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Samuel F. Morse, Inventor del Telégrafo

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                                                                         César Ramón González Rosado.

El General Ignacio Zaragoza envió un mensaje telegráfico al presidente Juárez que decía: Las armas nacionales se han cubierto de gloria. Las tropas francesas se portaron con valor en el combate y su jefe con soberbia, necedad y torpeza. 5 DE MAYO DE 1862.»

SOS

…_ _ _ …  

El telégrafo del Titanic emitía señales de auxilio. Se hundía. Harol Bride, el joven telegrafista, permaneció en su puesto hasta los últimos momentos. Sobrevivió al desastre. 14 y 15 de abril de 1912. Durante la tarde, antes del naufragio, había enviado por el inalámbrico mensajes de pasajeros que podían darse el lujo hasta Nueva York.

La joven y bella Margaret escribió a su marido: “No me esperes. Debo confesarte que tengo un amante y viaja conmigo. Perdóname, no te amo, firma el divorcio, mi abogado te buscará…”

El mensaje voló y voló hasta las manos del destinatario.

El siguiente fue el SOS. El barco naufragó. El amante de Margaret falleció. Ella salvó la vida.

Michael la recibió en el muelle sonriente y la besó en la mejilla cuando llegó el Charpentier que había rescatado a los sobrevivientes. Había roto y tirado el mensaje.

Ella le preguntó si había recibido un telegrama en el que comunicaba el día y la hora probable de su llegada. Lo negó, mintió por amor y vivieron juntos hasta el fin de sus días.

Sin embargo, los sentimientos de culpa persiguieron a Margaret. Un día, comprendiendo el sufrimiento de su esposa, Michael le reveló el secreto. Ella, llorando y de rodillas, le pidió perdón. Él la levantó: “Te amo… No hay nada que perdonar.”

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Samuel F. Morse nació en Boston el 27 de abril de 1791. A la edad de 42 años inventó un artefacto, el telégrafo energizado en principio por una pila voltaica. Su código, basado en un sistema de puntos y rayas, revolucionó el sistema de comunicaciones de su época pues permitía transmitir mensajes mediante pulsos eléctricos cifrados, por cable o por vía inalámbrica.

Como pintor tuvo éxito, aunque no económico, al grado de pasar periodos de extrema pobreza en espera de que le pagaran sus clases o los retratos que le encargaban. En cambio, como inventor del telégrafo obtuvo gran fortuna, relegando la pintura como actividad secundaria.

El 1 de enero de 1845, Morse inauguró la primera línea telegráfica de Estados Unidos entre Washington y Baltimore, utilizando su ingenioso código de puntos y rayas.

¿Y qué tiene que ver el que esto escribe con don Samuel F. Morse, en esta época de asombrosos avances en la tecnología de la comunicación, cuando tengo la fortuna de manejar la computadora, si bien no con la habilidad de los niños actuales, que me permite escribir este artículo y enviarlo a mi periódico por internet?

Pues ni más ni menos que cien años después de que don Samuel inventara el telégrafo, aprendí a usar su artefacto. Fui capaz de transmitir mensajes cifrados de una estación a otra de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán utilizando el código Internacional Morse para el control de los trenes.

El jefe de estación personalmente entregaba al maquinista de la locomotora, quien acumulaba las autorizaciones en un gancho puntiagudo, un papelito manuscrito firmado que decía “vía libre”. Algo “parecido” al control del metro en la ciudad de México, guardadas las proporciones.

Don Efraín, en sus tiempos libres en la estación de Umán, enseñaba el telégrafo a jóvenes que se interesaron, pues era importante entonces para obtener un bien remunerado empleo en los ferrocarriles, en el ejército, o en los telégrafos nacionales.

Así nos colamos a las clases del jefe en donde se obtenía la habilidad de recibir o enviar mensajes, al escuchar letras y palabras interpretando los puntos y rayas que sonaban en el aparato.

Pasado algún tiempo, descubrimos a través de los sonidos telegráficas que otros estudiantes, alumnos de los jefes de estación de otros pueblos, hacían lo mismo. Comenzó el intercambio de mensajes, como dije, sin autorización, pues interferían la línea.

Poco tiempo duró la diversión: la central de Mérida captó la anomalía pues en todos los aparatos se reproducían los impulsos eléctricos. Los jefes de estación recibieron llamadas de atención de los controladores de la capital.

¡Ah, qué don tío Samuel F Morse! Nunca se habrá imaginado que puso en nuestras manos, cien años después de inventarlo, un atractivo juguete como nunca nadie había tenido.

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