Editorial
Una cinta mexicana ha despertado recientemente emociones nacionales y mundiales como no se había visto hace muchos ayeres. Un tema simple, actores y personajes sencillos, han cautivado los sentidos de críticos, comentaristas, productores y públicos, que han tenido acceso a las pantallas de las salas cinematográficas donde se ha exhibido la película mexicana ‘Roma’, historia humana de gente sencilla en un barrio de la ciudad de México, cosmopolita, pluricultural, compleja.
No se representa un barrio habitado por gente de amplios recursos económicos, sino una zona con residentes de clase media, en los años de referencia fílmica y aún ahora.
Es ahí en donde surge la historia que va conquistando al mundo de cinéfilos, y llama la atención de los críticos por sus contenidos técnicos, su calidad humana, pero también por las actuaciones, vividas cinematográficamente por personas sencillas, sin estudios actorales, que en la vida real participan como los seres humanos que son, realizando las faenas a que la sociedad y las costumbres los conducen.
El director y los realizadores, sin escenarios rebuscados, dieron cuerpo y espíritu a la trama, exponiendo al mundo las raíces de nuestra personalidad indígena, su lenguaje, personalidad y forma de ser.
Esas olvidadas raíces de nuestro México profundo han sido la base de este éxito cinematográfico.
Los considerandos anteriores son el motivo de nuestro editorial de ahora porque, en tanto la película va camino al reconocimiento y premios mundiales, la polémica sobre la actriz principal crece y motiva reflexiones.
Yalitza, eje central de la película, actriz no profesional, mujer de extracción humilde, ejemplo de superación personal y calidad humana ante circunstancias y situaciones difíciles, es objeto de ofensivas visiones discriminatorias en medios de comunicación nacionales por féminas que niegan que sea prototipo de la mujer mexicana, cuando sus raíces oaxaqueñas son cimientos de nuestra nacionalidad. Lo que impugnan es su apariencia, fisonomía, sencillez, naturalidad. Lo que nunca podrán objetarle es que ella es una mujer auténtica. Su belleza mexicana y aspecto son naturales.
Es la visión comercial acerca de cómo debe verse la mujer de este siglo la que ha mistificado y convertido en comercio y explotación la imagen de las mujeres mexicanas, de manera creciente, incitándolas a modificar su apariencia.
De un siglo al otro, el comercialismo, con su equivocado sistema de priorizar las apariencias sobre la eficiencia, ha dado lugar, primero, al empoderamiento de la mujer, y después a la manipulación de su manera de verse para comercializar la apariencia física con cirugías, cada vez más riesgosas, maquillajes rebuscados e implantes, todo ello para asemejarse a las figuras decorativas que proyectan el cine y la T.V.
El mérito de Yalitza es ser original, 100% mexicana, y lucir su belleza natural. En su inteligencia y capacidad para la actuación ha probado su gran valor histriónico. En la simple comparación de su originalidad mexicana, con la apariencia genérica impuesta como status en otras latitudes, ella prevalece por su naturalidad muy mexicana.
Lo original siempre será más valioso que una simple copia.