasta no hace muchos años.
Retomemos la 62.
Próxima a la calle 57, rumbo al sur, se encontraba la casa de don Ernesto Rosado Cetina, asimismo el consultorio del doctor homeópata don Rafael Colomé, quien por breve tiempo ahí quedó instalado. Su hermano, el también médico homeópata don Francisco Colomé y Trujillo, que por sus acertados diagnósticos y tratamientos recibió múltiples distinciones científicas y homenajes durante el ejercicio de su larga y brillante carrera, finalmente se domicilió y abrió su sanatorio precisamente en la calle 55. El doctor Colomé murió longevo, de 93 años cumplidos –12 febrero de 1970–.
También se miraba en esta calle la gran casona de don Atilano González, marcada con el número 464, que recientemente adquirieron en propiedad la señorita Carmen Rodríguez Rosado y su hermana la señora Consuelo Rodríguez viuda de Pereira Rivero. Seguía el domicilio del señor Juan de la Cruz Monteforte, doctor en odontología. El hogar de doña Teófila Sierra viuda de G. Cantón, quedaba aledaño a la tienda “El Antiguo Loro”.
Don Julio Buendía y Sáenz de Santa María, médico cirujano y especialista en la curación del paludismo, algunos años atendió a sus pacientes en el número 416, mientras que el doctor Clodomiro González Ortiz, daba consultas en el número 461 de la propia calle 62. Cuadras más hacia el norte, en el número 435, vivió el licenciado y notario público don Porfirio Sobrino Vivas, Juez Segundo de lo Civil en la segunda década de esta centuria. En la acera poniente donde esta calle converge con la 53, o sea la esquina llamada de “La Grulla”, en casa de estilo discreto, pero de buen gusto, vivía la señora doña Consuelo Patrón de Cámara.
Don Alvino Manzanilla Canto, abogado e ingeniero topógrafo, se domiciliaba más adelante, en el número 471.
En el número 477 de la misma calle 62, se conserva aún la casa solariega que perteneció a la familia Lizarraga, aunque aminorada ya la prestancia de su frente al destinarse la parte que era jardín a pestilente y ruidosa pensión de automóviles. Esta casona albergó en 1939 la Escuela Secundaria Federal para Hijos de Trabajadores.
Salvando la calle 57, en el número 483 y primera década de este siglo, estaba domiciliado el licenciado y notario para la Demarcación de Mérida, don José Antonio Alayón Barrera, infatigable escritor y periodista que en 1881 editó y redactó “El Honor Nacional” periódico con fervoroso postulado yucatanense. Fue catedrático, 1879, de la Escuela de Artesanos abierta en el antiguo local del Instituto Literario, y fundador y presidente de la Sociedad Patriótica Yucateca, en 1905. Don José Antonio preparó una obra monumental sobre Yucatán en dos tomos: “Breve Reseña Justificada de las Grandes Calamidades, Sufrimientos, Heroicidades, Productos y Adelantos del Estado de Yucatán, República de México y colección de algunos retratos de sus Hijos más Ilustres” –Mérida de Yucatán– “Imprenta Mercantil” de Ignacio L. Mena, 2da calle de los Rosados, número 24 –1892”. La obra nunca llegó a publicarse.
El maestro –dolorosamente desaparecido, 28 diciembre 1980–, don Alfredo Barrera Vázquez, celosamente conservaba –casi por 40 años–los dos tomos en “maquetas” con las primeras pruebas tipográficas ordenadas por el propio licenciado Alayón, esperando ocasión propicia de revisar y entregar su material definitivo a la imprenta. Ojalá que la ausencia del maestro no malogre este proyecto por las noticias capitales, desconocidas y curiosas, que la obra contiene.
Notas:
(1) En el engrillado litigio que empeñó el señor Sánchez Rejón por la pertenencia legítima del famoso título nobiliario, el gran Vallarta votó porque se le reconociera, pero sin otorgamiento de los bienes aparentes que representaba.
(2) Esta casa pertenecía al prominente hacendado motuleño don Vitaliano Campos, quien la habitaba antes que se destinase a domicilio particular del ejecutivo del Estado, doctor Álvaro Torre Díaz. Anteriormente ahí residió la antigua familia Peniche Bolio.
Delio Moreno Bolio
Continuará la próxima semana…