Cuento
II
En la más pequeña capital de un país que depende de las remesas y el petróleo, hay un diminuto museo marítimo. En realidad, son dos salas de exhibición donde un marino danés jubilado presenta su exclusiva colección de barcos antiguos y conchas traídas de todo el mundo. El majestuoso Wasa es uno de los barcos en miniatura que sobresale en la exposición, y es el propio viejo navegante que relata su trágico final el 10 de agosto de 1628, cuando se hizo a la mar por primera vez.
El marino cuenta la historia de cada uno de los dieciséis barcos exhibidos, relatando batallas y naufragios a todos los visitantes del museo; sin embargo, sólo a unos cuantos les cuenta la leyenda de una de las embarcaciones más pequeñas: un barco holandés del siglo XVII con una placa en su base que dice Rossmarine, del que cuenta exploraciones en América y tráfico de esclavos, sin saber que éste fue uno de los primeros barcos donde se tiene registrada la relación lésbica entre una esclava y su ama.
El Rossmarine era una fragata cuyo capitán y propietario no tenía compromisos comerciales con ninguna compañía y se rentaba al mejor postor, que por lo general eran mercantes de tabaco y azúcar. En diferentes ocasiones trabajó para Hendrik van Dijk, negociante de Rotterdam con quien hacía negocios ligados al tráfico de esclavos en las colonias americanas, disfrazado de comercio de refinado de azúcar, lo que le daba buenos dividendos.
Van Dijk siempre hacía sus viajes de negocios acompañado del personal que le servía de escolta y guardia de su mercancía, pero en una ocasión pidió a su esposa Renate que lo acompañara a América, con la intención de callar ciertos rumores sobre su matrimonio que dañaban su imagen comercial.
La mujer de Van Dijk aceptó la travesía por consejo de sus padres, pero no tenía ningún interés en el viaje, a pesar de que le hablaron maravillas de las colonias e incluso sus primas la envidiaron. Renate viajó acompañada solamente de su joven esclava, de la que rara vez se separaba: una mulata de ojos verdes y mirada penetrante, cadera ancha y senos minúsculos, cuya principal característica, aparte de sus cicatrices en la pierna derecha que hablaban de una vida terrible, era una poderosa voz, tan grave que podía fácilmente ser confundida con la de un hombre.
Ellas eran las únicas mujeres que viajaban en el barco, pero mientras la señora se la pasaba la mayor parte del tiempo en su camarote, la esclava iba y venía entre la turba de marineros con el mayor sigilo, siempre pendiente de la ropa de su ama, quien se mudaba más de cuatro veces al día.
El comerciante, por el contrario, manifestaba poco interés en su esposa y sólo la veía a la hora de la cena. Lo único que le importaba era el cuidado de sus bienes y el Rossmarine, barco por el que tenía particular aprecio y pensaba comprar, aunque lo difícil era convencer al capitán de venderlo: éste no quería perder su patrimonio y su único pretexto para no volver a tierra firme, donde tenía ciertos asuntos pendientes por el robo y venta de terrenos propiedad de su hermano.
Van Dijk no lo contaba de la misma forma, pero creció en los barcos de la Compañía de las Indias Occidentales, donde trabajó primero de mozo, luego de cargador, y así hasta llegar a ser uno de los más hábiles capataces de esclavos, distinguido por su crueldad, causa por la que fue despedido. Después de ello, se instaló en Rotterdam, donde se hizo de una nueva imagen y se dedicó a los negocios, aprovechando los conocimientos comerciales que aprendió en la Compañía, llegando así a amasar una mediana fortuna.
Transformó Hendrik su pasado y se decía que era uno de los fundadores de la Compañía de las Indias Occidentales, donde contaba haber llegado a un alto mando, que dejó por tener la intención de crecer económicamente con un capital propio. Desde entonces se proclamaba como un comerciante republicano, aunque en el fondo era un orangista calvinista gomarista, ortodoxo en su nueva moral y nueva historia.
Resultado de esta nueva imagen de hombre de buen origen y gustos refinados, Van Dijk comenzó una importante colección de grabados de barcos europeos del siglo XVI y de la primera mitad del XVII, los cuales adornaban su despacho. Majestuoso entre ellos, destacaba el barco sueco Wasa, cuya historia Hendrik contaba a todos los visitantes, empleados y clientes, dando lujo de detalles sobre su hundimiento cuando apenas llevaba cien metros navegados desde que salió del puerto.
El Rossmarine no era una nave particularmente hermosa, y a pesar de ello, Hendrik quería mandar a hacer un grabado del barco. Así, para pasar los ratos muertos de la travesía, con la ayuda de un asistente se dispuso a hacer los primeros bosquejos de la embarcación, pensando que así sería más fácil mandar a reproducir la fragata. Rápidamente su libreta se llenó de planos y anotaciones precisas de cada detalle del barco.
En su camarote, la esposa de Van Dijk decía aburrirse entre tanto vaivén y crujir de madera, mientras su marido sólo obedecía a sus propios caprichos y exigencias. Renate era una mujer vanidosa y cuidaba extremadamente su apariencia con la ayuda de su esclava. Siendo muy joven se había casado con Hendrik, al que conoció poco, lo que significó un buen arreglo para sus padres, sin fortuna y cuyo nombre, Van Gorp, había sido enlodado por un antepasado que asesinó sin piedad a su propia esposa. Su padre trabajaba en Ámsterdam, en una imprenta que exportaba libros de manera clandestina.
A los dieciséis años, Renate no había conocido a ningún otro hombre. Su madre la cuidaba con celo y esperaba que con ella empezara otra historia para la familia, una donde no tuvieran que avergonzarse. Así que desde que entró a la pubertad empezaron a buscarle un marido bien posicionado. En un viaje a Amsterdam, Hendrik conoció a Renate y vio en ella un matrimonio sin complicaciones, pero que podría hacerlo ver como un hombre respetable en su nueva vida en Rotterdam, así que no dudó en pedirla en matrimonio.
Pero el comerciante no estaba dispuesto a la vida en familia. Su único interés era incrementar su capital, y las pocas veces que iba a la cama con su mujer no alcanzaba a extinguir sus deseos porque la eyaculación precoz le quitaba el gusto de seguir tocando la piel de su mujer. Para él eran mejores las prostitutas de los muelles que contentas ganaban el dinero rápidamente.
Renate se acostumbró a ese rechazo, que en un principio interpretó como algo normal; finalmente, la liberaba de una suerte que escuchaba aterrada de sus primas, casadas con potentes hombres que exigían que cada noche les abrieran las piernas. Aunque horrorizada, recordaba las historias que entre risas contaban, y también le provocaba una contracción en la vagina que la llevaba a imaginar escenas eróticas donde los hombres eran entes borrosos, mientras que sus primas lucían sus cuerpos carnosos, sus senos grandes y pezones puntiagudos. Durante esa fantasía se tocaba la conjunción de sus labios, su ignorado clítoris, y fue en una bañera donde finalmente tuvo su primer orgasmo, al que le siguieron muchos otros solitarios, provocados por las sensuales mujeres de Rubens.
Conforme la riqueza de Van Dijk se incrementaba, ella se quedaba más sola; mientras, iban apareciendo sirvientes y empleados, gente que veía ir y venir en su casa, en el negocio de su marido. Hendrik viajaba constantemente a las Colonias por mercancía, y en uno de esos viajes llegó con la joven mulata, quien se refugió a sus pies después de una travesía tormentosa donde fue violada por los marineros. Su ama le cuidó en la enfermedad que siguió a su llegada, y junto con una sirvienta limpió la sangre del aborto que casi la mata. La mulata sobrevivió y se convirtió en su sombra.
En ausencia de Van Dijk, la mulata dormía a los pies de su cama. Una noche, cuando Renate recordaba el placer ajeno de sus primas tocándose el pubis, comenzó a gemir quedamente, olvidando que no estaba sola. Se agitaba en la cama mientras abría los labios pensando que podía así mamar los senos de las mujeres que imaginaba. Fue entonces que sintió que la mulata se deslizó a la cama y comenzó a tocarle las piernas, a acariciarla sobre el camisón. Renate se sobresaltó, pero no dijo nada y se dejó desvestir por la mulata, que le besó los senos y después metió la cabeza entre sus piernas.
Para la esclava, complacer a su ama se convirtió en una más de sus tareas, la que realizaba en silencio tratando de adivinar los pensamientos de su señora, porque Renate nunca le dijo nada, ni durante ni después del acto. La mujer de Van Dijk no se atrevía a ponerle palabras a esas deliciosas sensaciones que nunca había conocido con su marido y que ahora encendían su cuerpo y eran consumadas entre la lengua y los dedos de la esclava.
Así, marchó con su marido y su esclava a las colonias en América; un viaje penoso para ella, que no estaba acostumbrada ni al calor ni a los mosquitos, pero que finalmente pudo soportar gracias a la esclava que conocía muy bien las costumbres de esas tierras. Pero lo más bochornoso fue el viaje de regreso, donde su único consuelo eran los mediodías cuando descansaba en la litera de su camarote con las piernas abiertas, esperando que su sirvienta bebiera el líquido que cubría sus labios. Ella misma, al ser sacudida por los espasmos de placer, buscaba el monte de Venus como una selva negra que escondía la esclava y hurgaba en él tratando de incendiarlo.
Fuego en el camarote del capitán hizo que descubrieran a Renate con su esclava en medio de estos placeres. Al no abrir la puerta del camarote, el capitán ordenó que la abrieran a la fuerza los marineros, temiendo que las mujeres estuvieran desfallecidas por el humo, pero en realidad Renate estaba a punto de tener un orgasmo. El marido, preocupado por la suerte de su esposa, fue de los primeros en entrar al camarote y sorprender a las dos mujeres en la cama revuelta. Fingió sorpresa y un coraje que no tenía, pero el orgullo le hizo reaccionar violentamente y sacó a jalones a la esclava, amenazándola con matarla él mismo. Encerró a su mujer en el camarote y se llevó a la esclava.
Hendrik entregó la esclava a los marineros, que abusaron de ella hasta el cansancio, y le pidió al capitán su ayuda para darle un escarmiento a su mujer. Van Dijk regresó al camarote de su esposa acompañado de un joven marinero, reputado por su virilidad. Estaba dispuesto a darle a su mujer el hombre que le hacía falta, así que ordenó al marinero, después de haberle ofrecido antes una recompensa, que tomara a su mujer sin darle tregua.
Mientras la esclava luchaba por detener a los marineros que la penetraban con lujuria y coraje, inmolando su sexo y su ano, Renate se defendía del marinero que le había introducido su pene más allá de donde nunca tocó su propio marido. Hendrik veía complacido la escena mientras se frotaba inútilmente su flácido miembro, herencia de una enfermedad que también bajó de un barco: una prostituta que se jactaba de haberse acostado con todos los capitanes holandeses y un par de ingleses.
Desde el lecho, Renate maldecía a su marido, arañando al marinero que se encendió aún más y, después de eyacular, por primera vez la volteó de espaldas para penetrarla por atrás. Con el grito de Renate, Hendrik tuvo un éxtasis y un placer que había olvidado, como el que tuvieron los marineros y hasta los mozos que abusaron de la esclava y la dejaron medio muerta en las bodegas.
Esa noche, uno de los marineros contaba a escondidas el dinero que ganó con la mujer del comerciante, mientras los otros siguieron divirtiéndose con la esclava que ya no oponía resistencia. También esa noche, el capitán anotó el suceso en su bitácora, evitando manchar el nombre de sus clientes y minimizando la violación de las dos mujeres. Al día siguiente, también anotaría que la esclava escapó de su encierro y, tras tocar inútilmente la puerta de su ama se aventó al mar, aun cuando faltaban varios días para llegar a las costas holandesas.
Esa ocasión el comerciante pagó bien por los servicios del capitán y no fue necesario pedirle discreción, porque él mismo se le adelantó y le dijo que no se preocupara porque la tripulación no tenía memoria y el Rossmarine guardaba para si todo lo que sucedía en la embarcación. El capitán prefirió no mencionarle que había escrito el hecho en su bitácora, pues consideraba que se quedaría con ella hasta su muerte, cuidando sus secretos y los de los demás. Pero su muerte llegó tan sólo unos años después, cuando su propio hermano, arruinado y enloquecido, lo encontró en tierra y a golpes de puñal terminó perdonándolo.
La bitácora del capitán sería recogida por los mismos marineros que se quedarían con el Rossmarine, y después rescatado por un joven marinero para quien la historia de los Van Dijk era una leyenda. Este joven habría de guardar la bitácora toda su vida, hasta que fue heredada por sus nietos y finalmente terminaría en los archivos reales holandeses.
De regreso a Rotterdam, Hendrik van Dijk mandó hacer el grabado del Rossmarine, exagerando en belleza y porte. Éste fue el modelo que tomó Jean-Jacques Michaud en 1874 cuando inició la construcción del Rossmarine, un pequeño barco en miniatura, su nueva afición después que llegó a sus manos un libro de barcos antiguos donde relataban la increíble historia del hundimiento del Wasa en 1627, cuando después de haber salido de Estocolmo naufragó con una fortuna y cincuenta hombres.
El grabado del Rossmarine lo había comprado en un viaje de negocios que hizo a París, donde se entretuvo curioseando con los buquinistes de orillas del Sena y encontró a buen precio la reproducción. Michaud estudió con detalle el grabado para hacer la maqueta, lo recreaba en su mente y se sentía transportado a su cubierta. Con destreza hizo los planos del barco y cortó con paciencia las finas piezas de madera que lo componían y los diminutos trozos de tela.
Lo que nunca conoció Michaud fue la historia de las dos mujeres, pues a él lo que le fascinaba era el porte del Rossmarine, su gracia arrogante que perdió en un naufragio donde perecería la tripulación cuando, como sucedió con el Wasa, una ráfaga repentina de viento por estribor le hizo escorar y, al llevar las puertas de las baterías abiertas, el agua entró despiadada, hundiendo así el barco.
Varios meses le llevó a Jean-Jacques Michaud reproducir el Rossmarine por la gran cantidad de detalles, a esta tarea se entregó por completo. Pero cuando estaba por terminar su trabajo, cuando sólo le faltaban las banderas y dar los últimos toques de pintura a los diminutos camarotes, sucedió algo que sorprendió al francés, aunque desde hacía tiempo albergaba sospechas. La sirvienta de su mujer, una mulata de Guadalupe con ojos verdes y mirada penetrante, le dio muerte mientras preparaba más pintura para retocar el barco. Michaud no se defendió porque no vio llegar a la mulata armada del mazo que utilizaba para ablandar la carne. Su patrona declaró que había visto salir de su casa, cuando llegaba de la calle, al asesino de su marido, quien tenía años de no tocarla.
La pequeña fragata nunca fue acabada realmente y la viuda de Michaud lo regaló junto con todos los objetos personales de su marido. Así, el Rossmarine pasó de mano en mano y alguien le puso unas banderas aunque no correspondían al grabado ni al barco original. No obstante, el detalle de la falta de pintura de los diminutos camarotes pasó desapercibido.
Del matrimonio Van Dijk tampoco se tienen registros en los archivos reales holandeses, lo único que hay en ellos corresponde a otra rama de la familia. Sólo el cuidado de un historiador puede relacionarlos a los sucesos que acontecieron en el Rossmarine y que pasaron sin trascendencia en la historia del barco. Por otras fuentes, no tan fiables y ligadas a relatos literarios, se dice que el grabado del Rossmarine fue entregado a Hendrik van Dijk, justo dos meses antes de que naciera su único hijo, un diez de agosto. Él heredó la fortuna de su padre, pero su afición a los juegos de azar la hizo perderla en los muelles, donde terminaría como garrotero.
La mujer de Van Dijk después del viaje a las Colonias cambió totalmente, volviéndose una mujer poco aseada y que frecuentaba a un grupo de mujeres demasiado liberales para su época. Renate trató de olvidar inútilmente lo que pasó, aunque nunca tocó el tema con su marido; al nacer su hijo, se lo entregó porque en sus ojos veía al marinero que la tomó por la fuerza en el camarote del Rossmarine con el techo de madera a medio pintar.
Patricia Gorostieta
Continuará la próxima semana…